Una reseña de Rubén Mesías Cornejo
Durante la era del pulp, la space opera, o novela de aventuras espaciales conoció un notable auge en el ámbito de la ciencia ficción norteamericana. A grandes rasgos la space opera concebida entre los años 30 y 40 del siglo XX preconizaba una apoteósica visión del futuro. Un futuro en el que la supremacía tecnológica de la especie humana aparecía dominando el cosmos. Sin embargo, esta expansión, equivalente a la iniciada por los europeos del siglo XVI, era tratada por los autores entonces en boga bajo la premisa de un romántico retorno a la edad de los imperios y monarquías.
En setiembre de 1947, Edmond Hamilton (1904-1977), uno de los autores más emblemáticos del período pulp, comenzó a publicar en las páginas de la revista Amazing Stories, un folletín que alcanzaría la categoría de hito en este sub-género. La novela, bautizada con el bello título de LOS REYES DE LAS ESTRELLAS (THE STAR KINGS, 1947) merecería, años después, el honor de una secuela publicada bajo el título más prosaico de RETORNO A LAS ESTRELLAS (RETURN TO THE STARS, 1964).
LOS REYES DE LAS ESTRELLAS, primera entrega del mencionado díptico, relata la historia de una insólita suplantación que trasciende los confines del tiempo y del espacio. John Gordon, un modélico empleado contable hastiado de la monotonía de la oficina, decide aceptar la asombrosa proposición de Zarth Arn, príncipe del Imperio de la Galaxia Media, y reputado científico de aquella remota era, para intercambiar sus mentes durante un breve período de tiempo que Zarth Arn aprovecharía para estudiar el siglo XX. Lamentablemente para Gordon su insólita experiencia coincide con una coyuntura bastante adversa para el Imperio, puesto al borde de una conflagración con la Liga de los Mundos Sombríos, dominada por el belicismo de Shorr Kan, su caudillo. De ahora en adelante Gordon, preso de un cuerpo y de una vida que no le pertenece, deberá sortear con mucha cautela, arrojo y temeridad todas las celadas que Shorr Kan ha urdido para apropiarse del Disruptor, el arma suprema del arsenal imperial, un arma cuyo manejo solo era conocido por los hijos del asesinado emperador Arn Abbas. Después de muchas peripecias, Zarth Arn-John Gordon consigue escapar del assedio de los secuaces de Shorr Kan, y ya nombrado Regente por su hermano el joven emperador Jhal Arn, logra derrotar en una épica batalla espacial a la Flota de los Mundos Sombríos, empleando el poder aniquilador de aquella arma cuya naturaleza hasta entonces desconocía. No entendía -narra Hamilton – todavía, ni entendería nunca, el método científico que lo regía. Pero el efecto era visible ante sus ojos. El disruptor era una fuerza que destruía, no la materia, sino el espacio. Todo esto apareció en la mente de Gordon durante un segundo, y súbitamente sintió miedo.
La cuota romántica es aportada por Liana, la bella princesa de Fomalhaut, que apasiona el corazón de Gordon desde su primer encuentro en el fastuoso Salón de las Lunas. El vínculo entre ambos motiva las escenas más emocionantes de la novela, como aquella en la que Gordon lucha con los monstruosos hombres de hule que habitaban un recóndito planeta de la Vía Lactea para salvar a su amada del apetito antropófago de aquellos repulsivos mutantes. Con la Nebulosa sometida, y Shorr Kan suprimido, Gordon puede retornar a la Tierra para recuperar su antiguo cuerpo. Cuando Gordon vuelve en sí nuevamente, se encuentra otra vez en la ciudad de New York, a mediados de la pasada centuria, y con la gran nostalgia de haber vivido una fascinante pero increíble aventura.
LOS REYES DE LAS ESTRELLAS es una fantasía un tanto naif, pero escrita para un público adulto que alude subliminalmente a ese secular anhelo de quebrar el marasmo citadino creado por la vida moderna. En efecto, esta pulsión de retar al destino, propia de la épica helénica, es la pauta seguida por el caballeroso y leal Gordon en aquel mundo futuro, que paradójicamente tiene mucho en común con el pasado medieval, una era, al parecer más proclive a estimar el heroísmo individual que nuestra acelerada postmodernidad.
Como obsequio por haber llegado a leer hasta aquí, te ofrecemos, ávido lector, la obra que es objeto de este breve análisis. Que la disfrutes: