29 marzo, 2024

Después de hablar del primer videojuego que tuve en la NES de Nintendo, me parece apropiado hacerlo del primero que tuve en la Super NES.

En realidad, el año que mis padres me regalaron la consola que los anuncios llamaban “el cerebro de la bestia” (cosa que no se entiende muy bien qué quiere decir) resulta que esta venía en un pack que incluía dos de los mejores juegos que existen: el mismo Super Star Wars y el Super Mario World.

El caso es que yo llevaba unos pocos años que había redescubierto la impresionante saga de La Guerra de las Galaxias (al parecer, cuando mis padres me metieron al cine a verlas yo era apenas un bebé) a base de que las alquilásemos primero en VHS, y después gracias a que las conseguimos grabar en cintas de este tipo, de alguna vez que las echaron por la tele.

Entre otras películas sobre las cuales nos entraron fiebres fanáticas, las de Star Wars ocuparon muchas horas en el tiempo libre de mis hermanas y yo, viéndolas una y otra vez cada pocos días. Así que todo esto explica bastante bien que fuera el de Star Wars el primer juego que probáramos de los dos que venían con la consola.

A pesar de las limitaciones de la época, y de conectar la consola a un pequeño televisor de tubo de 14 pulgadas y sonido monofónico (aunque de imagen muy limpia, eso sí, y para mi gusto más agradable que la de los televisores actuales), la experiencia de ver aparecer la pantalla de título, tras unos espectaculares logos de los productores del juego, fue algo impresionante. La reproducción de la banda sonora original que había escuchado decenas de veces en las películas era tan fiel a la orquestación (a pesar de la corta variedad de sonidos sintetizados que se utilizaron) que la sensación era la de estar ante un producto de alta tecnología y extremo lujo, a pesar del extraño careto de Luke Skywalker en la turbia pantalla de inicio:

Lo mejor llegó nada más pulsar el botón “start” para empezar de inmediato a jugar. Tras el largo texto de inicio calcado al de la película, y acompañado de la misma música, unos detallados gráficos estáticos representaban la persecución entre grandes cruceros con que se abría la historia, con el fuego cruzado de rayos láser rojos y verdes por toda animación. Hoy en día puede parecer un recurso burdo, pero en aquellos momentos una introducción así nos dejó con la boca abierta.

En el juego, los gigantescos sprites que representaban a Luke Skywalker y a los bicharracos que se encontraba por el camino eran impresionantes en su definición y la calidad de las animaciones (y creo que aún lo son). Mientras algunas acciones se representaban con tomas más limitadas, el acto de correr del personaje que manejábamos era prácticamente como ver una película de detallada animación digital.

Mientras avanzábamos tratando de comprender de manera instintiva los detalles de un control que, curiosamente, se parecía mucho al del genial Probotector (reseñado por mí mismo la semana anterior), la música y los efectos de sonido nos envolvían mientras el scroll parallax (ese efecto por el cual las imágenes del fondo se mueven a distinta velocidad para generar efecto de profundidad) nos regalaba unos detallados escenarios que parecían entonces los más reales que se verían jamás en un videojuego.

No tardamos en darnos cuenta de que el juego era de una dificultad extrema, que requería de un control dotado de reflejos rápidos y de cierta sagacidad para encontrar lo más rápido posible una debilidad en el patrón de ataque de los jefes finales de cada pantalla. Cierto es que, una vez que averiguas cómo matar a un jefe, es posible acabar con él prácticamente sin que te toque, pero el viaje por los niveles consiste en una carrera de obstáculos que combina la capacidad de esquivar elementos peligrosos y disparos con una obsesiva recolección de cualquier mínimo objeto de salud o de aumento de potencia de disparo que pueda aparecer, que se convierte, según se avanza más y más por el juego, en la única manera de resistir los embates constantes de los enemigos y los obstáculos ambientales (los cuales, a veces, parecen tener vida propia).

El juego, a pesar de la dificultad, lo creo aún una experiencia lo bastante estimulante por su inquisitiva curva de dificultad y la espectacularidad de banda sonora, gráficos y momentos de épicos enfrentamientos (en algunas ocasiones, contra versiones gigantes de seres comunes en el universo Star Wars, pero que no dejan de ser impresionantes en diseño y rutinas de ataque). A esto se suma la recompensa que suponía, sobre todo en aquellos años, encontrarnos con niveles de conducción y disparos que simulaban muy correctamente las 3 dimensiones, utilizando el famoso Modo 7 de la Super NES, el arma secreta de esta consola a la hora de transmitir sensación de velocidad. Manejar el speeder en algunas de las primeras fases, o el X-Wing en algunas de las últimas, era una repentina y maravillosa sorpresa difícil de anticipar en aquellos tiempos.

La cosa ganaba en interés cuando, llegados a cierto punto del juego, este nos proveía del sable láser (un arma que tenía una utilidad demasiado variable) y de la posibilidad de jugar con Chewbacca o Han Solo una vez que la historia nos llevaba a conocerlos. La única variabilidad que existía a la hora de seleccionarlos en lugar de Luke, era una mayor altura de salto y resistencia a los daños por parte del wookie, y lo mismo pero en menor medida para Han, quedando Luke como el personaje más débil.

Como dato curioso, comentaré que, aunque en su día no pude jugarlos, en revistas de videojuegos leí con ansiedad sobre los detalles del lanzamiento de El Imperio Contraataca y El Retorno Del Jedi para esta consola, de mano de los mismos desarrolladores. Pero sobre estas dos entregas, aún mejores, hablaré en otra ocasión…

No hay mucho más que decir que no sea para estropear las sorpresas de jugabilidad y de impacto visual de este juego de la mejor época de las 16 bits, cuando Nintendo entraba a competir contra la Mega Drive de Sega de igual a igual.

Solo me queda recomendaros probar este juego, eso sí, reunidas las ganas de afrontar un desafío y con el valor para realizar auténticos saltos de fe (de esos en que no sabes realmente si te vas a salvar o no, al contrario de los de Assasin’s Creed).

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