29 marzo, 2024

Os compartimos un relato de Pedro P. González. En él vais a poder encontrar una historia con un planteamiento muy novedoso. Ambientada y llena de brillantes diálogos, con escenas cruentas y valientes. Esperamos que la disfrutéis tanto como nosotros.

Y ahora… ¡Que comience a función!

CABEZA DE CARTEL

Con un crujido suave, el guante de cuero accionó el botón para pasar de 33 a 45 revoluciones. Pulsó “Start”. El brazo del prehistórico tocadiscos se accionó para que la punta de diamante empezara a rasgar los surcos de “You’re the one”.

La melodía flotaba por el aire. Esquivaba las motas de polvo. La luz de una moribunda canícula, se colaba por las rendijas de la persiana que, como pequeños focos, anunciaban el primer plato de la noche. No le había dado aún suficientes vueltas al disco de Pristine, ni era su estilo favorito, pero consideró que era la banda sonora perfecta para el momento de sacar a Tiana a escena. Mientras movía rítmicamente los hombros, se quitó los guantes de cuero y volvió a enfundarse cuidadosamente los de látex. Blancos, sedosos y cubiertos de sangre. Se giró despacio al tiempo que daba una sensual palmada entre salpicaduras. Sus labios se rasgaron en una sonrisa cruel cuando la tuvo delante de nuevo. La chica seguía atada a la silla. Semidesnuda y casi ahogándose en sus lágrimas. Bajo la silla, una gran lona de plástico cubría el suelo enmoquetado. Había pasado la tarde atándola cuidadosamente a la silla; con elaboradas lazadas, nudos y amarres que pintaron de rosa y rojo las muñecas de la muchacha.  Los gritos mudos no pasaban la frontera del pañuelo que le amordazaba. Quedaban enmudecidos por la potente línea de bajo.

―¿Cuál es tu canción favorita, Tiana Barksdale?

 

****

El agente Demarius Brown lanzó un sobre de manila hacia el desordenado escritorio del agente Bundy.

―Bundy, ha llegado este sobre para ti.

―¿Qué es?

―Si quisieran que supiera lo que es antes que tú, me lo habrían enviado a mí, ¿No? Yo qué coño sé Stan. Ábrelo.

Stan Bundy abrió un cajón del escritorio. Con unas pinzas largas y finas se preparó para abrir el sobre y extraer el contenido.

―Sólo hay esta pequeña lámina de cartón rosa. Parece el flyer de una discoteca.

―¿Ahora te envían cupones de descuento a la comisaría tus putas, Stan? ―Demarius arrancó con una sonora carcajada.

―No, ya le he dicho a tu mujer que deje de enviármelos.

Stan subió una caja y miró de reojo a su compañero. La risa de Demarius tornó en una amarga mueca tras perder el duelo.

―No me jodas Stan… ¿Qué es?

Demarius había lanzado un golpe demasiado alto y dejó el costado desprotegido. Stan aprovechó que su rival estaba sin aire para seguir:

―Mira, hay unos nombres y una fecha. Parece el cartel de algún tipo de evento. Una fiesta o un concierto. ¿Conoces a Desmond Jones? ―dijo Bundy.

―No tengo ni idea de quién es.

―¿Tiana Barksdale? ¿Jatavis Feeney?… ¿Ukeme Bennett?

―Ni la más remota idea Stan… Investigaré esos nombres. Déjame verlo.

―Espera…

―¿Qué pasa Stan?

La cara del agente Bundy parecía ahora la de un crío que se marea en la parte trasera del coche.

―Deshon Brown ―dijo con voz temblorosa Stan.

―¿Mi hijo?

****

―Mi familia nunca apoyó que fuera músico, ¿Sabes Tiana? Vine a Nashville buscando lo que nadie sabía valorar en los Ozarks. Ni en Wichita ni en Tulsa. Ni siquiera ya en Jackson. Nashville, la ciudad dorada para cualquiera que venga con una guitarra a la espalda y una botella de Whisky vacía. La frustración que encontré aquí solo sirvió para vaciar más botellas y romper mi guitarra. Todas las puertas se volvían a cerrar. Una tras otra, sin alcanzar el sueño que venía buscando y repitiendo la pesadilla. Trabajando día y noche en esa maldita fábrica de vinilos del Allied Drive. Aplastando bolas de plástico hora tras hora, donde daría por muertos mis sueños entre plata y níquel. Imaginaba que esas bolas de plástico eran las cabezas de tanto promotor y tanto mánager aprovechado ―Hizo una larga pausa. Respiró entre lamentos y continuó―: Mira, Tiana, nadie quería publicar mi música. Nadie quería saber de un jodido paleto come-ardillas y despelleja-zarigüeyas sin talento de más allá de Woodward. Tu tampoco quisiste escucharla anoche. ¿Recuerdas? E incluso te pagué para ello y ni aun así quisiste.

Tiana, seguía atada a la silla con la barbilla reposando en el pecho. Una enorme herida abierta recorría su cuerpo, desde el pecho hasta el bajo vientre. Las vísceras colgaban aún prendidas del cuerpo rozando el plástico que cubría todo el suelo. Como en una macabra premonición, en el tocadiscos seguía girando el “Help!” de los Beatles. La canción favorita de Tiana.

―Ahora tengo la oportunidad de hacer algo grande, ¿sabes? y que se me reconozca. Quiero que todo el puto Nashville sepa por fin quién soy. Además, cuento con colaboraciones de lujo. Tu entre ellas Tiana.

Al desatarle las manos y la espalda, Tiana calló de la silla sobre una balsa plástica de sangre y tripas. Sus pronunciados pómulos reposaron violentamente sobre la dura lona. Terminó de desatarle los pies y la colocó cuidadosamente, revolcándola entre intestinos y jugos gástricos. Con el afilado cuchillo, empezó a diseccionar piel y músculos. Separó escasos pedazos de grasa del enjuto cuerpo de Tiana, dejándolos amontonados aparte como en un monumento a lo grotesco.

****

―No han encontrado nada en el laboratorio. Ni huellas, ni trazas de ADN. El flyer podría estar impreso de manera casera en papel grueso. Unos 200 gramos, pero no es un acabado profesional. Inyección de tinta, probablemente una Epson. Buscando en los archivos, no he encontrado nada de Ukeme Bennett, ni Feeney, ni nada de Jones. Solo encontré una denuncia de desaparición de Tiana Barksdale.

―¿Y hay algo más sobre la denuncia de Tiana? ―preguntó con interés Bundy.

―Esto te va a encantar Stan. La denuncia es del año 2002. Mujer, afroamericana, nacida en el 86; aquí mismo, en Nashville. Despareció con 16 años. La investigación nunca llegó a cerrarse, pero nadie siguió trabajando en el caso. La familia, vive, o vivía en una de esas casas blancas del Murfreesboro Pike; ese pomposo parque de caravanas venido a menos. Nunca insistieron en esclarecer lo ocurrido ―Demarius se aflojó el nudo de la corbata azul y carraspeó―. Y cuando nadie se acordaba de ella, ¡Bam!, aparece flotando en el arroyo Mill, en el East Haven. Desnuda, abierta en canal, veinticuatro horas después de recibir tu sobre con el flyer.

Bundy frunció el ceño y miró hacia Demarius con cara de preocupación:

―¿Has hablado con tu hijo?

―Esta noche le veré en el Mercy. Toca allí con su banda. La última vez no pude acercarme y debe odiarme por ello. Hablaré con él, pero no quiero que este tema se nos vaya de las manos, ¿sabes? A veces sus compañías no son las más ejemplares.

―Que ande con cuidado, Demarius ―dijo Bundy con voz paternalista―. ¿Vamos al depósito?

―Deberíamos. Pero ve tú; yo seguiré la pista de la denuncia.

****

Cuando las moscas empezaron a sobrevolar el cadáver ya casi frío, Ukeme Bennett empezaba a volver en sí. La mezcla de somníferos y relajantes musculares con cerveza habían hecho bien su trabajo. Mareado y con la visión borrosa alcanzó a ver una sombra frente a él. Estaba de espaldas. Buscaba algo en una estantería llena de discos de vinilo ordenados obsesivamente. Ukeme intentó gritar al ver el cadáver de Tiana. Abierto en canal, con la mirada puesta en el infinito. La mordaza ahogó el instinto y su grito. Intentó moverse y salir corriendo, pero las gruesas cuerdas de esparto laceraron sus muñecas hasta hacerle sangrar. En su violento y desesperado intento por huir, cayó al suelo atado a la silla, pringando su cara de sangre y grasa. Su nariz, aplastada contra el suelo, empañaba el plástico con cada agónica respiración. Se movía como si estuviera teniendo un ataque epiléptico y lloraba por no haber tenido realmente uno en lugar de estar en esa habitación.

―¿Sabes Ukeme? Nunca me caíste bien. Tantas noches juntos bebiendo en el Mercy, viendo a esas mediocres bandas que mueves… Me han servido para saber que sólo eres un hombre débil; sin sueños ni aspiraciones. No como yo ―Golpeó violentamente con el puño a la pared con papel pintado―. ¡Joder Ukeme! y, aun así, has conseguido que te reconozcan y te sigan pagando copas en esta ciudad. Yo he gastado más en Ron para ti que en comida para mí, ¡joder! Ni si quiera eres tan bueno en lo tuyo, ¿sabes? No has sacado ni a una de tus jodidas bandas de Nashville. No has conseguido un contrato en condiciones. ¡Nada! ¡Ni actuar en la tele local, joder! ―Hizo una dramática pausa y se apretó el entrecejo mientras gruñía. Relajó el tonó―: Todavía sigo esperando a que me digas qué te parecieron aquellas grabaciones que te mandé.

Apenas había luz en el cuarto. Ukeme seguía revolcándose, hiperventilando en el suelo. El tocadiscos paró.

―Venga, dime. ¿Cuál es tu canción favorita, Ukeme Bennett?

****

Stan Bundy entró apresuradamente en la sala seis del depósito, donde dispusieron el cuerpo de Tiana tras la autopsia. Era raro que tuviera que ir allí. Normalmente de estos desagradables asuntos se encargaba Demarius. Él tenía mucho más empaque. Tanto empaque como poco sentido del humor. Demarius era de esos policías que añoraba los tiempos patrullando, a pie de calle y al calor de la noche. En la comisaría consideraban que, con su edad, ya no alcanzaría a camellos de pantalones anchos que saltan vallas para huir de la pasma. Además, sus rodillas ya no eran las de aquel adolescente que jugaba al baloncesto.  Stan, en cambio, era el típico policía que prefería tener su cada vez más orondo trasero sentado en una silla; hacer unas cuantas llamadas, mover unos cuantos hilos y firmar cientos de informes al olor de un café de litro y alguna rosquilla.

―Esto no se ve todos los días en Nashville, ¿eh Stan?

El encargado del depósito, un joven, probablemente de origen Paquistano, abrió una de las cámaras frigoríficas. Se recolocó la bata blanca, se subió las gruesas gafas de pasta negra. Infló los mofletes para soltar después un bufido que acompañó levantando las pobladas cejas negras.

―Aquí la tienes.

―¿Qué dice el informe Rashid?

―¿Cuál quieres primero? ¿El de Tiana Barksdale o el de Ukeme Bennett?

―¿Cómo?… ¿El de Bennett? … ―titubeó Bundy.

―Al poco de traer a Tiana, encontraron a Ukeme. ¿Menuda sorpresa eh, Stan? ¡Dos por uno! Y aún hay más…

Rashid abrió otra cámara frigorífica donde estaba el cuerpo de Ukeme.  Mientras Stan observaba los dos cuerpos, el joven forense abrió un archivador. Ambos cuerpos estaban tapados con una sábana hasta el cuello, ocultando las terribles heridas que los hacían piezas de un mismo puzle.  Rashid sacó unas carpetas llenas de fotos e informes junto a una de esas bolsas transparentes con cierre Zip correctamente etiquetada como “Evidencia #5”. En la bolsa, había un extraño rodillo blancuzco con vetas amarillentas y ocres.

―Esta cosa estaba dentro de Ukeme Bennett. En una pequeña bolsa impermeable. La bolsa estaba bien sellada y atada con alambre a la columna vertebral. Para ser más exactos, alambre de tres milímetros entre la T5 y la T6. Nada profesional si lo comparamos con los cortes y despieces que sufrió Tiana.

―¿Profesional? ¿Un médico, quizás?

―No lo creo; más bien un cazador o un carnicero, algo así.

La situación parecía estar superando a Stan que notaba como aquel café y aquella rosquilla que le gustaría estar comiendo se revolvían en su estómago y escalaban por su esófago. Bundy revisó los informes. Ojeó a disgusto las fotografías y pidió a Rashid que le disculpara un minuto. Stan salió al pasillo para que el aire acondicionado terminara de congelar el sudor frío que le recorría por la frente y la espalda- Tragó saliva que parecía arena y puso los brazos en jarra. Se quedó inmóvil mirando hacia el suelo, luchando para no vomitar.  Rashid salió al pasillo en busca de Bundy que seguía respirando hondo entre sudores y carraspeos.

―Antes de que te vayas, Stan. Deberías llevarte esto.

Stan miró directamente a la bolsa con el rodillo que le ofrecía Rashid.

―Lo hemos analizado, y podemos decirte dos cosas: La primera, es que tiene una serie de surcos que recorren toda la superficie, como uno de esos antiguos rodillos de cera para los fonógrafos.

―¿Fonógrafo? Lo que me faltaba, Rashid, ¿ahora tengo que ponerme a estudiar música?… Dime, ¿Qué más hay?

―Aparte de cera industrial para velas, contiene grasa humana. La grasa de Tiana Barksdale y Ukeme Bennett.

Stan no pudo contenerlo más. Se su garganta brotó una fuente negruzca que llenó el suelo de un vómito espeso a base de rosquillas, pretzels salados y perritos calientes. Se limpió los labios con la manga de la camisa, agarró enérgicamente la bolsa de plástico y se marchó hacia la salida. Dejó a Rashid con mirada perpleja y los zapatos mojados.

****

―Siempre fue una chica problemática, ¿sabe usted? Tenía un serio problema con la autoridad, excepto con la de esos chulos de putas y drogatas con los que se juntaba.

Demarius llevaba poco más de una hora encerrado en el minúsculo salón. Las paredes estaban llenas de crucifijos y pequeños altares ofreciendo flores a santos, vírgenes y ángeles. En la casa de los padres de Tiana Barksdale, ya no había nada más por lo que preguntar.

―Aún vivía aquí y ya se marchaba los fines de semana a zorrear por los bares del Sobro. Una actitud así no se puede permitir, no señor. ¡Mire a su madre!, enferma y destrozada; marcada en la comunidad porque su hija era una fulana ―Hizo una breve pausa y resopló―. Nunca le tratamos mal, ¿Sabe? Que quede claro. Ella se fue porque quiso, pero aquí no era bien recibida. No nos alegramos de que haya muerto, claro que no. Todos queremos a cualquier hijo de Dios por malo que sea lo que haya hecho, pero también le puedo decir que, hace ya años que esa furcia no era nuestra hija.

Demarius entornó los ojos. Miró disimuladamente la hora en la pantalla del móvil y volvió a mirar a la cara enfurecida de Devon Barksdale. Eran las seis y media pasadas. Tenía un mensaje pendiente de leer que leyó sin disimular. << ¡Recuerda que esta noche los “ShakeHandlers” tocamos de nuevo en el Mercy! Besos. Deshon>> Junto al mensaje, una serie de Emojis de guitarras, saxofones y caritas sonrientes. Demarius miró a la señora Barksdale. Vivía encadenada a una bombona de oxígeno y a una sonda que llenaba una bolsa necesitada de un cambio urgente.

―Muchas gracias señor Barksdale. Le pondremos al tanto de la investigación.

Devon Barksdale se despidió desde la puerta. Lanzó un tímido saludo a Demarius que ya giraba el volante del coche para salir en dirección al Sobro. Demarius vio por el retrovisor como Devon se persignaba, haciendo varias veces la cruz sobre la camiseta interior blanca de tirantes. Puto hipócrita.

****

Stan miró a su alrededor. La tienda de antigüedades de Erwin tenía siempre una luz tan mortecina como la amistad que les unía. Stan no solía ir a visitarle salvo que necesitara consultarle o rebuscar en su basura.

―Efectivamente Stan, se trata de un cilindro fonográfico. Y además está grabado. Fíjate en esos surcos. Tengo miedo de deteriorarlo. Se ve de una calidad muy pobre.

Todas las rarezas, aparatos y cachivaches que poblaban las estanterías parecían haber llegado ahí tras una explosión; no había ningún tipo de orden y todo estaba cubierto por una gruesa pátina de polvo viejo. Stan señaló a un viejo fonógrafo que Erwin puso sobre el mostrador. Según el propio Erwin, una auténtica reliquia; del mismísimo Edison. <<Claro que sí>> pensó Stan.

―¿Podrías reproducirlo?

―Podría ―dijo Erwin preparando el fonógrafo.

Erwin manejaba el cilindro como si fuera lo más delicado que Stan hubiera visto nunca. Introdujo dos dedos enguantados en látex en unas pequeñas cavidades en la base que facilitan la conservación del rodillo. Lo colocó con sumo cuidado y esperaron a que la aguja comenzará a recorrer los surcos. Cuando un sonido distorsionado empezó a fluir, Stan dio un respingo y no acertaba a encontrar la aplicación en su móvil para grabar aquello. Un sonido crudo y grotesco, sucio y rancio encubría lo que aparentaban ser gritos y voces. De entre el sonido roto, apareció una voz que se llegaba a entender bastante bien. Parecía la de un hombre joven que acompañado de unos desafinados acordes de guitarra entonaba una tonta cancioncilla. Durante un rato, Erwin y Stan se miraron perplejos, esperando a que la grabación terminara.

―Stan, no sé si es cosa mía, pero… esto es horrible ¿verdad? ―interrumpió casi susurrando Erwin.

―¿Te refieres a la canción? Ya lo creo que sí… ―dijo incrédulo Stan.

Cuando la terrible canción, de composición pobre y mensaje vacío terminó, se pudo escuchar claramente una última frase. << ¿Quieres cantar conmigo Deshon Brown? Toca esta guitarra para mí>>

****

―¿Dónde coño se habrá metido Deshon? Le he llamado como veinte veces y no lo coge. No hace caso ni a Whatsapp ni contesta a mis mensajes… Vamos a empezar en quince minutos y sin él, Rufus anda tan perdido que no sabe ni encontrarse el culo.

―¡Eh! ¿Qué dices tú?, idiota ―gritó un tipo que cerraba la funda de un saxo tenor.

―Sabes bien lo que digo Rufus. Sin la guitarra de Deshon pierdes el ritmo.

Rufus miró con los ojos entrecerrados a Kenya que hablaba tras la batería. Le miraba con rabia a sabiendas de que tenía razón. Los “Shakehandlers” necesitaban que Deshon viniera y rápido o aquella noche en el Mercy, sería un desastre. El local estaba lleno hasta la bandera.

―Seguro que sigue de pedo con Tiana. Hace un par de días se agarraron una buena. Esa chica es peligrosa…Desde luego que sí… Un jodido peligro. Estuvieron con Ukeme y con ese tal Randy, Billy Bob o como cojones se llame. Ese tío bebe como un animal ―dijo un tipo con un bajo colgado al hombro.

―A mí, ése, me da muy mala espina. Es un jodido paleto ―dijo Aniyah imitando entre risas el acento de más allá de los Apalaches.

―Chester. Se llama Chester y no es mal tipo. Lleva meses viniendo por el Mercy y tiene buen gusto. Vive aquí cerca. Nos habrá visto ya unas diez veces ―aseguró orgulloso Rufus.

―¿Tanto hemos tocado aquí? ¡No me jodas!, ¡Tenemos que salir más! ―gritó casi horrorizada Kenya.

―¡O más! Yo estoy harta de este antro ―dijo Aniyah resignada mientras revisaba las conexiones de su hammond.

Rufus echó un ojo a la expectante muchedumbre.

―Mírale, ¡Ahí está! ¡Eh Chester! ¿Cómo va?

****

El Mercy estaba lleno como de costumbre. Demarius había aparcado entre Middleton y la séptima. Entró en el local, y vio cómo los “Shakehandlers” aún no habían comenzado. Seguían preparando los instrumentos sobre el escenario, discutiendo y riendo al ritmo del hilo musical apenas perceptible por el barullo. Mientras pedía un Cerveza buscaba a su hijo con la mirada. Solo alcanzó a ver a la clientela habitual de un viernes por la noche. Mucho “Whisky Sour”, poco “Tequila Sunrise” y mucho menos “Sex on the Beach”. Intentó saludar a Rufus y a Kenya que seguía ajustando los platos de la batería. El saludo quedó perdido y ridículamente huérfano entre la muchedumbre.

El nerviosismo empezó a clavarse en la nuca como alfileres helados. Rastreaba el local mientras bebía largos tragos de cerveza más caliente que su sudor. Su mirada escaneó el bar como si tuviera rayos X en los ojos. Sacó el teléfono y marcó de nuevo el número de Deshon. Agotó los tonos mientras giraba la cabeza a un lado y a otro para reparar siempre en un tipo que le sonreía con una dentadura incompleta. La melena larga, lisa y rubia a lo mullet, le caía sobre una camisa de franela sin mangas, a cuadros rojos y negros. Le lanzó un silencioso brindis desde la otra esquina del local. Dio un largo trago a su cerveza, y con una sonrisa que heló la sangre de Demarius salió por la puerta trasera del local. Aún latía en el interior de Demarius el fuego que le hervía la sangre cuando patrullaba las calles del East Nashville. En ese momento, el instinto mandó una enérgica punzada eléctrica a sus piernas. Empezó a apartar a la gente que encontraba a su paso, corriendo para alcanzar la puerta trasera de Mercy. Un buen instinto policial. Un mal presentimiento.

Cuando salió, vio a aquel tipo, corriendo calle abajo. Demarius, sacó su pistola reglamentaria.

―Vamos rodillas, no me falléis ahora.

****

Stan gritaba histérico. Daba golpes al volante y conducía sin control. Había recibido un aviso. Un tiroteo cerca del Mercy.

―¡Demarius maldita sea! ¡Cógelo! ¡Coge el puto teléfono!

Cuando llegó y vio el dispositivo desplegado se temió lo peor. Bajó del coche y mostró la placa para entrar rápidamente al edificio. Subió las dos plantas del cochambroso bloque donde se había producido el tiroteo. Avanzó por el pasillo, roído por las termitas. Estaba enmoquetado pobremente y lleno de colillas. Llegó a un apartamento que tenía la puerta abierta.  Encontró a Demarius. Estaba aún en el pasillo, inmóvil; roto. Bajo sus pies, yacía un tipo rubio y desdentado. Tenía varias heridas de bala de las que todavía brotaba sangre. Lucía una grotesca mueca de satisfacción bajo el disparo que tenía en la frente. Stan miró a su compañero con preocupación.

―Demarius, ¿estás bien? ¿Estás herido? Dime algo, joder… ―Lo zarandeó para que reaccionara―¡Dime algo Demarius, por favor!

Su compañero no articulaba palabra y solo pudo señalar vagamente hacia dentro del apartamento. Un sordo gemido salió de su potente garganta al tiempo que rompía a llorar. Stan asomó la cabeza al apartamento y sus ojos no dieron crédito al macabro espectáculo. El olor a sangre corrupta se clavó en su cerebro. En el centro de la sala, sentado en una silla, el cuerpo de Deshon Brown permanecía desnudo. Estaba atado. Las patas de la silla machacaban una lona plástica. Donde debería estar su cabeza, habían clavado salvajemente el mástil de una guitarra. Se habían ensañado de tal manera con el cuerpo, que el astillado mástil asomaba de la piel bajo el esternón, arrastrando con él órganos e intestinos.  La cabeza de Deshon, abierta como un melón y con su propio pene insertado en su boca, daba vueltas en el plato de un tocadiscos entre moscas y pequeñas larvas. Antes de retirar la mirada, Stan inspeccionó la mugrienta habitación. Las paredes estaban salpicadas por sangre, restos del cerebro de Deshon, banderas sureñas e insignias del Ku Klux Klan. Vio algo escrito, con sangre ya parduzca en una de las paredes.

―“Cry me a river” ―dijo Stan retirando la cara con repugnancia.

Demarius, se apoyó en el marco de la puerta y fue resbalando hasta caer de rodillas sobre la moqueta verde del pasillo. Entre sollozos, destrozado por el dolor de la pérdida pudo decir:

―Es nuestra canción Favorita.

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