4 octubre, 2024

Queridos amigos, en Historias Pulp somos adictos a los microrrelatos, y por ello tenemos una sección de microrrelatos que está abierta a vuestra participación. Todo aquel escritor que desee ver su micro publicado en ella solamente tiene que enviarnos su aportación…

Rafael Blasco López, nos envió este magnífico, irónico y desternillante microrrelato con el que hemos disfrutado muchísimo. Y ahora…¡que comience La visita!

La visita

Tiritando como frágil hoja al viento, la mujer de Anselmo escondía su pánico tapada hasta la cabeza con la sábana de la cama en su dormitorio.

Su marido en cambio, se espatarró y desabrochó la parte superior del pijama en una actitud chulesca y desafiante, mostrando la alfombra de plata de su pecho, provocada por el duro transcurso de sus noventa primaveras.

El viejo reloj de pared exclamó desde el pasillo de la vivienda doce tañidos largos, en los que el cuco no asomó por su ventanuco, anunciando el negro presagio que se avecinaba.

El tiempo se paralizó, el ambiente se volvió espeso, seco y agrio, entonces apareció. Cubierta con un manto negro, la Muerte entró en escena despacio, flotando sobre el suelo con su habitual silencio sepulcral. Señaló al anciano con los huesos de su mano, carentes de carne y piel. Su voz de ultratumba retumbó en la habitación.

—¡Es la hora Anselmo! ¡Vamos, acompáñame!

Lejos de intimidarse, el anciano se agarró la entrepierna y empezó a manosearse. Sacó su lengua agitándola en el aire antes de responder con todo el descaro del mundo.

—¡Por supuesto que es la hora! ¡Vamos a hacer el amor nena! ¡Ven, voy a darte duro! ¡Acércate que te dé lo tuyo!

Durante dos eternos segundos, Anselmo juraría ver cierto sonrojo bajo la oscuridad de la capucha. La portadora de la guadaña dudó un instante, dio media vuelta y se marchó con el mismo mutismo que llegó.

La mujer del nonagenario le habló nerviosa tras descubrir sus ojos.

—Es… es la cuarta vez que viene este año. ¡Esto no puede salir siempre bien! Además… ¿qué vas a hacer el día que te diga que sí?

Una pícara sonrisa apareció en el rostro de Anselmo.

—Cariño, a estas alturas de la vida estoy más que seguro que sabrás perdonarme una pequeña infidelidad.

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