A continuación, un relato de tintes mitológicos pero ambientado en una devastadora época incierta en el tiempo.
¡Esperamos que disfrutéis de esta pausada pero climática narrativa, pulperos!
A continuación, un relato de tintes mitológicos pero ambientado en una devastadora época incierta en el tiempo.
¡Esperamos que disfrutéis de esta pausada pero climática narrativa, pulperos!
Edgar fue un niño que siempre deseó alcanzar el cielo, en el sentido astronómico del término, no sabía si como astronauta o como un simple observador de esos que usan un telescopio y tienen los pies bien pegados a la tierra.
Sin embargo, la tecnología de su época todavía no había sido capaz de inventar un cohete dotado de la propulsión necesaria como para vencer la gravedad terrestre, aunque eso no significaba que el proyecto de fabricarlo no existiera dentro de las mentes más preclaras del planeta.
Ya es de noche, y la lluvia empieza a azotar la calle.
Al principio, como lagrimeando y con lentitud.
Después con ímpetu, con ganas de llegar a la meta como los atletas de una carrera.
Ahora las gotas caen rápidas como escupidas por una ametralladora mojándolo todo: los postes de luz, las fachadas, las veredas, la tierra que ocupa el lugar donde debería estar el pavimento.
Pronto las calles se volverán acequias, o si se quiere lagunas con grandes orillas de barro, no solo por obra de la lluvia, sino también de las tuberías que evacúa el agua recién empozada.
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