27 julio, 2024

 

1. Bajo las nubes de Venus

En 1934, un adinerado playboy norteamericano, llamado Carson Napier, concibió la extravagante idea de arribar a Marte atravesando el espacio que media entre la Tierra y el cuarto planeta del Sistema Solar con un torpedo-cohete de su propia invención, el cual fue construido en el suelo de la Baja California con fondos propios, y bajo la anuencia del gobierno mexicano. Poco antes de partir, Carson se contactó con Edgar Rice Burroughs, un afamado autor de ficción popular de la época, y acordó transmitirle telepáticamente todo lo que fuera digno de mencionar  durante y después de su osada travesía espacial.

La imaginación del joven playboy ( siempre ávido de experiencias excitantes) había quedado completamente fascinada con las especulaciones científicas que consideraban a Marte como un mundo con bastantes posibilidades de albergar vida semejante a la terrestre pues anhelaba convertirse en el primer terrestre en lograr la proeza de pisar el suelo marciano y tomar contacto con las posibles civilizaciones, las llamadas Culturas X, que tal vez se hubieran desarrollado sobre la superficie de aquel mundo aparentemente desolado. El  joven millonario yanqui confiaba tanto en su buena estrella que no consideró para nada la posibilidad de retornar inmediatamente a la Tierra, más bien se avitualló de todo lo necesario para sobrevivir sobre el planeta rojo durante los 686 días que dura el año marciano. Por desgracia, cuando el cohete pasó cerca de la luna, el campo gravitatorio de nuestro satélite influyó sobre la trayectoria que llevaba, y consiguió desviar a la astronave de su ruta prefijada enrumbando con dirección al Sol. Así, durante todo un mes, si nos atenemos a un cómputo terrestre, Carson vivió con la angustia de saberse condenado a un deceso seguro  en medio del abrasante calor del astro rey, pero la sentencia de muerte que le aguardaba en cuanto llegara a ese “ ingente horno” estelar se convirtió en una especie de indulto cuando la atracción de Venus entró en juego y obró el milagro de hacer que la astronave de Carson pusiera proa hacia la órbita de aquel planeta eternamente encapotado, al que la ciencia de los años treinta consideraba “incapaz de soportar la vida humana porque donde su superficie no es demasiado cálida es demasiado fría”, tal como consta en el libro “Piratas de Venus”, el primero de los cuatro que Edgar Rice Burroughs escribió como cronista oficial de las aventuras de nuestro astronauta aficionado, aunque cabe decir que en las mismas el escritor se dejó llevar mucho por su fértil  imaginación; pues tergiversó demasiado, las andanzas de Carson Napier sobre el planeta Venus como veremos a continuación. Enfrentado a esta álgida situación, y con las espesas nubes de Venus oscureciendo el ojo de buey puesto sobre la cabina del cohete, Carson se colocó la máscara de oxígeno sobre la cara, ajustó el arnés a su cuerpo y se dispuso a arrojarse en paracaídas sin importarle mucho si la muerte lo estaba aguardando al final del camino o no, total ya había aprendido a manejar el miedo a la muerte durante la macabra pausa que había precedido a la afortunada casualidad que había conducido su cohete hacia Venus; a continuación abrió la escotilla de acceso y saltó, entonces su cuerpo se hundió en medio de aquella masa nubosa, durante unos breves segundos sintió el vértigo de la caída libre  expandiéndose por todo su cuerpo, luego tiró de la cuerda del paracaídas y el hongo de tela se desplegó unos veinticinco metros por encima de su cabeza sacudiendo su cuerpo pero frenando su caída y absorbiendo la sensación de vértigo antes descrita. Poco a poco, Carson fue descendiendo más y más y pudo divisar que bajo sus pies se extendían dos grandes masas continentales, a modo de grandes mesetas, situadas la una al norte y la otra al sur del ecuador venusino, que se elevaban sobre una extensa llanura cubierta de cráteres y uno que otro volcán sembrado por aquí y por allá ; era un paisaje desolador y solitario que parecía el marco adecuado para convertirse en la tumba de aquel osado explorador del cosmos, pero de pronto la escena cambió y la llanura se volvió líquida, y las mesetas mutaron en islas que parecían flotar sobre un vasto océano de color tan oscuro como el petróleo;  sin embargo esa visión duró sólo unos segundos y se transformó en el mapamundi de un planeta cuya enorme masa continental cubierta de selvas que parecía confluir hacia el mar en una serie de penínsulas y archipiélagos muy cercanos los unos de los otros, pero otra vez el escenario varió y presentó ante los ojos de Carson una nueva configuración que lo fascinó por la tremenda semejanza que aquella masa de tierra guardaba con una mano humana con la palma mirando al cielo, y cuyos dedos parecían se internaban dentro del agua como si fueran malecones, ahora que estaba a menor altura Carson se dio cuenta que tres dedos de aquella mano se desmenuzaban en pequeñas islas tan juntas las unas de las otras que los geógrafos se les ha ocurrido asociarlas y darles el nombre de archipiélagos para su mejor estudio, pero los dos dedos exteriores de la mano, es decir el índice y el pulgar habían asumido el aspecto de angostas penínsulas cuyos extremos parecían estarse atrayendo mutuamente a través de la porción de mar que los separaba.  Carson casi rogó porque ese rutilante calidoscopio de imágenes no siguiera sucediéndose infinitamente; Venus podía tener mil caras y hasta el momento sólo le había mostrado cuatro, ¿ se trataría acaso de un fenómeno natural semejante en alguna forma al espejismo que da en los desiertos de la Tierra? ¿ o estaría inmerso en una especie de distorsión temporal en la cual confluían distintas realidades que se habían dado sobre la superficie de Venus? ¿ o simplemente se estaría volviendo loco? La verdad es que no disponía de elementos de juicio como para decidirse por una cosa o la otra, y solo deseaba que ese carrusel de realidades llegase a estabilizarse lo suficiente como para poder aterrizar en un escenario favorable, que no fuese el inhóspito paisaje que sus ojos contemplaron la primera que contempló la cambiante superficie del segundo mundo del Sistema Solar.

 

2. La grieta sombría

La ruleta de los cambios continuó su marcha y Carson se sintió como esa esfera que gira en alrededor en pos de caer en la casilla que el azar decidiera después de culminar su vuelta, más bien pareció incrementar su velocidad conforme seguía  descendiendo, ahora sus ojos volvían a contemplar las dos grandes masas continentales que había visto al comienzo; Venus le estaba mostrando una cara más, un paisaje distinto, un poco menos exótico en cuanto a su aspecto, pero igual de solitario, esta vez la llanura sobre la cual  ambas se elevaban se encontraba enteramente cubierta de agua, y había sepultado las elevaciones menores que se encontraban entre las costas de ambos continentes, después de la inundación tan solo habían quedado visibles algunas elevaciones que, en este escenario, se habían convertido en islas de pequeña y mediana extensión dispersas a modo de archipiélagos; Carson se había dado cuenta que estos escenarios ( aunque tal vez sólo fueran simulacros producidos algún ser poderoso y delirante, lo sabría cuando pusiera el pie sobre el suelo alienígena) tenían una breve vigencia ( entre cinco o seis minutos) antes de continuar sucediéndose, como ya estaba bastante cerca del suelo lo más probable era que cuando aterrizara se convertiría en una figura más de aquel paisaje que ya se veía muy cercano comparado con el enorme horizonte que había enfrentado cuando abandonó su cohete allá arriba, en medio de las nubes, en las capas altas de la atmósfera de Venus. El descenso fue inmediato, Carson dobló las rodillas y  puso los pies juntos para absorber mejor el impacto que implicaba tocar la tierra, a continuación rodó sobre el suelo y tuvo una ligera percepción del calor acumulado dentro de la superficie rocosa que lo estaba recibiendo en ese momento; rápidamente se puso de pie y se deshizo del arnés que vinculaba su cuerpo con las cuerdas del paracaídas que lo había ayudado a llegar hasta aquí, hecho esto miro hacia atrás y le pareció que lo ahí dejaba era el cadáver de una medusa, arrojada por la marea sobre una playa de arena, es más aquí no había arena y se hallaba relativamente lejos del océano ( venusino, no terrícola) pero la imagen servía perfectamente para justificar el abandono del paracaídas: era la segunda cosa que abandonaba en lo que iba del día, primero fue el cohete ( con toda la provisión de alimentos que llevaba a bordo) y ahora se desprendía del paracaídas ¿ acaso de este modo quería indicar que estaba dispuesto a dejarse morir?, tal vez ni él mismo sabía lo que haría, todavía disponía de la provisión de oxígeno procedente del tanque que llevaba a cuestas y eso significaba que todavía podía sobrevivir unas cuantas horas más, después tendría que arriesgarse a respirar la atmósfera de este mundo extraño; en eso miró al cielo y se percató que el día venusino guardaba cierta semejanza con una jornada nublada allá en la Tierra, aunque el cielo era gris parecía resplandeciente, y aquí abajo empezaba a sentir un calor sofocante, superior al del más tórrido verano del cual tuviera memoria. Literalmente se estaba cocinando dentro de aquel traje espacial; cuando los problemas se presentaban su mente actuaba con mucha rapidez, y sus ojos obedecían a esa proverbial celeridad echando un oportuno vistazo al entorno que lo rodeaba; entonces Carson se dio cuenta de dos factores importantes a) el escenario que pisaba no había variado todavía pues el océano seguía en su lugar y los continentes no habían evolucionado a nada peor de lo que ahora eran y b) sus ojos distinguieron la abertura de una cueva rasgando la pared de  una de las imponentes montañas que lo hacían sentirse un enano en un mundo de gigantes, aunque dichos gigantes fueran simples entidades inanimadas. El calor era intenso, Venus vivía inmerso en un eterno verano producto de la absorción por parte de la atmósfera de la radiación procedente del sol, por ello a Carson se le ocurrió que tal vez sería mejor para él buscar refugio en aquella oquedad que sus ojos acababan de descubrir, tal vez ahí dentro la temperatura fuera más soportable que ahí afuera; en todo caso era necesario que se pusiese en marcha hacia aquel refugio potencial, en cualquier caso la montaña estaba ahí llenando todo el horizonte como si fuera un dios distante que le estuviera exigiendo una adoración absoluta. La compulsión de ir hacia la montaña era demasiado fuerte como para resistirse a ella, y se sintió inclinado a obedecerla; por ello Carson empezó a correr hacia allá con la vista fija en la quieta estructura cónica, con aspecto de volcán, y que seguramente tenía millones de años de existencia encima, aunque en términos geológicos podía considerarse una estructura todavía joven; mientras avanzaba comenzó a hacerse más y más grande de lo que parecía ser, en sí misma aquella tremenda mole rocosa parecía estarlo invitarlo a descubrir los secretos habidos en su interior a través de aquella grieta abierta en uno de sus flancos, de hecho su capacidad para la telepatía estaba funcionando en su faceta receptora pues ahora los mensajes que le llegaban desde la montaña con una total nitidez. Ya estaba cerca, demasiado cerca, podía decirse que sus manos enguantadas podían tocar los pliegues de aquella vieja herida que había abierto la sólida roca venusina quién sabe cuánto tiempo atrás, era cuestión de seguir adelante y penetrar dentro de las sombras que prosperaban de aquella boca con los labios abiertos dispuesta de modo vertical ( la comparación era perfecta y Carson esperó que Edgar Rice Burroughs conservara esta imagen cuando entregase a la imprenta el relato mecanografiado de sus andanzas sobre Venus) Sin embargo, ahora tenía algo más inmediato en que pensar y se metió dentro de la grieta esperando toparse con una temperatura menos ominosa y más fresca de la que reinaba allá fuera.

3. Transferencia de memoria

Carson siguió metiéndose más y más dentro de la grieta, al principio con mucho esfuerzo pues el traje espacial que llevaba puesto embarazaba mucho sus esfuerzos, pero bastó que consiguiera introducir la mitad de su cuerpo dentro para que la distancia entre las paredes interiores se fueran ampliando más y más dejando suficiente luz como para que alguien seguir adelante , ahora Carson tenía las cosas más sencillas y  podía abrirse paso dentro de aquella sombría cavidad cuya longitud ignoraba en ese momento, sin duda aquel túnel tenía que haber sido construido por seres racionales, y por ende conducía a alguna parte; por el momento decidió olvidar ese detalle y permitirse unos cuantos minutos de ocio tendido sobre el suelo del túnel ( a estas alturas no sabía si la palabra se le había ocurrido a él, o si Edgar Rice Burroughs se la había sugerido telepáticamente para ayudarlo a esclarecer la descripción  de aquel extraño lugar adonde había ido a parar) Para su beneplácito sus previsiones de encontrar un clima más benigno dentro de la grieta habían resultado bastante acertadas, y una sensación de placidez y confianza en el porvenir se difundió por todo su cuerpo acostado. Le hacía bien todo ese relajo después de todo el esfuerzo que le significó haber llegado hasta ahí. De repente el túnel se iluminó y eso añadió un detalle nuevo al entorno, por ello Carson abrió los ojos deslumbrado por la poderosa  luminiscencia que se desprendía de aquellas paredes rugosas, parecía como si alguien hubiese pronunciado las palabras mágicas ¡Hágase la luz! desde el fondo de aquel túnel serpenteante, es más tenía la plena seguridad de que la aparición de la luz era la prueba fehaciente de que se encontraba dentro del área de influencia de una antigua inteligencia que por razones desconocidas se había refugiado en el interior de aquella montaña, no tenía que estrujarse demasiado los sesos para considerar esa idea como cierta; más bien le intrigaba saber cuál sería el próximo paso del plan de aquel extraño anfitrión que lo había acogido en su seno; Carson no tardó mucho tiempo en saberlo, pronto su mente quedó inundada de una secuencia de imágenes, dispuestas en cascada, a modo de esos dibujos animados que Walt Disney producía allá en los Estados Unidos, a través de ese medio el Amo del Túnel ( Carson decidió llamar así a la inteligencia que había entrado en contacto telepático con su mente) le hizo saber que podía despojarse del traje espacial que lo cubría, y que la atmósfera que imperaba dentro del túnel era accesible para un respirador de oxígeno como él, por ello se despojó del pesado traje que envolvía su cuerpo y se sintió muy aliviado de sentirse en un ambiente donde podía moverse con mayor comodidad. El invisible hilo de Ariadna que se había tendido entre Carson y el Amo indujo al primero a seguir adelante por el corredor iluminado en pos de un destino que ya tenía claro en su mente, pues la imagen que el Amo le había facilitado le ayudaba mucho en su búsqueda ya que simplemente tenía que aguzar la vista para cuando apareciera una imagen similar a la copia nemotécnica que tenía almacenada en su memoria. Carson siguió andando y cuando llegó al final del túnel se dio cuenta que había llegado a una especie de cámara circular cuyas “paredes” se hallaban cubiertas de grandes bloques cuya superficie aparecía enteramente cribada por unos agujeros circulares de los cuales sobresalían unos tubos cilíndricos que parecían probetas vistas desde lejos, lentamente la luz que hacía clara la escena  incidió en el centro de la cámara permitiéndole ver un sillón parecido al que usan los dentistas para atender a sus paciente, como aquella imagen exterior se correspondía perfectamente con la que tenía guardada en su mente, Carson entendió que había llegado a su destino. A continuación, se acercó a uno de los bloques que almacenaban aquellos tubos, y puso su mano sobre uno de los que se encontraban más cerca de él, apenas tuvo contacto con el tubo, el mismo se deslizó suavemente hacia fuera, entonces Carson se dio cuenta de que se trataba de una estructura cilíndrica de aspecto cristalino en cuyo interior parecían reñir todos los colores del arco iris; el espectáculo era bastante vistoso y el tubo mereció toda su admiración durante un buen rato antes de que recordase insertarlo en uno de los muchos orificios practicados sobre una consola situada frente al sillón antes mencionado. Hecho esto cogió una especie de cinta acolchada que también estaba conectada con aquella consola y se rodeó las sienes con la misma a modo de vincha, luego se tendió sobre el sillón y espero inquieto a que diese comienzo el proceso. Poco a poco el tubo empezó a brillar como un destello de sol mientras transfería su todo su contenido hacia la mente de Carson, sólo entonces supo que se encontraba dentro de una agreste montaña llamada Alfa Regio situada al este del continente Afrodita, muy cerca del ecuador venusino, y supo también que el Amo del Túnel no era más que una copia de la memoria de un sujeto llamado Carlton Davis, el cual había emigrado a una de las realidades paralelas que florecían en Venus con el extravagante propósito de pescar uno de los leviatanes que prosperaron en los océanos venusinos, y por último se enteró que Davis lo había atraído hasta ahí con la intención de convertirlo en huésped de su propia conciencia para llevar a cabo su frustrado proyecto de extraer un Ichtyform Leviosaurus ( nombre científico del leviatán familiarmente conocido como “Ikky”), del océano oriental de Venus.

4. Ikky, el invencible.

Entonces, una cubierta transparente se desplegó envolviendo al sillón por todas partes aislando el interior del exterior, convirtiendo el entorno cercano al mismo en una especie de cápsula de eyección lista para ser lanzada, mientras Carson dejó escapar un involuntario grito de asombro ante el hecho consumado, y no solo por esto sino porque era la primera vez que se sentía totalmente solo en aquel mundo extraño: su conexión telepática con Edgar Rice Burroughs se había interrumpido repentinamente, brevemente imaginó la pausa que estaría haciendo el escritor ante la ausencia de información que transcribir, pero su consternación jamás podría compararse con la que Carson estaba padeciendo al saber que su conciencia estaba siendo invadida por Carlton Davis, convirtiéndose en una mente híbrida que bien podría asumir el nombre  de “ Carson Davis”.

De pronto sonó un crujido, y la neo cápsula empezó a ascender aceleradamente impulsada por una tremenda fuerza mecánica que lo estaba proyectando arriba como si fuera el proyectil de una super catapulta, de ese modo la cápsula ascendió aceleradamente  por el pozo que perforaba la montaña de Alfa Regis longitudinalmente hasta abandonar las entrañas de aquella roca para atravesar parabolicamente el opaco cielo de Venus, por encima del océano que bañaba el archipiélago de Nauka, para empezar a descender precisamente sobre una especie de chimenea que coronaba una  el bloque central de una serie de diez grandes cubos alineados longitudinalmente sobre la costa de una pequeña isla que formaba parte del mentado archipiélago. La cápsula se embocó perfectamente en aquella abertura como si fuera una especie de balón de basquetbol diestramente lanzado hacia la cestilla que concede el punto.  Una vez dentro, la mente híbrida de Carson Davis reconoció al tubo como la Zona de Recepción, antesala del espacio interior del bloque principal desde el cual se manejan todas las instalaciones de Diezcuadrados, la cápsula se deslizó a través de aquel intestino de metal hasta llegar al puente de mando de un buque completamente acorazado, de forma cuadrangular y tan grande como una cancha de fútbol, sin casi obra muerta por encima del casco, tan sólo dotado de una burbuja, dotada con un sonar,  que se alzaba sobre su eje central y dos torres metálicas (parecidas a las que usan para la extracción del petróleo allá en la Tierra) situadas a popa y a proa respectivamente de aquella burbuja central, desde la cual se controlaba la embarcación. Las torres se hallaban equipadas con grandes garfios diseñados para levantar cualquier cosa pesada y tan grande con el leviatán que prosperaba en los océanos de aquella versión de Venus.

Los grandes portalones del Bloque Central de Diezcuadrados se abrieron de par en par y el buque se fue deslizando a través de unas acanaladuras dispuestas sobre una superficie inclinada, la cual conducía hacia las aguas del mar venusino Conforme la nave iba penetrando mar adentro, Carson Davis iba recuperando más recuerdos sobre la misión que debía llevar a cabo, por ejemplo, recordó que la nave que estaba tripulando se llamaba Deslizador, y que era un pescador en pos de la presa más preciada de los mares de Venus: el Ichtyform Leviosaurus; ahora su mente estaba conectada con todos los sistemas de la embarcación que navegaba con la intención de atraer a un “Ikky” mediante un cebo que se dispone a lanzar al agua. Carson Davis sabe que en caso su esfuerzo tenga éxito lograría una proeza inédita en los anales de la malhadada plataforma, pues todos los intentos realizados para pescar a esta bestia marina han resultado totalmente infructuosos para quienes lo intentaron; entonces recordó que en cierta ocasión casi consiguió la hazaña de capturar a un “Ikky”, pero la bestia narcotizada despertó justo cuando estaba siendo sacada del agua y descargó toda su furia no solo contra las instalaciones de Diez cuadrados, sino también contra él mismo enviándolo al hospital por una buena temporada.

El cebo colgaba del garfio que pendía de la torre de proa, era un gusano grueso y anillado que se retorcía inquieto sobre el mar hacia el cual sería arrojado, su cuerpo anular estaba lleno de una sustancia narcótica prevista para adormecer al rey de los mares venusinos y.  así conseguir el máximo trofeo que un colonizador terrestre podría conseguir en aquel plano de realidad. Y Carson Davis estaba ansioso por conseguir esa presea, odiaba a “Ikky” tanto como se puede odiar aquello que resulta inaccesible al propio esfuerzo, esa bestia irracional ya lo había dejado como un tonto una vez, y no permitiría que esto volviera a pasar así fuera lo último que hiciera sobre Venus.

Su pensamiento estaba puesto en la visión última del proceso, es decir veía a “Ikky” saliendo de las aguas dormido e inerme, listo para ser descuartizado, solo era cuestión de apretar los botones correctos de la consola que tenía enfrente; su mano no podía fallar, pero era cuestión de recuperar el recuerdo correcto, de saber cuál era el color del botón que lanzaría el cebo hacia el agua procelosa que veía desde la pantalla, solo era necesario era eso para que la aquella gloriosa visión de “Ikky” que tanto le agradaba se hiciese una realidad, de un tirón por decirlo así. Sin embargo, su corazón latió más fuerte cuando vio que la cabeza de “Ikky” salía del mar con las fauces abiertas, pero no en pos del cebo que todavía no había arrojado al mar. No, ahora la perseguida bestia venusina le ofrecía la visión más terrible de su faz, de sus ojos centelleantes y coléricos,  quizá “Ikky” fuera consciente de que se estaba enfrentando a un artefacto controlado por una mente inteligente insertada en un cuerpo mucho más pequeño que el suyo propio, pero el Deslizador era ciertamente horrible y carecía de la agilidad que ostentaba su propio cuerpo, cuya furia se resumía en aquella cola larga y sinuosa que ahora salía del océano cual un látigo tremolante dispuesto a azotar todo lo que estorbase su dominio sobre aquellas aguas. Y el Deslizador era precisamente eso, una cosa fea e informe carente de inteligencia propia, anclada en medio del mar solo para que la furia de “Ikky” se cebara en ella antes de sumergirla en las entrañas del océano como “Moby Dick” había hecho con el “Pequoud” allá en el planeta Tierra.

                                                                               Fin

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Mil caras tiene Venus

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