13 octubre, 2024

Marciano Reyes y la Cruzada de Venus, una de las mejores y más transgresoras novelas pulp de todos los tiempos, continúa cosechando inauditos hitos de absoluta indiferencia entre el público de todo tipo.

Incapaces de asumir nada de lo ocurrido como un fracaso, en Historias Pulp seguimos presumiendo de esta gran obra, unión de los talentos y esfuerzos nada despreciables de los autores Rubén Mesías Cornejo, María Larralde, Elmer Ruddenskjrik, y del polifacético artista que ha ejercido de ilustrador: Israel Montalvo.

Como venimos haciendo de manera regular, os presentamos un buen extracto de una parte al azar, para que podáis paladear las cualidades de esta novela singular, cuyas tres continuaciones están por redactar. Esperamos, pulperos, que lo sepáis disfrutar.

Y ahora… ¡que comience la función!

Extracto del capítulo 10: UN MAL TRAGO

Alguien entró de nuevo con sigilo en la sala e inyectó algún sedante en el gotero de Marciano, y en menos de un minuto se durmió profundamente.

Pero Marciano, que se lo había visto venir, activó (pensando en la cadena de palabras clave, es decir: puente, cerveza, mariquita, cuchara, lobo y crumpfo) la inyección de estimulantes sintéticos de emergencia: un recurso que su cuerpo de cyborg reservaba para contrarrestar estados alterados de la conciencia o para mantenerle con energía unos minutos si se desangraba por heridas graves. O, como en aquel caso, para contrarrestrar el efecto de una potente sedación.

Marciano se incorporó de súbito al segundo siguiente de quedarse dormido, arrancando de cuajo el duro correaje que le había envuelto el pecho y los que le sujetaban por las muñecas. El hombrecillo que le había suministrado la anestesia, un tipo alto pero muy delgado, bastante pálido, y vestido con bata azul de operativo médico, se volvió a mirarle desde su pequeño taburete, frente al estrecho mostrador sobre el que parecía estar preparando suturas químicas de guerra. Llevaba una mascarilla de tela sobre boca y nariz, pero sus estrechos ojos se volvieron circulares y saltones al dirigirse hacia un Marciano que tenía toda la cabeza roja, la cara y parte de la calva cruzada por gruesas venas palpitantes, cuya boca supuraba saliva de un modo parecido al de un rabioso… y cuyos ojos, hinchados y enrojecidos en toda la córnea, soltaban gruesas lágrimas mientras se hincaban contra los suyos. El que poco antes él mismo había llamado “paciente indisciplinado” se acababa de volver “muy indisciplinado”. Con un movimiento de flexión muy rápido y lleno de rabia, aquel cyborg estiró ambos brazos hacia sus tobillos y destrozó los correajes en torno a ellos con una leve torsión, como sin esfuerzo.

El paramédico mercenario, sin saber qué otra cosa hacer, paralizado de pánico, se puso en pie con las rodillas temblando, alzando las enguantadas manos.

—Yo… yo… hago lo que me dicen… no soy capaz de hacerle daño a una mosca. Además… yo solo le he dormido, señor… no le íbamos a hacer ningún daño, ¿sabe? ¡Je, je! Si estamos en el mismo bando, todos, en realidad, ¿sabe? Es un placer conocerle, mi nombre es Tausen Macmilli…

Marciano ya había avanzado a zancadas hasta él y lanzó su diestra mano cyborg recompuesta respondiendo al saludo que le ofrecía el paramédico. Pero ignoró la que le tendía el hombrecillo… La pasó de largo a gran velocidad, de hecho… y atravesó por completo la mitad de su cara, hundiéndose con fuerza y velocidad en el cráneo, atravesándolo por completo hasta romper la unión de las partes parietal y occipital y sobresalir, así, al otro lado arrastrando sesos, fosas nasales machacadas, parte de la faringe y laringe, los ojos y un puñado de sus sesos, además de piel, músculos y carne de su cara. Todo eso salió disparado como de un cañón de picadillo, y el brazo tenso y fuerte de Marciano se quedó con el paramédico enganchado hasta el codo, dentro de su cabeza, en su lugar. Cogió el cuerpo por el cuello con la mano izquierda y tiró para quitarse de encima el cadáver. Acto seguido, imbuido de una rabia y potencia insoportables, soltó un espantoso alarido mientras lanzaba los restos del paramédico con todas sus fuerzas contra las vitrinas de suministros del otro lado de la sala.

—¿Pero qué…? —exclamó un mercenario con mono pardusco, que entraba por una puerta enfrentada a aquella por la que se tenían que haber llevado a Venus.

Marciano cogió una de las placas de vidrio sobre las que el paramédico estaba preparando las suturas químicas y la rompió contra el borde del mostrador para después lanzarla con impresionante puntería contra su cuello. El cristal roto atravesó el cuello del mercenario y se rompió contra el marco de la puerta tras él. En ese momento un compañero suyo entraba a su vez, a tiempo de salpicarle toda la sangre que el primero chorreaba como una fuente hacia atrás y hacia delante, desde ambos orificios de su cuello segado.

—¡Ay! ¡Puaj! ¡Ay, madreee…! ¿Pero qué carajo? ¡Ayyyy, qué ascoooo….! —gritaba con voz algo amanerada el supuesto soldado a sueldo.

Marciano Reyes corrió hacia el hombre que pegaba ridículos saltitos y sacudía las manos a la altura de los hombros, cegados sus ojos por la sangre, que además le corría por el interior de la boca al no dejar de gritar. Le soltó un puñetazo con la mano robótica que le aplastó el cráneo contra el mismo lado del marco donde se había partido la placa de suturas. La fuerte presión, por dentro, hizo que las mandíbulas se cerraran de golpe y partieran en dos la lengua, cuyo extremo salió disparado hacia algún lado por el suelo. A Marciano, por algún motivo, que el trocito de lengua se perdiera le parecía de lo más incómodo, y se puso a buscarlo por el suelo, arrastrándose a cuatro patas.

En la sala contigua, ante la mirada cómplice en sorpresa de Venus, Robby se subía y abrochaba los pantalones, sin soltar su pene biónico, sin embargo.

—¿Qué cojones está pasando ahí? —preguntó Robby al aire. Tiró con el puño tenso de su zurda del comunicador enganchado al cinto de sus pantalones y se lo llevó a los labios—. ¿Qué cojones está pasando ahí? —repitió—. ¿Macmilliardi? ¿Doctor Macmilliardi? ¡Responda! ¡Que alguien responda!

—¿Señor? —respondió otra voz distinta de la del médico de la sala contigua.

—Ni señor ni mierdas, ¿qué pasa en la sala médica? Se oye un jaleo de tres pares de cojones…

—Merry y Pippin acaban de ir a mirar, señor…

—¿Merry y Pippin? ¿Ese par de maricones? Me cago en sus putas caras, ¡¿sabes?!

—Ehm… sí, señor.

—Manda a un par de hombres más, y dile al piloto que se dé prisita en llegar a Venus…

—Ehm… Yo soy el piloto señor…

—¡Pues date prisita en llegar a Venus…! ¡Pufff con estos taraos, macho! —y mirando a Venus, señalándola con el pene en su mano, empezó a caminar hacia la puerta de la sala médica, sin perder el tiempo en cubrirse el musculoso torso desnudo—. Tú quietecita ahí…

Venus le siguió con la mirada, sin nada más que poder hacer, después de todo. Le vio empujar la doble puerta batiente para camillas con un ímpetu algo orgulloso. No podía ver más desde donde estaba: era una androide, pero el juego de su cuello imitaba el de un humano a la perfección.

Rob, sin embargo, sí que vio. Vio la sangre empapando la pared, el techo y las dos puertas batientes al otro lado de la amplia sala. En el suelo, los cuerpos de los mercenarios Merry y Pippin, y a su izquierda el cadáver retorcido y espatarrado del que no podía ser otro que Tausen Macmilliardi. No sabía lo que le había pasado a su cabeza, hundida entre tablas y cristales de los armarios de suministros, pero estaba claro que podía ver a través de ella. También oyó: un jadeo, no, en realidad una especie de gruñido. Se volvió de nuevo al frente. Por detrás de las ruedas de la camilla vacía donde debiera estar tumbado y maniatado Marciano, apareció el mismo Marciano, arrastrándose a cuatro patas, husmeando el suelo como un perro y echando espuma por la boca.

—¡¿Qué cojones haces suelto, Marciano?! —le gritó Rob, señalándole con el pene— ¿Has hecho tú esto, eh? ¿¿Has hecho tú esto?? ¡¡Chico malo, Marciano!! ¡¡CHICO MALO!!

Marciano, sin decir nada, clavó sus ojos, enrojecidos, hinchados, en su viejo compañero Robby, y abrió la boca dejando caer un denso espumarajo blanco. Soltó un ensordecedor grito mientras daba un gran salto con las cuatro extremidades hacia delante, aterrizando de pie varios metros en su dirección y corriendo a toda velocidad, ya erguido, contra Rob, quien corría a su vez a su encuentro.

—¡Te voy a matar, hijo de puta! —gritaba Rob, con todo su desnudo torso tenso de furia, tanto odiaba a aquel que creía el tipo más inepto e inútil que podía ser capaz de regurgitar el universo a lo largo de su infinito proceso caótico de creación de todo lo inerte y vivo. Vamos, que lo creía más tonto que una piedra—. ¡Cuando acabe contigo no van a quedar ni tus moléculas de ADN para…!

Su bravucón discurso quedó interrumpido cuando, inesperadamente, Marciano se agachó en el momento del encontronazo para abrazarle las pantorrillas, justo por debajo de las rodillas, y alzarle con tremenda velocidad y fuerza hacia el techo. Robby se vio desequilibrado hacia delante y gracias a eso no se golpeó la cabeza contra el techo, pero sí el dorsal. El empuje del rabioso Marciano era tal que el golpe le sacó casi todo el aire de los pulmones, y una horrible sensación de asfixia le atenazó al momento de caer al suelo de costado. Marciano se volvió a mirarle, y Rob, por toda defensa, alzó ante sí el largo pene robótico, mientras se empujaba con los pies, buscando distancia con él. Los ojos de Marciano se abrieron de par en par al clavarse en el gran órgano artificial, y en su mente estalló como una supernova la incepción de la idea de que se trataba de una burla al estado desfigurado de sus propios genitales. Se le acercó en dos rápidos pasos, se cernió sobre él, dejando caer densos espumarajos de babas sobre las perneras de sus pantalones y, mirándole a los ojos, lanzó su robótica mano derecha contra la de Robby, arrancándole sin esfuerzo el pene biónico de entre sus (en contraste) debiluchos dedos humanos.

Robby siguió con los ojos el amplio arco que describió su órgano artificial en la mano de Marciano: se alzó por encima y por detrás del hombro derecho de éste y descendió con velocidad, potencia y precisión hacia la oquedad de su boca abierta, con el glande por delante, partiéndole los incisivos al hundirse irresistiblemente, ajustándose, es más, forzando con su gran diámetro y larga extensión tanto las posibilidades de apertura de sus labios y garganta como la profundidad de su esófago. Sólo el grosor del depósito seminal tras el tope de rosca había impedido que se le hubiera hundido por completo, aplastándosele contra la nariz en un fuerte golpe que se la partió en el acto.

Poco dispuesto a considerar aquello el final, Marciano le dio un fuerte pisotón en el pecho, obligándole a tumbarse, sin aire aún y sin posibilidad de recuperarlo al tener su propio pene empalado en la garganta. Robby clavó los ojos hinchados por la asfixia en los ojos hinchados por el delirio psicotrópico de Marciano, y vio en ellos la intención de llevar el siguiente pisotón hacia su cara, justo sobre su boca, justo contra el depósito seminal del pollón, presto a rubricar el final de toda relación con él, al parecer. Pero más allá de su cabeza, delante de Marciano, la puerta por la que habían entrado los mercenarios ya muertos se abrió dando paso a otros dos mercenarios muy vivos. Entraron a saco, abriendo fuego con sus contundentes armas automáticas de proyectiles, barriendo hacia Marciano, manteniendo las miras por encima de su cintura para no herir a su jefe derribado. Pero Marciano Reyes se tiró a un lado, derribando dos de las camillas y protegiéndose con ellas, haciendo alarde de unos reflejos con los que normalmente no podría ni soñar, obviamente.

Robby sintió el alivio de verse salvado mientras en la profundidad de su pecho, justo encima de la boca del estómago, notaba la presión que producía su miembro artificial al  palpitar con fuerza mientras rezumaba un denso chorro caliente de irresistible éxtasis. Le entraron arcadas de puro asco y el estómago se le revolvió. Los jugos gástricos fueron empujados en su heterogénea mezcla con la inesperada y densa nueva materia arrojada entre ellos, y todo salió despedido con fuerza contra el glande que hacía de tapón. La presión aumentó. Robby se las arregló para ser capaz de rodar hacia el lado contrario hacia donde disparaban contra Marciano y quedar a cuatro patas, apoyado sobre las palmas y las rodillas. Otra fuerte arcada consiguió superar el aislamiento estanco en el extremo del esófago del enorme pene cibernético y le recorrió todo el conducto de manera irregular hasta la faringe, donde la curvatura de su garganta y la hinchada carne artificial del miembro, que seguía palpitando de placer, le obligaron a expulsar por las fosas nasales la ácida mezcla de ácido estomacal y del semen que el órgano artificial acumulaba y conservaba para las eyaculaciones. Tosió y empujó con los músculos de su garganta, mientras trataba de asir la superficie metálica y lisa, muy resbaladiza, con los dedos sudorosos y temblorosos de una mano, muy resbaladizos, retorciendo y enjugando aquella mezcla de vómito, mocos, saliva y semen, muy resbaladiza, que se diluía entre las líneas suaves y precisas de la rosca, encajada tras sus dientes, debajo del paladar.

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