27 julio, 2024

La verdad es que las terapias psicológicas, y aún psiquiátricas, pueden fundamentarse en las ideas más absurdas. Por ejemplo, en aquellas frases trascendentes que después se hicieron refranes al estilo de No hay mal que no venga por bien (El Criticón III 206) o Si me quebré el pie, fue por bien (La Celestina VII 245). Y de ellas se han originado muchas variantes como: Cuando una puerta se cierra, ciento se abren; No hay daño que no tenga apaño o Por uno que se pierde, diez aparecen…

Y es que este relato en forma de obrilla taetral es la demostración de que un doctor como el Doctor Svenderenger, eminente psiquiatra, ha sido capaz de elaborar todo un tratamiento o terapia psicológica para aliviar los males del alma completamente protocolizado y contrastado científicamente. O te curas o te trato, sería su lema.

Porque el mal puede ser bueno y sufrir puede aportar claridad de pensamiento, allá va esta pieza literaria única en su especie y en el mundo.

Dedicado a los chiflados que lo vayan a leer; ¡a lo mejor os curáis, y todo!

 

Y ahora, que comience la función…

 

 

 

La Consulta Del Doctor Svenderenger

(Obra Teatral)

 

(Un tipo entra con semblante aturdido en la consulta mascullando palabras ininteligibles. Se queda petrificado al cerrar la puerta tras él y descubrir en mitad de la sala una silla de estilo clínica dental iluminada por un potente foco sujeto a un brazo flexible. Cuanto rodea aquello es oscuridad insondable.)

Paciente Aturdido: ¿Hola? ¿Doctor?

(Con un fuerte chasquido, la sala se ilumina de pronto con la luz cegadora de potentes focos incrustados a lo largo del techo, que amenazan con envolver el pequeño habitáculo en una sofocante atmósfera al son de un intenso zumbido eléctrico.)

Doctor Svenderenger: Pase y siéntese, buen hombre.

(El paciente aturdido se aturde más al descubrir al Doctor a tan sólo unos pocos pasos a su derecha, de pie, junto a la pared. Un respingo le recorre de arriba a abajo, ante su repentina y siniestra proximidad.)

A. : ¿Que me siente? ¿Dónde, ahí?

(Todo el tiempo con las manos a la espalda, el Doctor arquea las cejas y empieza a balancearse adelante y atrás sobre las puntillas de sus zapatos.)

S. : Pues claro, buen hombre, ¿no querrá sentarse en el suelo? Sería extraño para usted y muy incómodo para mí, ¿no le parece?

A. : ¿Pero no era ésta una consulta psicológica?

S. : Vaya, si ya sabe usted a dónde ha venido, y yo sé muy bien cuál es mi trabajo, ¿qué es lo que le aflige de golpe, buen hombre?

A. : (Dirigiéndose con paso vacilante hacia la camilla estilo clínica dental) Bueno, daba por hecho que habría un sofá o un diván para el paciente… algo así…

S. : (Sin moverse todo el tiempo de su sitio, aún balanceándose) Vaya, deduzco que es usted uno de esos tipos que esperan encontrarlo todo a su gusto en esta vida, ¿eh? Me temo que ha visto demasiadas películas que dan una imagen distorsionada de la rama de las ciencias psicológicas, ¿sabe?

A. : (Ya sentado en la camilla, sin dejar de removerse inquieto) Bueno, no es eso, discúlpeme usted, señor Doctor…

(El Doctor se aparece como de golpe junto a su paciente, tras una repentina carrera a veloces pasitos cortos, al final de la cual se da un fuerte golpe en la frente contra el foco en el brazo flexible, que empieza a girar en el sentido de las agujas del reloj. El Doctor no parece haber sentido dolor alguno.)

S. : No se disculpe, buen hombre; veo que padece una especie de exacerbado sentido de inferioridad, que le hace ir siempre con los testículos apretujados contra su agujerito de la mierda, ¿me equivoco, infeliz?

A. : ¡Oiga! ¡Nada más lejos!

S. : ¡Cállese!

(El Doctor golpea a su paciente con un periódico enrollado en su diestra, que llevaba oculto a la espalda hasta entonces. Dos rápidos y acertados golpes, uno a cada lado de la cara.)

S. : Mire, yo soy aquí el experto, como han de acreditar aquestos diplomas, adyacentes a nuestro plano en el guión, ¿los ve?

(El Doctor señala con el mismo periódico a la pared a un lado de la silla estilo clínica dental. Hay unos tres documentos enmarcados, colgados todos de cualquier manera, torcidos. En ellos hay representados unos muñequitos a gruesos trazos, seres humanos, esbozados apenas sus cuerpos con palitos. En todos los cuadros parecen estar tirándose mierda unos a otros, ésta sí bastante fielmente plasmada, en mitad de un desaforado conflicto de todos contra todos.)

A. : ¿Diplomas? ¿Diplomas, dice?

S. : Vaya.

(El Doctor le sacude otro golpe en pleno tabique nasal con el periódico, no tan fuerte esta vez.)

S. : Diplomas, sí. ¿No los ve? ¿O es que está usted manejado por una especie de delirio en el que ve cosas o deja de ver cosas que en realidad hay o no hay, según el caso de que las vea o no cuando éstas no están o que sí, respectivamente?

A. : ¿Qué?

(El Doctor le sacude varias veces con el periódico en la cara, sujetándole con la mano libre los brazos para que no pueda cubrirse.)

A. : ¡Oiga, deje eso ya! ¡Que duele!

S. : ¿Esto? Esto es mi más innovador tratamiento… Lo llamo el Periódico Terapéutico. La gente se empeña en usarlo con fruición sobre animales domésticos, a fin de educar. Con una persona funciona mejor. Las personas entienden mejor que nadie la educación a golpes, ¿no le parece? Los milagros de la racionalidad, de la autoconsciencia…

P.A. : Oiga usted, señor Doctor…

S. : Doctor señor, si no le importa… (Alza el periódico a modo de advertencia)

A. : ¡Como sea! ¡No me parece que sus términos sean los de un profesional! ¡Da usted impresión de no saber nada de psicología!

S. : ¡Albricias! (La emprende a nuevos golpes terapéuticos contra el paciente aturdido) ¡Educación ante todo, educación! ¡No ponga en duda mis competencias si se ha de ver en situación de impotente desamparo ante mis elocuentes análisis de sus problemas!

(El Doctor Svenderenger da por exitoso su tratamiento de Periódico Terapéutico. El paciente aturdido permanece muy quieto, los ojos como platos, las mejillas acaloradas y enrojecidas, el flequillo de un cabello sudoroso revuelto sobre la frente.)

S. : (Golpeando el pecho de su paciente con el periódico, muy levemente) ¡Educación!

A. : Oiga, esto es de lo más irregular… Ya antes de entrar, su “secretario” se puso a tomarme medidas como si pretendiera hacerme un traje, ¡y hasta intentó desabrocharme el pantalón con vaya usted a saber qué extrañas intenciones…!

S. : ¡Ah, sí, mi ayudante, Colega Tom!

A. : ¿Colega Tom…?

(Nueva dosis del revolucionario tratamiento del Doctor Svenderenger, un somero periodicazo en todo el morro del paciente aturdido.)

S. : ¡Háganos el favor a ambos de no interrumpirme! Lo de tomarle medidas es sólo una precaución… ¡Nada que deba preocuparle ahora! Dígame, ¿qué le ha parecido mi ayudante? ¿Sintió usted el impulso de introducirle su miembro viril en la boca, en el momento en que se arrodilló ante usted para desvestirle? Sí, ¿eh?

A. : ¿Qué? ¡No!

S. : Hum, negación espontanea e irracional de los instintos primarios… ¡Veamos!

(El Doctor cambia el periódico a su mano izquierda, y lanza violentamente la derecha contra los testículos de su paciente, al que empieza a masajear así con fuerza…)

S. : Hum, ¿le gusta esto?

A. : ¡Oiga, no, no me gusta, suélteme!

S. : ¡Vaya, pues está usted experimentando una fuerte erección!

(Ciertamente, el sexo del paciente aturdido empieza a abultar prominentemente en la zona de la bragueta de su pantalón… Nótese el esfuerzo y compromiso del actor que le ha de representar en esta obra… ¡Todo un reto!)

S. : ¡Veamos! (Empezando a desabrochar la cremallera y hurgando para dejar a la vista el órgano fuertemente irrigado)

A. : ¡¿Qué está haciendo?!

(El paciente intenta incorporarse para hacer desistir al Doctor de su invasiva tarea, pero éste le sacude el más fuerte de los golpes de periódico en toda la cara, sin molestarse ni en mirarle. El paciente se deja caer de nuevo contra la cabecera de la silla, más aturdido que nunca.)

S. : (Masajeando con fuerza la parte más tensa de su paciente) ¿Lo ve? Esto le tiene que estar complaciendo, maldito cochino, absurdo es el negarlo e intentar convencerse a sí mismo de que no es así… Tiene usted graves problemas de autoestima derivados precisamente de su indefinición sexual, algo que le tortura de una forma inconsciente y que hace que su presencia resulte de lo más molesta a todos los que nos lo encontramos, ¡imbécil!

(El Doctor le sacude dos periodicazos en la cara y otro en mitad de la longitud erecta del miembro estimulado. El paciente no dice nada, tiene la mirada fija en los cuadros de gente tirándose mierda de la pared a su izquierda. Gruesos lagrimones resbalan por sus mejillas sonrojadas.)

S. : ¡Bien, y ahora veamos de qué manera reacciona usted a un estímulo de mayor grado, individuo pusilánime!

(El Doctor se vuelve a mover de esa manera característica suya, a veloces pasitos cortos, hasta la puerta de entrada a la consulta. Pone los brazos en la espalda y le grita a la puerta.)

S. : ¡Colega Tom, haga usted el favor de venir aquí!

(La puerta se abre y aparece Colega Tom. Sonríe, e hilos de babas cuelgan de su labio inferior.)

S. : A ver, sodomíceme a este hombre, a ver qué es lo que pasa, porque no avanzamos…

Colega Tom: Será un placer, señor Doctor Svenderenger…

(Colega Tom avanza despacio hacia la silla donde yace el paciente sollozante, escupiéndose las palmas de ambas manos y frotándose así con ellas por dentro de su ropa interior…)

(Colega Tom empieza a forcejear con el paciente, intentando darle la vuelta sobre la camilla, hasta dejarle boca abajo. El paciente aturdido es ahora el paciente aterrorizado.)

Paciente Aterrorizado: ¡Por favor, señor Doctor, detenga este despropósito!

S. : Doctor señor, si no le importa.

(Doctor Svenderenger se aproxima hasta la cabeza del paciente aterrorizado, se pone a sujetarle las manos, mientras su fiel ayudante se afana en quitarle la ropa al paciente, para dejar al aire sendas nalgas, alzadas por el impulso que ejercen las rodillas tensas sobre la camilla.)

T. : Ahora, veamos qué es lo que ocurre, Doctor.

S. : Por supuesto, adelante.

(Colega Tom escupe densos salivazos calientes entre las nalgas del paciente aterrorizado, todo ello sin dejar, con la mano contraria a la que separa las nalgas, de masajearse violentamente su “sistema de exploración invasiva profunda”, A. K. A. pene.)

A. : ¡Ayyyyyyyaaaaaayyyaa! (apretando y cerrando los puños, mordisqueando la espuma envuelta en cuero del cabecero de la camilla)

S. : Ya veo, ya veo… Temor a las nuevas experiencias, ¿eh? Colega Tom, haga el favor de no andarse con remilgos, por Dios. Perdemos un tiempo precioso. Métaselo todo de golpe, y no se detenga hasta que se vuelva sumiso.

T. : Como guste, Doctor señor… (tumbándose sobre la espalda del paciente aterrorizado, haciendo girar un poco el extremo de su “sistema” dentro del ano de aquel, y apretándose después repentinamente con su pelvis contra las nalgas calientes y sudorosas)

(El paciente aterrorizado es ahora el paciente dolorido. Grita sin medida, pero el Doctor Svenderenger le agarra de la nuca y se la apreta contra el acolchado de la camilla. Apenas puede respirar.)

S. : ¿Lo ve, lo ve, cómo es usted un guarrete, un pervertido frustrado y reprimido?

(El Paciente Dolorido gruñe asfixiado sin que el Doctor Svenderenger haga apreciación de sus problemas, todos ellos sólo invenciones delirantes de una mente perturbada para él. Colega Tom se lo pasa en grande, sodomizándolo con esmero y parsimonia, dejando hilos de babas caer sobre la espalda de la camisa del Paciente Dolorido.)

T. : Doctor, ¡está respondiendo adecuadamente al tratamiento!

S. : ¡No me diga, pedazo de incompetente! ¿Acaso pretende adjudicarse el mérito?

(El Paciente Dolorido manotea infructuosamente, agarrando a veces al Doctor Svenderenger de su bata de médico, a lo cual responde el doctor con someros golpeteos de periódico terapéutico en sus orejas, sin soltarle aún con la otra mano.)

T. : ¡No hay duda! No tiene idea, Doctor señor, de lo mucho que colabora ahora… ¡Cada vez que se la hundo cuanto puedo dentro de sí, el paciente responde constriñendo los músculos de su ano a mi alrededor! ¡Se está centrando en mi propio placer, es maravilloso!

S. : Hum, interesante. Veamos cuánto de verdad hay en su altruismo…

(El Doctor Svenderenger levanta la cabeza del paciente tirándole de los pelos. Éste respira aliviado al fin. El Doctor le sacude varios periodicazos en las narices, luego tira el periódico terapéutico por los aires, y se lleva esa misma mano a la bragueta de sus pantalones.)

Paciente Dolorido : (lloriqueando amargamente) ¡Doctor, detenga esta debacle, por favor…!

S. : ¡En efectivamente que por supuesto que totalmente de acuerdito que va a ser que no! (sacándo su miembro ya erecto y golpeando los labios fruncidos y reticentes del paciente con él)

D. : ¡No, no quiero, no, no, nommmmm… (ya con parte de la persona del Doctor Svenderenger dentro de la boca, pensando que hubiera sido mejor no decir nada…)

S. : ¡Y cuidado con los dientes, o le arrancaré de cuajo esta oreja, hipocondriaco problemático de los cojones!

(Siguen unos veinte minutos de obra durante los cuales sólo se oyen los gemidos cada vez más resignados del Paciente Dolorido junto a los ruidillos breves y húmedos de las peculiares terapias del Doctor Svenderenger y su ayudante. El público puede estar removiéndose en su asiento, indignado o incómodo, puede estar poniéndose cachondo, con lo que se empiezan a tocar disimuladamente sin moverse de sus asientos, o puede estar intentando abandonar la sala, sólo para descubrir que está cerrada desde fuera, que están herméticamente atrapados en un pequeño teatrillo que lleva ya rato empezando a apestar a sudor y sexo.)

S. : ¡Tse, tse, tse…! ¡Trágueselo todo, le ayudará a digerir el desayuno y le proporcionará una bellísima hidratación de la piel! (apretando la cabeza de su paciente contra su pelvis, en el momento del su propio orgasmo) ¡Haga el favor de succionar, vamos, como quien aspira por un tubo, adelante! ¡Mire que le arranco las orejas!

(El paciente hace cuanto se le ordena, asustado pero ya muy tranquilo. Colega Tom le impregna los intestinos de calientes efluvios, casi al mismo tiempo… Los recibe entre el alivio y la más extrema repugnancia.)

(Finalmente, dejan al paciente dolorido incorporarse. Éste se queda un rato sentado en la camilla estilo dentista, con las manos tapándole los ojos, sollozando en silencio…)

S. : ¡Muy bien, querido pusilánime! ¡Hemos resuelto de manera drástica aquellos problemas de los que no era usted consciente, aunque no sepa apreciarlo ahora mismo! Y, además, aquellos problemas que creyera usted tener antes de entrar aquí, ya no le parecerán tan graves, ¿verdad que no?

D. : No… (rompiendo a llorar amargamente)

S. : ¡Perfecto! ¡Váyase ahora, no soporto mirarle, sinvergüenza! Vuelva la semana que viene a la misma hora, o iremos en persona a buscarle donde viva, ¿entendido?

D. : Sí… (levantándose de la camilla y cojeando dolorido hasta la puerta de salida de la consulta, que Colega Tom ya le ha abierto…)

T. : ¡Gracias por usar nuestros servicios! (sonriéndole despiadamente, y agitando jovialmente una mano)

(Colega Tom cierra la puerta a la espalda del paciente dolorido, ya fuera de escena. Se vuelve a mirar con ojos de carnero degollado al Doctor Svenderenger. Ambos se quedan un rato quietos, el Doctor con una mirada severa sobre su ayudante. De pronto, ambos se lanzan en rápida carrera de ridículos pasos cortos y se funden en pasional abrazo, saboreándose los morros mutuamente. Fuera luces, se baja el telón, y…)

(Fin)

Descarga de La Consulta Del Doctor Svenderenger (Obra Teatral)

La Consulta del Doctor Svenderenger

Un nuevo paciente del Doctor Svenderenger se adentra con estupor en el misterio…

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