Sé listo. Sé paciente. Sé como la muerte. Y recuerda... El Mal está por doquier.

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La Matanza de Vallecas o La Venganza de las Sexy Dolls por María Larralde y Elmer Ruddenskjrik

Sí. Un relato que no va a dejar a nadie indiferente. ¡Un relato no apto para todos los públicos! Debido a la proliferación de las muñecas sexuales en los burdeles de todo el mundo, tanto María Larralde como Elmer Ruddenskjrik, pensamos en escribir un relato de terror, horror y lo más macabro posible sobre la “noticia mundialmente conocida” de las Sexy Dolls.  Esta es nuestra más reciente colaboración. ¡Esperamos que lo disfrutéis pulperos!

Y ahora… ¡Que comience la función!

La Matanza de Vallecas

o

La venganza de las Sexy Dolls

De Pesca, un relato de Walter Saravia

Un nuevo relato de Walter Saravia. Imaginación que desborda los límites de la realidad. Vais a disfrutar con nuestro querido escritor yendo de pesca con él… ¡Esperamos que no os atrape ningún pulpo acechante en las oscuras aguas!

Y ahora… ¡que comience la función!

Saturno, el Devorador. Un relato de Elena Beatriz Viterbo

Si hay una escritora que siempre nos sorprende estad seguros que responde al nombre de  Elena Beatriz Viterbo. No hay forma de escapar a su embrujo. Como en anteriores ocasiones es este un relato imposible de olvidar tanto por su originalidad como por su gran aportación intelectual. Estamos realmente agradecidos a esta escritora por regalarnos estos retazos de maravillas. Y sin más… ¡que comience la función!

Seres desdibujados de Elena Beatriz Viterbo

Un mundo onírico que nos recuerda al personaje Randolph Carter de Lovecrft con ilustraciones de Beksinski. ¿Os atrevéis a perderos, con Elena B. Viterbo, por el mundo desdibujado de los sueños? Un relato que nos adentra en el onírico mundo de los sueños al que todos deseamos viajar pero del que deseamos volver… ¿O no?

Y ahora… ¡que comience la función!

 

Seres desdibujados

de

Elena Beatriz Viterbo

En homenaje a H.P. Lovecraft y Beksinski

Ojalá pudiera explicar la fascinación que sentía yo por aquella naturaleza enferma. A veces, por la noche y ya en el lecho solitario, divagaba si mi fascinación se debía a aquella niebla azulada que lo impregnaba todo de cierta suciedad malsana, o tal vez era por el hedor salado que emanaba de sus aguas estancadas. El caso es que nada me embriagaba más que asomarme a su orilla ponzoñosa y calcular su profundidad. A  mí me gustaba pensar que no tenía fin y que en el caso de que, en un estúpido descuido resbalase, mi cuerpo caería y caería, y en el perpetuo descenso iría contemplando los cadáveres hinchados de otros, que como yo, también tuvieron un estúpido descuido. Gozaba de estas y otras ensoñaciones en medio de un grato silencio, un silencio pesado, tan sólo interrumpido por el latido de mi corazón o el batir de las ramas mecidas por el viento de la mañana.

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