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El caso de Mirtha Saúl Minsk
Solo puedo decir sobre Mirtha Saúl Minsk que Dios no la creó; que los hombres no la engendraron; que andaba entre ellos como una más, es cierto; que parecía tener alma, es cierto; pero que no era humana y su alma quizá nunca anidó en su cuerpo, es más cierto que lo anterior.
Sé que ese cuerpo, el de Mirtha, estaba completamente hueco, tanto, como un pozo oscuro, profundo, en el que tiramos una piedrecita pero del que no recibimos respuesta auditiva jamás.
De cómo sobrevivirle, va esta historia.
Estudié en profundidad su caso. No era de una problemática social marginal, parecía más simple de lo que resultó ser después. Tuve tiempo, si hay algo que tengo de manera ilimitada es tiempo, y si hay algo que tengo como virtud, es paciencia. A pesar de todo, nunca se puede prever dónde y cómo nos vamos a encontrar con un ser que desafía nuestra propia naturaleza, que pone del revés todo aquello en lo que creemos, que manifiesta una capacidad sin igual para hacer tambalear nuestras creencias más profundas y, que nos lleva al límite de nuestra propia capacidad de comprensión y cordura.
Y ni mucho menos era mi primer caso. Había participado en miles de casos antes, solo o con ayuda de otros de mis colegas, algunos, es cierto, con más experiencia que yo… pero nada de lo que tenía que hacer en el caso de Mirtha era, en principio, de excesiva problemática para mí.
Cuando la conocí su delicada figura, casi de niña, me cautivó. La vi y observé por primera vez mientras abría la puerta. Ella entraba y se acicalaba su corta cabellera rubia con ambas manos a modo de caricias perrunas.
Los labios rosados y sutilmente dibujados en el centro de su redonda y graciosa cara llamaban la atención visualmente. Ambas mejillas rociadas con pequitas y algún lunar la achiquillaban más aún de lo que aparentaba, o incluso de lo que era realmente. Los ojos grandes y negros absorbían la luz de la estancia, de por sí, poco iluminada por un atardecer rojizo. El momento me desconcertó profundamente, no por ella, sino por la reacción que tuve. Yo mismo me sorprendí en un estado de nerviosismo impensable con cualquier otra persona y supe, en ese instante, que Mirtha era alguien especial. Me penetró haciendo que inseguridades desconocidas para mí afloraran de manera brusca. Algo parecido al miedo me decía que dejara el caso en ese mismo instante, pero era todo un reto. Solo sé que me equivoqué.
Dicen que la primera impresión es la que cuenta, creedme, es cierto. ¿Pero quién se deja llevar por sus primeras impresiones en todo momento?
Mis acciones y planes para con Mirtha requerían de un esfuerzo al que estaba habituado y, por ello, nada me hacía sospechar que algo excepcional pasaba con ella. Parecía una simple, pero bonita muchacha sureña que corría por los campos medio desnuda y saltaba los arroyos veraniegos con sus pies descalzos. Pero algo, algo pasaba con Mirtha. Sus primeras palabras fueron, para mí, hipnóticas.
Observar a alguien sin que lo sepa es la forma de análisis más aconsejable, ayuda a conocer en profundidad su personalidad. Es mucho más clarificador que el diálogo, o que cualquier confesión profunda excretada en un momento puntual de lucidez mental o arrepentimiento moral. Me dediqué a ello concienzudamente. Debía empaparme del caso.
Mirtha parecía ser la perfecta joven feliz y risueña típica de cualquier lugar del mundo, lo inquietante era su mirada. En ocasiones se cruzaba con la mía, fortuitamente, entonces me sentía azorado, me entraba un nerviosismo extraño, parecía que observaba mi interior y sentía que quería absorberme.
¡Sin embargo, eso no era posible! ¡Digo, afirmo: era imposible!
Yo, por aquel entonces, creía que ella no podía hacerse idea de que yo la estaba
observando. Me mantenía a una distancia prudencial. ¡A no ser… a no ser que no fuera una persona normal y corriente!
Desde mi privilegiada situación la seguía, primero, con la vista. Después fui acercándome poco a poco. Delicadamente pasaba a su lado y rozaba su ropa, a ella parecía no importarle. Después comencé a darle pequeños toques juguetones en su abdomen, en un hombro, en la espalda… luego los toques se convirtieron en caricias furtivas y, más tarde, cuando comprobé que aceptaba mi presencia a su alrededor, comencé a mostrarme más cercano pegándome a ella completamente, en abrazos algo más largos y placenteros.
Sí, sé que me equivoqué al acercarme tanto.
Me atraía el olor de Mirtha. Su olor era algo dulce y delicado, como a fruta recién recogida de un árbol. ¡Si lo llego a saber…! Si hubiera concebido, en algún momento, la posibilidad de lo que luego ella hizo conmigo, os aseguro que hubiera desaparecido de su alcance, os aseguro, por mi atormentada alma, que hubiera huido al lugar de donde nunca debí salir.
¡Pero escuchad mi lamento hombres del mundo! ¡Mirtha, se hace llamar Mirtha!
Si apareciera ante vosotros con su dulce néctar, os atraerá irremediablemente, pero si apreciáis en algo vuestra alma ¡corred!, ¡huid!, ¡salvaos de ella! Yo no pude.
Así, aconteció que, primero, se mostraba distraída y se dejaba acariciar, y cuando ya
me acercaba a su cuerpo tierno, delicado y perfumado, sin reparos, Mirtha me miró de frente y me dijo:
— ¡Hola demonio!, ¡¿cómo te haces llamar?! —una leve mueca, entre sonrisa socarrona y desprecio, asomó en su rosada boca.
Yo, sin poder reprimir mi nombre, cosa que nunca debo hacer, pues mi nombre es mi cadena hacia la cárcel del infierno o del cielo, y la liberación del cuerpo de mis poseídos, tuve que decir:
—Pa-zu-zú… —pronunciado bien cada sílaba, obligado por ella a obedecer.
¡Correded! ¡Huid! ¡Hombres y demonios…! ¡Corred, huid! ¡Yo, no pude!
Ahora estoy aquí adentro, dentro de su cuerpo delicioso, atrapado eternamente sin
poder apoderarme de su alma, porque Mirtha no tiene alma… ella, ella… se come las almas de los hombres, de los demonios, de los ángeles… ¡Y quizá, algún día, sí, algún día… sé, lo sé, quizá algún día se coma a Dios!
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Sé que ese cuerpo, el de Mirtha, estaba completamente hueco, tanto, como un pozo oscuro, profundo, en el que tiramos una piedrecita pero del que no recibimos respuesta auditiva jamás. De cómo sobrevivirle, va esta historia.