No recuerdo el año exactamente, pero sé que yo era un niño, en torno a los ocho o nueve años, así que seguramente fue en el mismo año de su estreno en Europa, 1990, cuando mi padre, a quien le debo agradecimiento eterno por satisfacer durante décadas mi hambre de videojuegos, me compró mi primera consola real y, si lo pienso bien, quizá la mejor que he tenido nunca: la Nintendo NES. Y con ella, para tener con qué estrenarla, el juego de Konami, Probotector.