27 julio, 2024

Roberto Araque nos sorprendió un día enviándonos su libro La muerte de Pico Mocho y otros relatos para que le hiciéramos una reseña. Fue tan buena nuestra impresión que le pedímos publicar uno de los relatos que contiene esta maravillosa obra para que os hagáis una idea de la brillantez de su prosa.

Si el agua cristalina fuera palabra sería la palabra de Enrique Araque.

Como ya hemos escrito una humilde reseña, publicada en esta misma web, os animamos a leer este relato que da buena cuenta de su estilo lúcido, su desarrollo brillante y su impactante resolución.

Los datos del autor y la reseña podéis encontrarlos en esta misma entrada:

La muerte de Pico Mocho de Roberto Araque

Blog Literario de Roberto Araque

Novela online de Roberto Araque

Esperamos que sea de vuetro agrado pulperos. Y, sin más, que comience la función…

En primer lugar, esto no sucedió, es falso que en algún sitio sobre la tierra alguien reculó el martillo de un revolver hasta accionar su trinquete de traba. Por tanto, el barrilete ni rotó ni se alineó con la recamara del cañón. De igual forma no se oprimió el gatillo para liberar el trinquete, gracias a esto, el martillo no retornó abruptamente a su posición original y el percutor no golpeó el culote para generar la presión necesaria con la cual se produce el súbito aumento de temperatura que desencadena un estallido de baja velocidad. Sin esa explosión no acaeció la transferencia de energía que promueve la deflagración de la pólvora contenida en la bala.
Debido a hechos no ocurridos en el interior de un mecanismo altamente eficiente, un proyectil no emergió disparado del cañón. Asimismo, es falso que, posterior al disparo, el barrilete volvió a girar y enfilarse con la recamara del tubo a la espera de una nueva
descarga. Ni que emergió del cañón una ligera humareda, tampoco microscópicos fragmentos de pólvora se incrustaron en la mano del tirador. Pues nadie enfundó su pistola ni miró el horizonte con la sonrisa de niño al momento de recibir un regalo, ni bebió el ron de la botella que sostendría con su mano derecha si hubiese usado el revólver Colt tipo King Cobra calibre 357/ 38 que le había entregado su compadre.
Él no se desveló la noche del siguiente día por la intranquilidad generada al leer la última página de un periódico. De igual forma no escuchó las quejas de su esposa por el olor a pólvora en la camisa que le regaló en su décimo aniversario. Tampoco sus lamentos por un incidente que no sucedió un segundo con dos milésimas después de las 2 y media de la tarde.
El proyectil no giró alrededor de un eje longitudinal paralelo al del centro geométrico. Ni siquiera logró elevarse muy por encima sobre el nivel del mar para luego descender a gran velocidad. Menos aún atravesó de palmo a palmo el pueblo, por tal motivo la fuerza de la gravedad y la resistencia creada por el rozamiento con el aire no pudieron desviarlo para que, en su caída y a pocos metros del suelo, no perforase un balón con el cual unos niños jugaban fútbol. Del mismo modo, no desvió su camino después de impactar contra un poste de luz, tampoco, posterior a la colisión, giró caóticamente alrededor de su centro de masa. No destrozó el vidrio de una ventana ubicada al frente de una de las casas pertenecientes al padre del niño que fungía como portero del equipo que perdía por cinco
goles antes de que el balón, de manera inexplicable y después de ser pateado por el chico que marcó 4 de los 8 goles de su equipo, se desinflara. Ni cruzó la sala que limpió la madre del goleador del día. De igual forma no pasó a 15 cm de la yugular de la madre del portero cuando veía su programa de tv favorito ni rozó un jarrón de porcelana sin quebrarlo. No surcó el pasillo que termina frente a la habitación de un joven. Asimismo, tampoco agujereó una puerta de madera ni pasó frente a un monitor ni tumbó una lámpara.
El muchacho no sintió una punzada mientras anudaba su corbata. Tampoco faltó a una entrevista de trabajo convenida a las cuatro y media de la tarde. No gritó ni vio cómo se tiñó de rojo la camisa recién planchada por la madre del goleador del día. De igual forma no caminó en dirección a la sala enterado de que una bala había impactado en un costado de su pecho y perforó todas las capas de su piel. Igualmente, ignorante de que impactó la segunda costilla esternal derecha y, al despedazarse, los fragmentos se incrustaron en los pulmones, clavícula y, la mayoría, atravesaron las arterias carótidas comunes izquierda y derecha. Sin embargo, no llegó a la sala, no porque se detuvo frente a la puerta de su cuarto mientras su madre lo veía caer. No por eso, pues simplemente nada de eso ocurrió.
Ni en sueños la madre del goleador del día, mientras colgaba la ropa en el tendedero, brincó del susto al escuchar el estruendo generado por una bala al destrozar el vidrio de una ventana. Ella no llamó a su hijo ni lo mandó a hacer la tarea minutos más tarde. Ni
La madre del portero sintió una punzada sobre su sien en el instante en que escuchó el gemido del joven que se anudaba la corbata. Los chicos no se lamentaron al ver el balón caer desinflado sobre el pavimento. Menos aún el portero, minutos después, dijo:
—No ganaron porque quedamos en que el partido era para 10 goles. —Mientras los chicos del otro equipo se burlaban.
La madre del chico que se ataba la corbata no atravesó la sala ni lo encontró con la camisa ensangrentada al final pasillo frente la puerta de su habitación. No lo observó míseramente, mucho menos él se desmayó. Tampoco llamó con un grito a la señora de servicio.
—¡Aurora…!
Ese día no se apareció una ambulancia, ni los enfermeros dejaron caer al chico de la camilla al intentar llevarlo al hospital. No pretendieron colocar, estúpidamente, una gasa impregnada de alcohol debajo de su nariz para revivirlo, ni curiosos se asomaron al portal de la vivienda con la ventana rota. Mucho menos un fotógrafo empujó a unos de los niños que se aglomeraron frente a la casa del muchacho que, mientras se anudaba la corbata, no recibió un impacto de bala que reduciría su vida a 5 minutos. Es invento que el padre, después de escuchar la noticia, sufrió un infarto. Todo esto no sucedió por una simple razón; el hombre no apretó el gatillo porque tenía miedo. Solo eso.

 

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