27 julio, 2024

EL PELIGRO DE SUBESTIMAR LA ESTUPIDEZ

 

Jebediah Morningside o El Hombre Alto, como era conocido por todos, mantuvo esa postura encorvada e inmóvil permaneciendo impasible y amenazante ante el cyborg Marciano. Ninguno de los otros se atrevía a decirle nada. Solo Venus era capaz de medirse con él, pues ella ni miedo ni respeto podía sentir ni tener por ningún motivo y menos por nadie (aunque ese nadie fuera un nadie cuya naturaleza no fuera concretamente conocida por nadie y, justamente por eso inspirara, no ya miedo en todos, sino terror profundo e insondable, por desconocido). Pero no le dio tiempo a reaccionar cuando éste, en un movimiento imperceptible para el ojo humano, se plantó delante del cuerpo tirado sin vida de Cami, acercó su cara a la de ella y comenzó a extraer, por medio de una succión sin contacto directo, un éter amarillento por boca, nariz, ojos y oídos de la joven, que comenzó a envejecer de modo acelerado hasta convertirse en una especie de cadáver descompuesto ya en forma de restos humanos.

—Ahora sí —y lentamente El Hombre Alto se levantó apareciendo ante los demás como un hombre más alto si cabe, más fuerte también pero, sobre todo, con una torva mirada que se perdió a través de los ojos de Venus.

Acababa de comprender que ese hombre podía eliminarlos casi sin esfuerzo. Su pacto le parecía ahora una auténtica chorrada. Ese hombre jamás les dejaría salir vivos de allí. Eran unos rebeldes desconocidos y completamente prescindibles.

—¿Ahora sí? —preguntó Martin inocentemente mientras Venus se acercaba a él y le tapaba la boca sin apartar su mirada de Morningside.

Este no apartaba su mirada de la de ella mientras daba pequeños pasos para acercarse al bocazas que no estaba percatándose del peligro. La nave viajaba a velocidad media, sin prisas, sin miedos… habían sorteado el último escollo antes de llegar a Venus. Pero el escollo ahora estaba en su interior, y Marciano sabía que no llegarían al planeta si ese cobrador del frac no era eliminado antes. Él tenía las de perder. Iban a deshacerse de él, Morningside quería eliminarlo y Venus pronto (¡además de habérselo ofrecido en bandeja, la muy zorra!) ya no le necesitaría para nada. Su futuro estaba jodido.

—Ahora sí está muerta —repitió con voz grave y ronca, algo ultramundana; torció su gesto al mirar a Marciano. ¿Aquello quería parecer una sonrisa? Sólo era una mueca escalofriante, amenazante y muy perversa.

—¡¡Acaba con esto, gilipollas!! —gritó Marciano con su voz desgarrada.

Se levantó y, sin que nadie supiera cómo lo había hecho, le propinó dos tiros en la frente con su mano cyborg ¿reparada? Ni Jebediah, ni Venus, ni ningún otro tripulante hubiera podido reaccionar a tiempo. Nadie esperaba eso de Marciano, porque nadie recordaba que era un tipo cuya preparación militar le ayudó a sobrevivir sin comida y herido en las oscuras, húmedas y frías selvas artificiales de Marte, durante semanas.

Morningside lo miró con gesto perplejo. Estaba claro que no había dolor sino sorpresa y que los daños eran mínimos, aunque su cerebro, o lo que tuviera en su lugar aquel ser fantasmal corpóreo, había sido perforado. Venus ordenó abrir la compuerta de salida y, aprovechando la situación de desconcierto y parálisis en que se encontraba, se lanzó a empujar al Hombre Alto. Junto a Martin, el de la barba y Marciano, que se unían para expulsarle por la puerta exterior, todos empujaron a Morgningside hacia el espacio. El Hombre Alto estaba noqueado.

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