16 abril, 2024

Continuando con los escritos que nos ha hecho llegar Pamela J. Rodríguez, en esta ocasión os presentamos estos dos relatos cortos que conservan cierto aire lírico. Como en la entrada anterior, al final os facilitamos más información sobre esta autora peruana. Descubriréis que la narrativa se le da tan bien como la poesía…

Esperamos que disfrutéis sus historias.

Y ahora… ¡que comience la función!

CAMPO ETERNO

El reloj apuntó las 12, y ella no podría imaginar lo que le acontecería aquella noche. Pestañeando varias veces, atizando su visión, observó a su alrededor.

—¿Sabes dónde estamos?—preguntó espantada

(—Afrontémoslo: hemos muerto y con nosotros el último de nuestros recuerdos.)

—¡¡Imposible!!—exclamó.

Mientras seguía en guerra con su otro yo. Y la presencia de la muerte se escuchaba bajo las estrellas. El  sentido de la orientación seguía siendo nulo. Una sensación siniestra la traumatizaba. Implorando a la benevolencia, decidió explorar camino, junto a ese pálido remedo, llamado “yo” que le seguía como sombra. Que sólo se atrevía a fisgonear de rato en rato para estudiar su cara. 

—Estamos en hakeldama campo de sangre. —Se pronunció una voz en graznido

Un olor polvoriento se percibía en el aire. Un vacío y un silencio inusitado reinaban en los campos. Doliente y parturienta en su alma, ese otro “yo” le susurraba:

(—Recuerda, más lejanos del infierno que del cielo. Extremada y desigual, excesivamente humana, así es el alma.)

 —¡Basta!, ¡Ya calla! Lo que sea que esté viviendo. No es una realidad. Es solo un sueño. Emergeré de esta gris sustancia, y volveré ver el Sol detrás de la niebla plomiza…

 (—Qué ingenua eres, ¿no te das cuenta aun verdad? Estamos en el trecho donde concurre el abismo, donde palabras en tinta, donde habita un suave cerco de ternuras desgarradas. Afligidas y confusas,  hasta los dedos herida. Y una aterida Magdalena esta empapada en Calvario.)

 Ella dio un gran suspiro y resopló agotada

—No puedo más seguir discutiendo contigo. Estoy exhausta de recorrer por estos senderos, con olor de llantén polvoriento, trochas inseparables, deambular sobre huellas de rueda  y cascos de caballo.

 Descansó un momento. Tenía los pies lastimados por pisar la tierra áspera, por la que transitaba sin sentido.

Después de algunos minutos se incorporó y junto a ella, un riachuelo de lluvia, se paró frente a su propio reflejo, mirándose extrañada y sin dudar dijo:

—Está bien, continuemos.

Se encaminó hacía un antiguo pantano. Cuanto más se aproximaba, más avanzaba la neblina ligera al comienzo, pero se espesaba con demasiada rapidez y se condensaba.

La oscuridad no le asustaba mucho, recordaba ese lugar desde cuando había cruzado el umbral de los sueños. Lo conocía desde el más horrible presagio, de una nostalgia olvidada, ya lejana, pero incrustada muy profundamente en el corazón, Vagaban allí buitres de bruma, chacales de espino, senderos inhóspitos, bancos de niebla y otra serie de inquietudes imposibles de mostrar.

De pronto un espectro seccionado desde el rostro, se le apareció.  Inhalo su aliento aguardentoso.

Este le hablo:

 —Voy a derraparte de peligro, que la dirección no te asista, sorberte de un trago egoísta, en cada curva el abismo; que la penumbra te cubra en esta senda suicida.

 ¡Caray! ¡Un demonio!

—¿Empezarás a hablarme de los cuatro evangelios o de los cuatro jinetes con galope inmortal? —dijo ella con un sarcasmo sin igual.

—O de la Luna congelada, las serpientes enterradas, el hedor de muerte, en los desiertos de dunas pintadas con crayolas doradas —Te cruzaste en mi senda. Maldita estampa de muerte. Una mañana sucia y fría. No me estremece el dolor, ni tu rostro, tan oscuro, ni lo hediondo de tus hostiles labios.

 El demonio en toda su esencia se perturbó y se alejó de ella.

 Janet prosiguió su camino y se dirigió al refugio de los bajos goces, a las catacumbas del alma, donde en las decrépitas vías versos negros nos alumbran. Reposan, las siniestras liberadas; y una virgen casi inmaculada se resigna.

 —Es este el lugar donde se alojan las ánimas en tumba perpetua, y se funden quebrados, y ausentes en su lecho suspendido. Se niega el derecho de existir, y porque no, de sucumbir.—dijo Janet

 (—¡Oh! Alegorías y más alegorías, luego escribes sobre más…. alegorías, por arrancarte un poema y así burlar el silencio que se consume en tu boca y bla bla bla….)

 Ciñendo la frente, Janet interceptó su mirada en un pocillo de agua que se confundía con la niebla, y buscó a ese intruso llamado “yo”, que tan sólo era un reflejo, un rayo de luz oscuro y preguntó:

—¡Dientres! ¿¡Qué no puedo decir nada sin que me estés cuestionando algo!?

(—Soy lo que ves, soy tus palabras enganchado a tu aliento, ¿cómo quieres que no te cuestione todo, cuando lo cuentas todo? Lo que quieras que sea soy; un sentimiento si es lo que anhelas, un canalla encontradizo, una bestia, una luz, una balsa en la tormenta, o quizás un brote de ira, que no acaricia ni tu risa.)

 —Uhm…Está bien lo que quiera que seas serás, ¿no es verdad?; Bueno, haz algo por mí, suicídate y ¡déjame en paz!

 (—no, no puedo). —¿¡Por qué no!?

(—Porque soy la mente más brillante, la rabadilla del poeta disidente, un anacoreta sin rumbo, un faro abierto a mi mundo.)

 —¡Ja! ¡Vaya! Para el colmo me saliste narcisista y arrogante.

 (—Soy lo que de mí quieras tomar, una verdad medio quimera, una ilusión medio real.)

 —¡Aayyy! Entonces vuélvete un ser en la nada. –

(—La nada es algo aún sin verla).

 ¡Oh Dios, ya basta! Está bien, no pensaré, no hablaré, ¡Y no te responderé más y sabes por qué! ¡Porque morí! ¿Recuerdas? ¡La lógica es, que, ya muerta no puedo responderte porque los muertos no hablan y son absolutamente nada!

 (—Te dejaré tranquila, si es lo que quieres, seré la palabra frente al abismo.)

 —¡Caramba por fin!.—Dijo Janet, mientras vagaba en ese nirvana, punto de fuego, donde ángeles susurran en sangre  y se vive un osario de lágrimas.

Aquí las ánimas ceden a la mísera suerte, algunas reducidas a cenizas, otras en goce de gloria, y las masas reposan sobre sarcófagos de frío leño. Deshaciéndose en abono, junto a la tierra para un campo, que yermo, se desangra. 

  —Un sorbo de muerte para ti.—Gritó un ángel de alas negras. Mientras le anunciaba un enmarcado atardecer de  desnudez y sopor en ataúd; Janet buscaba aliviar su angustiante y penosa soledad, sobre las arenas de suelo húmedo, que pisaba, buscaba desplegar, descender de ese sueño en el cual estaba.

Luego inesperadamente, entre la niebla apareció el agua tan gris como la neblina, con pequeñas olas chapoteando contra la orilla fangosa. El agua se confundía con la niebla en una bruma tenebrosa. Y no se oía ni un solo sonido. Había oscurecido casi por completo cuando llego a ese estrecho riachuelo pantanoso. Después de haber comprendido más o menos donde estaba sintió alivio.

Pero, ya casi hacía a lo lejos ver y oír la voz, de un pequeño niño con no más de 13 años., de bonita sonrisa; de aquellas que pueden decirte no temas, cabello negro, lacio y corto. Advirtiéndole de esos vientos que llamaba a la blanca y cegadora luz de la muerte al final del túnel

Abrió una Biblia y escondida entre sus páginas centrales trozos de espejos, matices quebrados de esa lente de aumento que Dios olvidó graduar.

—El sereno trae a mi memoria, tu existencia; de mis años de infancia, ¡sí!, te reconozco, eres un familiar cercano, te diviso sentado frente a nuestra mesa desde el malecón.—Janet le dijo aquel niño.

—Me recordaste, ahora escúchame bien, en la vida nunca te ofrezcas vencida, ni entre tus alas resbalen brotes de ira; ni cuando se mojen tus ojos, por una diestra vencida de un ser querido, que se reclame acunar en los cielos, ni retengas el imperdonable momento, ni a la  impiedad que ruge, por dentro.

 Aquel niño era un ser que buscaba de algún modo transmitir el mensaje que le había sido encomendado. Janet se sintió, extrañada por todo lo oído, anhelando aquellos plácidos días de significativa, existencia. Sin soñar sudor de sangre. Ni preocupaciones. Ella jamás podría tener la más mínima idea de lo que le aguardaba el libro de significados de los sueños.

  —Tengo que proseguir mi camino antes que este clima seco y propicio momifique mi cuerpo, mi piel se adherirá a mis huesos quebrados y lentamente me convierta en arena hirviente.

 —Ya no hay más que recorrer en estas arenas pantanosas de serpientes zigzagueando debajo de ella. Es hora de tu regreso donde tu pulso es de vida, no hay delirios en escena, y tu futuro es un acto de fe. No hay profecía apócrifa en esto Janet.—Le dijo aquel niño

Una nostalgia juvenil punzante la invadía, la misma que sentía desde que este sueño se repetía con frecuencia, y desde que se había trasladado al umbral de los sueños.

 Angustiada por la sensación  Janet empezó a llorar enjugando sus lágrimas con las mangas de su vestido.

No pasó mucho rato hasta que una mano extendida, de alguien sentado desde al otro extremo del umbral la despertó.

Este alguien, casi sin ruido, le pasó ligeramente la mano fresca por la cara. Janet se levantó de un salto. El sol ya se ponía detrás de su ventana y se había depositado sobre su rostro la sombra del tejado.

Era su madre quien musitando y como quien arrancando un dolor entre las llagas, le abrazo y dijo hija ponte tu abrigo y date prisa, tienes que ser fuerte tu padre está en el hospital…… 

Austera de un sueño despertó, en un cielo nuboso que recordaba tiempo de llover. La voz de un sueño abismal, presagiaba la ausencia de su padre, sin el son de sus palabras, ni su sonrisa plácida. Vislumbre la escalera hacia el cielo se cerraba. Con el alma cercenada, un grito y empapada en llanto por el padre y amigo que se fue.

NANNAR, EL GNOMO LITERARIO

Aquella tarde se sintió como un arqueólogo literario, que hurgaría en los cimientos mismos de un cuento. Leía entre líneas cada página para encontrar alguna pista que encajara con otra encontrada antes y así poder empezar a armar el rompecabezas que le revelaría la verdadera historia que inspiró aquella  ficción. Nannar era un Gnomo que tenía la llave y el permiso de entrar, salir y cruzar el umbral de las letras; husmeaba en archivos, borradores y, sobre todo, se deleitaba apasionadamente en la inconmensurable biblioteca de algún escritor con arrebato anacoreta. Inanna, otro Gnomo, era la vieja y verdadera guardiana  de este conjuro literario; no volvería de su viaje a la Luna luego de un tiempo indefinido así que no pensó en un mejor amo de llaves que Nannar para cuidar de su “Castillo”; con vista al mar y gratis, por supuesto.

De pronto Nannar estaba parado en medio de la gran habitación que Inanna llamaba “La sala creativa”, donde se hallaban escrituras, borradores a mano, papel y lápiz, en cuadernos como en formato escolar. Como esculpidas posaderas, logradas a punta de sudor y lágrimas pecuniarias en el más exclusivo gimnasio y Spa literario.

Luego de unas pocas horas de humeantes delirios por este spa creativo, se topó con el eco de un autor, a sumito capricho de una inspiración. En fin, el libro lo encontró en una esquina libre de, al parecer, una gran mesa, atiborrada de enormes columnas griegas, dóricas, jónicas y ridículas de otros muchos libros que por otros lados también formaban torres de Pisa y desde el suelo a sus bordes (adivinando, claro está, que allí había una mesa) las piedras de Stonehenge con druidas incluidos. Giró sobre sus talones de Gnomo y por lo visto no le quedó otra opción que sentarse sobre la alfombra de pared a pared con las piernas cruzadas como Sidarta Buda en un mullido cojín que encontró cerca. Frente a él, unas inmensas puertas de madera y vidrio que dejaban ver la amplia terraza donde seguramente Inanna solía broncearse en verano y contemplar los atardeceres bebiendo una copa de vino. Se puso sus anteojos de marcos redondos e imagino una foto de John Lennon cantando “Give peace a chance”. Pero, luego de voltear la página que anunciaba el primer capítulo, la oportunidad a la paz se perdió. Página en blanco tras página en blanco y así….

—(Tal vez el autor sólo esté corrigiendo sus esbozos.—Exclamó Nannar—. Hahn…o tal vez ni siquiera eso sino madurando una idea antes de tomar la pluma.)

Luego de un segundo. Inesperadamente se escuchó la voz de Ascanio el autor —¿Cuál es el punto?—. Se interrogaba Ascanio.

—(El seguido) —.Susurraba Nannar, en su intento por ayudar al autor de tal ficción a colgar óleos como en pentagramas de hilo dental.

—Muy gracioso—. (De ninguna manera. Lo seguido no debe ser gracioso. Ahora debes escribir algo).

—Sólo quería escribir algo para publicar; y ahora voy a terminar suicidándome por culpa de un demonio con delirios kafkianos.—(¿Kafka? Ah sí, tuve que convertirlo en una cucaracha para que lograra la inmortalidad literaria de un genio)

—Mira, déjame en paz.—(¿Paz? Ningún escritor desea paz. Tranquilidad para expresarse y publicar pero ¿Paz? Ni siquiera la Biblia habla de paz sino de creación. El Universo nació de un estallido, no de un bostezo. Tu madre te parió con dolor luego del placer).

—¡Hey de mi madre ni una palabra eh! —Pronunció Ascanio casi efusivo y enojado.

—(Lo siento. Soy un demonio, no lo olvides) —. Lo cortés, no quita lo valiente —(En eso te doy la razón. Te pido las disculpas pertinentes) —. En fin, ¿ahora me dejas suicidar, con tranquilidad? —(Te dejo en la tranquilidad para que escribas algo. Tú todavía no eres Hemingway para que te suicides. Solo eres una cucaracha que despertará un día en una cama más cómoda que la de Kafka) —. ¿Es eso un cumplido o una profecía?

—(Tómalo como quieras. Un algo, o nada) —¡Demonios! ¿Quién los entiende?

—(Soy un Gnomo que tiene la llave y el permiso de entrar, salir en este sumiso creativo de letras y musas mágicas);

—Que conmovedor pero te puedes ir retirando a tu perfil más oscuro, de tu mundo sobrenatural que existí y está fuera de mi cubil —. (¡Ja! Escritores quien los entiende terminan en un auto—encierro sin iluminación pero con una orgullosa esbeltez por la dieta estricta y la piel tan blanca como una mortaja recién ceñida al rigor mortis de un corpus sin Cristi).

—Que Gnomo tan sensible y enojón. Apropósito porque no te dejas ver físicamente. Ven muéstrate. Nannar  algo sarcástico dijo—(Claro y así seríamos dos para exponerse nuevamente a los rayos ultravioleta que atraviesan impunemente el agujero en la capa de ozono causándonos, sin lugar a dudas, un cáncer de piel. Jajaja).

—¡OK! puedes irte…. abandonando  en el mundo de las ideas afiebradas por el sol.

—(Sin dudas el simio inventó al hombre) —¡¿Qué rayos quisiste decir?!

El asunto se tornó invasivo, absurdo y fuera de control. Después de unos minutos de silencio y calma Nannar prosiguió con su persistente, verdadera misión; devolverle a Ascanio la verdad ya revelada. Como esculpida en dos bloques de piedra desde el cielo que fueron aventadas, donde pudiera sentir la verdad de su existencia. De sus latidos, respiración, pensamientos, la verdadera reconciliación y entendimiento consigo mismo. La pérdida absoluta del temor a la muerte física y el exquisito sentimiento al abandonarse en la trascendencia del ego en la infinitud del tiempo y el espacio. Ascanio el que ama sin la hipócrita espera de la reciprocidad. Ascanio el que escribe sin la angustia de ser alguna vez leído. Ascanio el que crea su propio complemento y así no utilizar ni ser utilizado. Ascanio el que era, el que es y el que será por toda la eternidad sin avergonzarse por ello. Ascanio por la creación y Ascanio con la creación. El con la divinidad y por la divinidad. El poeta, el escritor, el genio.

Pues entonces continuaba Ascanio en su escritura —Una hoja en blanco, como el cielo de Lima… —. (¿Al amanecer? ¿Al atardecer? ¿Al anochecer?) —¡Diantres! —. (¿En invierno? ¿En verano? ¿En primavera?…) —¡Basta! En lo que sea. El poeta, el escritor, siempre verá el Sol detrás de la niebla plomiza… —. (¿Ver el Sol? Hahn… ¿Has intentado ver el Sol sin quedarte ciego? ¿Cómo diablos pretendes escribir algo si no ves nada después de ver el Sol sin anteojos con cristales que ofrezcan el más alto nivel de filtro UVX? Incluso, yo no me atrevería a ver el Sol sin ponerme esas máscaras que usan los soldadores con apenas una mirilla de vidrio ultra grueso y de lo más opaco y…) —¡Basta! Metafóricamente hablando digo… —. (¿Alegorías? Ver el Sol sin protección y luego escribes alegorías borgianas sin María Kodama).

—¡Me vas a volver loco! ¿Querrás que me vista con una sábana naranja y que de saltitos con la cabeza rapada? —. (Oh, por Dios. No antes de almorzar). —¿Dios? —. (Al menos le doy el beneficio de la duda; no seas tan nihilista).

—¡Esto es el colmo! No vale tanto discutir contigo.

“Me ha tomado el pelo”, fue lo primero que pensó Ascanio —“¿Pero quién se cree que es?” Y se puso de pie ipso facto, aunque en latín no fueron las palabrotas que pronunciara a vox populi. Tiró el libro con tal violencia y rabia que destruyó estrepitosamente el patrimonio “bíblico” que yacía derribándose cual efecto dominó por todas partes importándole un bledo el fin de Fukuyama hecho realidad. Camino hacia unas grandes puertas y las abrió saliendo a la terraza a respirar y seguramente a resfriarse. Llegó aún bajo muro frontal y empezó a tranquilizarse con el estallido lejano de las olas del mar y el siseo de la resaca sobre la arena de la playa. La brisa marina llenó sus pulmones y disipó su cólera. Pensó: “sólo falta ‘Claro de Luna’, de Claude Debussy”, volteando hacia el salón y ubicando las medianas bocinas incorporadas al Mp4, debajo de un gran y único espejo que le reflejara en la terraza, con una copa de vino en el ocaso.

—“Bueno, al menos el quedarme sin hacer nada esta noche Nannar me dejará planear sobre los castillos de arena que haré mañana en la playa pero sobre todo me dará chance para torturarme con los recuerdos que quise empezar a borrar distrayéndome con los entretelones de mi obra”.

La Luna en cuarto menguante y la noche con la Vía Láctea entera brillando como escarcha esparcida en su lienzo. Pero, de pronto, una estrella entre la miríada de aquellas fulguraciones, se destacó por el abatimiento y apenas le dio tiempo de cerrar los ojos para pedir la única cosa que deseaba mientras se desmadejaba en hilos de plata, cruzando de lado a quién sabe dónde el ancho del espejo. Sonrió. Giro otra vez sin despegar sus párpados y al abrirlos junto con sus brazos, apoyando las manos sobre el bajo muro, supo que era el mismo espejo que lo reflejaba ahora con la mirada en alto, de espaldas a lo que fue, con un hermoso cielo que le auspiciaba lo nuevo que tendría al amanecer. Entonces comprendió.

—“Gracias, amigo Nannar” —Pronunció.

Entrada anterior: dos poemas

Dos poemas, de Pamela J. Rodríguez

Biografía de Pamela J. Rodríguez

Pamela Janet Rodríguez P. (Lima, Perú). Poeta Inca. Mujer de pluma. Interesada en toda pasión y afición de creación artística poética. Nacida el 5 de septiembre de 1983. He pertenecido a la Escuela Literaria del Sur-red de Escritores y Escritoras por el Alba (Venezuela). He colaborado en revistas literarias de formato digital como artesanal: Revista Cinosargo (Chile) La Máquina de escribir, Delirium tremens de Perú, Revista digital Papirando(Argentina) La Fanzine de España, Alcanza poesía (Argentina) y La Revista Cultural Calle B (Cuba-Cumanaguaya) Participando en las antologías poéticas: Libertad en mi cuerpo yo decido, Cascada de Palabras, Cartonera (México), Grito De Mujer (República Dominica) Antologías poéticas Mil Poemas a César Vallejo, Mil Poemas a Sor Teresa De Calcuta, Antología Poesía Hembra (Perú) y POETAS SIGLO XXI ANTOLOGIA POESIA + 13.800 POETAS DEL MUNDO: Editor: Fernando Sabido Sánchez (España). Actualmente trabaja y pertenece al proyecto literario del portal web lenguaje Perú. Siendo una de las editoras en mencionada web. http://lenguajeperu.pe/

1er lugar Cuento Internacional Letras Sueltas -Escritores De Cali Fundación.

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