Dedicado a María Larralde. Era joven, pues se encontraba en la edad en que se deja de ser niño y se empieza el camino hacia la adultez, en pocas palabras era un adolescente; y su cara, a horcajadas entre la juventud y la niñez me fascinaba por pureza de sus facciones inmaculadas, por la tersura de su piel blanquísima y lechosa, sin duda aquel chiquillo que me contemplaba con ojos asustados, era una de las mejores presas que mis agentes habían conseguido secuestrar, pues era dueño de uno de esos rostros cuya belleza me instigaba a desfigurarlos como yo lo estoy.