Cuando Pitazoti hundió sus pies en la cálida arena de la playa volvió su semblante hacia el océano como si deseara abarcar de un vistazo la enorme distancia que el navío de su amo había cubierto para arribar a esta nueva tierra. La flotilla de su señor había zarpado de las costas de un país devastado por las correrías de los antropófagos para aventurarse en las aguas del océano confiando en los buenos augurios que le dispensaron los sacerdotes que iban a bordo.