—Mamá… ¡tenemos que irnos de esta casa!
La mujer miró a la cara a su hijo un momento. Recostados en su ancha cama de matrimonio, el niño de siete años tenía la redonda mirada perdida en la pared junto a la puerta, tras la cual el largo pasillo recorría la casa en la forma de varios ángulos rectos, y al otro lado del que se hallaba su dormitorio… a donde se negaba a volver para dormir desde hacía tres noches.