Daniel Verón

En la lejanía, envuelto en la oscuridad, avanzaba lentamente, pero con pasos firmes y seguros una figura nocturna, cubierta de viejas y gruesas pieles que le llegaban a los tobillos y rozaban los arbustos y matorrales. El espeso bosque era apenas algo menos silencioso que las extensas llanuras del sur; aquí o allá, en algunos puntos del infinito, a la fría luz de las constelaciones, misteriosos seres, moradores de eternas sombras, dejaban oír sus lamentos. Pero aquella figura ya no se atemorizaba al escucharlos. En lo profundo de su ser un primitivo mecanismo ancestral convertía en emociones—imagen los distantes sonidos, y sabía que estos buscaban lo mismo que él. No era capaz de recordar, pero su instinto, entrenado gracias a una larga experiencia, conocía que los seres de las sombras rara vez atacaban. Era preciso que se reunieran muchos de ellos y estos eran tiempos en que la vida desaparecía rápidamente del planeta.