Ya es de noche, y la lluvia empieza a azotar  la calle.

Al principio, como lagrimeando y con lentitud.

Después con  ímpetu, con ganas de llegar a la meta como los atletas de una carrera.

Ahora las gotas caen rápidas como escupidas por una ametralladora mojándolo todo: los postes de luz,  las fachadas,  las veredas, la tierra que ocupa el lugar donde debería estar el pavimento.

Pronto las calles se volverán acequias, o  si se quiere lagunas con  grandes orillas de barro, no solo por obra de la lluvia, sino también de las tuberías que evacúa el agua recién empozada.