En Historias Pulp nos complace presentar esta novela negra editada por Ápeiron Ediciones, una historia que, detrás de su sugerente título, esconde un detallado viaje a los estratos más depravados de Madrid con una descripción minuciosa de la idiosincrasia del crimen. No, no es que sea, a pesar de esta presentación, una novela imposible de leer para el gran público por esa exagerada y detallada descripción de la violencia que, por ejemplo, a mí mismo me gusta ejercer.
Carlos Meneses Cavero, haciendo gala de una cercanía que solo la experiencia propia y el estudio detallado del crimen pueden proveer, ha escrito una novela llena de realismo, suspense, acción y hasta humor, pero utilizando un estilo que no lleva a la imaginación más allá de lo que el lector interesado pueda soportar. Qué mejor manera de describir la sensación de leer esta novela que compararla con cualquier gran película americana del cine negro de la década de 1940: una historia de violencia que se describe con sobriedad y que gana todo su impacto en el lado emocional.
Todos los demonios están aquí empieza con fuerza, relatando cómo un personaje que no tardará en sernos conocido llega a su hogar para darse de bruces con una situación inesperada. La escena sirve para arrojar al lector de bruces contra el ambiente del hampa de la capital de nuestro país, una ciudad que es descrita con evidente conocimiento del terreno en este y muchos de los innumerables capítulos que componen la novela. A partir de los sucesos descritos en este prólogo, la historia retrocederá cerca de dos meses en el tiempo, alternando el día a día de toda una serie de delincuentes cuyas vidas se irán entretejiendo poco a poco, como si una invisible y gigantesca mano de costurera omnisciente las fuera acercando más y más al tirar del hilo.
No quiero nombrar, describir ni dar siquiera pistas de ninguna de las situaciones que se dan en la novela. Todo ello bien vale la pena ser descubierto y disfrutado de manos del propio autor, quien se desprende de todos los farragosos ornamentos descriptivos que a veces pueden torturar a otros autores (y a sus lectores), enmarcando en su lugar, con precisión y las mínimas de las palabras, los personajes y la escena. Carlos Meneses se beneficia de contar una historia prácticamente contemporánea, en la que todos comprendemos a la perfección qué aspecto deben tener las cosas, y es en la imaginación de las acciones y sus consecuencias donde podríamos decir que brilla su imaginación, más si pensamos cómo estas influirán, a veces mucho más adelante, en las vidas de los demás personajes.
A pesar de que la historia está protagonizada por un reparto coral de auténticos delincuentes (los principales son o bien asaltantes profesionales, jefes mafiosos o asesinos a sueldo implacables), Carlos Meneses consigue que se nos vuelvan tremendamente cercanos por su forma de hablar, sus denodados esfuerzos por ganarse la vida y, muy especialmente, por el extremo peligro que corren a veces muy inconscientemente. Es cierto que, en el cine, por ejemplo, es muy habitual que el público se sienta identificado o que al menos sienta una cierta simpatía por personajes que pueden ser despiadados criminales. Sin embargo, el cine tiene una peculiar ventaja principal: los actores. Actores de gran talento y con carisma que dan auténtica vida a estos personajes, dotándolos de gestos, de movimientos, de entonaciones de voz que, al fin y al cabo, pueden ser las de cualquiera que, a simple vista, podría caernos bien. En la literatura es posible transmitir estas sensaciones con una detallada descripción de todos esos mismos detalles; el autor de Todos los demonios están aquí consigue esto de forma bien distinta, a mi juicio.
Las descripciones de los personajes en esta novela a duras penas van más allá del tipo de atuendo que vista cada personaje y su nivel de corpulencia. Aquí y allá puede haber algún otro detalle como un corte de pelo o rasgo distintivo, pero esto no es lo que crea el carisma de los personajes de Carlos Meneses. Este carisma es el realismo, el modo en que estos seres se tratan entre sí, se hablan e incluso se manejan por su casa o por la calle. Para una persona como yo, que suele pensar que los criminales no merecen siquiera vivir, resultó chocante empezar a pensar en que la única diferencia entre algunos de los protagonistas de esta novela y cualquier persona que pueda conocer es a lo que se dedica: en lugar de un trabajo normal, de servicios o de producción, con jornadas extenuantes y un mal sueldo, los personajes de la novela tratan de dedicarse al crimen de forma profesional. Trabajos esporádicos que reportan un buen dinero, sí, pero que conllevan un incógnito, unas medidas de precaución y un constante riesgo para sus vidas por posibles represalias que, para la mayoría de nosotros, hace inconcebible el llevar esa vida, soportar un día a día en esas circunstancias.
La novela de Carlos Meneses no entra a detallar cómo han terminado haciendo lo que hacen la mayoría de sus personajes, pero es imposible no pensar que es muy poco probable hayan tomado de forma realmente consciente y decidida ese rumbo en sus vidas. Estas son personas que se han habituado a ciertas formas de proceder en ciertos ambientes y, en muchos casos, dichos ambientes son susceptibles de terminar por devastar a los mismos que en ellos prosperan. La novela, además de un productivo entretenimiento elaborado con cuidado mediante un gran talento narrativo que no busca nunca opacar el sentido de la historia, resulta un estudio casi documental de las vidas de distintos tipos de criminales. De algunos hay pinceladas breves pero brillantes, significativas, incluso determinantes para la propia trama, y sirve como una guía metafísica del Madrid criminal, ese del que, normalmente, solo somos conscientes cuando se retratan las violentas consecuencias en las noticias… Y que, hay que ser consciente de ello, existe, en definitiva, por acción u omisión de acción del peor de los criminales: el de traje y corbata.
No podemos hacer más que recomendar esta novela a toda clase de lector, salvo que sea especialmente impresionable. Es divertida, diría que instructiva, fácil de leer y ciertamente emocionante. Y, a pesar de no poner en boca de ningún personaje ningún gran discurso, es una obra adecuada, incluso, para la reflexión.