27 julio, 2024

El relato más largo del Tomo Oscuro es una historia personal sobre un hombre solitario y curioso que, por su carácter y capacidades, parece predestinado a algo más grande…

¡Que lo disfrutéis, pulperos!

 

Cuando el niño Ashley nació, a su madre se la llevó una eclampsia. Y este trágico suceso fue considerado por todos sus parientes como un auténtico estigma para el recién llegado a nuestro mundo. Su padre, Robert Gordon, era un hombre hecho a sí mismo y consideró, en contra de la opinión generalizada, que su hijo sería feliz. El primer paso fue ponerle el nombre que su madre deseaba para él, en contra del criterio de su propia madre, que le recomendaba no traumatizar a su hijo con el recuerdo permanente a esa madre ausente, a través del nombre. Pero Robert Gordon quería que su hijo fuera valiente, y le enseño a afrontar las desgracias con fortaleza y algo de resignación. El segundo paso fue dejarle crecer conforme a sus propias inclinaciones temperamentales, cosa que su hermana criticó por hacer del niño un ser caprichoso con tanta libertad. Pero Robert Gordon deseaba que su vástago no se despreciara a sí mismo y que apreciara la oportunidad que la vida le daba al vivirla, por lo que lo dejó en casa hasta los diez años. Ashley Gordon ingresó en la escuela en su pre adolescencia. Y no, no tenía ningún trauma.  Sin embargo la opinión adversa de la familia directa, que consideraba retraído e infantil al chico a pesar de que no lo era, no cesó hasta el siguiente paso de la vida del muchacho.

Ashley Gordon heredó el amor por la lectura y las armas de su progenitor. Su paso por la escuela fue completamente normal, salvando el inquietante hecho de que no tenía apenas amistades de su edad. Pero Robert Gordon hablaba con su hijo a diario y éste le confesaba que su aislamiento social no era por timidez o por incapacidad, sino que los gustos e intereses de los demás niños no coincidían con los propios, por lo que no sentía ninguna necesidad de relacionarse con ellos. Pero su padre se preocupaba por él y fue a hablar con la tutora del niño, la cual achacaba todo el problema de Ashley a la timidez y reserva propias de un niño frágil, que había crecido sin madre. Nunca más Robert Gordon se acercó por el colegio. Y feliz entre libros y fines de semana de caza, Ashley creció hasta convertirse en un joven fuerte, con una mente brillante y un cuerpo sano.

Ashley tenía una vocación. El Ejército. En concreto, la Armada. Más específicamente la USMC. Porque en su tierra, Filadelfia, ser Marine era un honor. Pero su padre se lo hizo meditar. Acabaría sus estudios y si después su afán por formar parte de las fuerzas armadas se mantenía con el mismo ímpetu, Robert daría su visto bueno. Ashley se alistó con 16 años. La Escuela Naval le dio la formación como Subteniente de Infantería Marina. Paso siguiente… La Escuela Básica en Quántico por un período de trece semanas.

Su vida, sin embargo, parecía no haber cambiado, salvo en que ya no residía en la casa familiar y que podía disfrutar de las armas, su verdadera pasión, a diario. Nadie diría que un hombre acostumbrado a decidir libremente cada uno de los pasos que había dado en su vida, se adaptara tan sencillamente a una vida comunitaria tan austera y agresiva. Pero así fue. Ashley era valiente como su padre quería.

Y sí, hizo amistades. Por fin podía disfrutar de la compañía de ciertas personas con sus mismos gustos. Ashley era un hombre comunitario. Además, como todo Marine “es un fusilero”, Ashley estaba encantado del nuevo lugar que había elegido para estar en el mundo. Porque las armas y la guerra estaban hechas para él.

Joshua era la persona de mayor confianza para Ashley, en sus primeros tiempos como marine junior. Por fin encontró a un verdadero amigo. El afecto que surgió entre ellos se consolidaba mes tras mes. Su conexión era perfecta, casi como hermanos. Joshua se le declaró una mañana. Estaban de permiso y ambos disfrutaban saliendo al cine, o visitaban librerías donde Ashley podía pasar horas inspeccionando libros de historia, literatura fantástica, de ciencia ficción e incluso algún que otro compendio de filosofía clásica. Tomando un café, el amigo no pudo soportar más la tensión que sufría desde que conoció a Ashley. En verdad, su amistad era una sublimación de su amor, de su deseo sexual prohibido.

Ashley no había pensado sobre el asunto. Sí, sabía que Joshua le deseaba. Y esto quedaba patente cuando se duchaban juntos en el cuartel. Era evidente que su deseo, el de Joshua, se hacía cada vez mayor, sin embargo Ashley era más amigo de la verdad que de Joshua y, aunque sentía curiosidad por mantener una relación sexual, no sentía atracción por su amigo y se lo hizo saber en esa cafetería.

Ahí terminó todo.

La negativa de Ashley sumió en una profunda depresión al bueno de Joshua y, aunque siguieron viéndose, ambos se alejaron paulatinamente. Entonces fue cuando Ashley se marchó en Operación Especial a Irak. Esa era su verdadera pasión. La guerra.

La emoción del trayecto ya le pareció a Ashley lo suficientemente emocionante como para sentirse en un estado de desrealización psicológica importante, abstrayéndose de nuevo de sus compañeros. No era completamente autista, pero se preparaba para enfrentarse a una situación real de muerte, de lucha, de combate. Ya no eran maniobras que simulan la guerra. Ahora iba a disfrutar de verdad. Dejó todo su pasado guardado en el cajón de los recuerdos, y ni siquiera se acordó de su padre. No pensaba regresar. Y nadie sabría por qué.

Conoció a un recluta muy parecido a él, un tal Harvey. Compartían gustos de lectura e intereses parecidos en música, cine… y aumentó la camaradería entre ellos. Sin embargo, tampoco este muchacho era del gusto de Ashley. No hubo sexo, pero había amor. Harvey se comportaba como un verdadero protector. Unos años mayor que nuestro protagonista, Harvey consideraba que este muchacho era un auténtico superdotado intelectual. Solo había que escucharle hablar con su típica grandilocuencia y sabiduría naturales, cosa harto difícil, ya que era poco amigo de mantener conversaciones de más de dos personas a un mismo tiempo. Y Harvey lo intentó. En el mismo viaje hasta Irak, mostró todo el candor del que es capaz un hombre que se muere de deseo. Pero Ashley, a pesar de las caricias furtivas que disfrutaba en el cine o en la biblioteca, nunca pasó de ahí.

Y sí, llegó a plantearse si realmente le atraían los hombres. Dos rechazos eran suficientes para demostrárselo a sí mismo, sin embargo, lo que sabía con total certeza, es que no le atraía ninguna mujer. Eso era seguro. Y lo tenía claro desde su niñez. Jamás se deleitó con el cuerpo de las hembras, no sintió el más mínimo interés por ese sexo ajeno a su identidad.

En Irak deberían llegar a Mosul, al campamento de operaciones al norte del país, donde los kurdos tenían una base sólida. Ocupaban un territorio extenso, aunque estaban perdiendo terreno, la misión de las fuerzas internacionales era recuperar aquellos territorios perdidos en la segunda guerra de Irak. Y Ashley deseaba meterse de lleno en materia. En un mes de combate avanzaron 560 km. El Primer Batallón de Reconocimiento Blindado Ligero junto con las baterías de artillería del 11º Regimiento de Marines, habían perdido 22 hombres en éste mismo periodo de tiempo. Pero no a él. Y en las montañas del norte, cerca de Mosul, rodeando la ciudad cuya toma iba a suponer un retroceso de las fuerzas enemigas, se asentaron el 23 de Marzo. Esperaban a la aviación de las fuerzas internacionales que desde Bagdad llegaría en unos días.

Ashley estaba observando las montañas. Con sus prismáticos vio una cueva, no muy grande pero lo suficiente para observarla con claridad, en lo alto de un cerro lejano. Le pareció ver un movimiento en la oscuridad de aquella oquedad horadada en la caliza montañosa. Preguntó a su superior. Aquella zona debía ser inspeccionada, y él se ofreció voluntario. Su heroísmo era constante, y el Teniente —confiando en él— lo mandó inspeccionar aquellos cerros y cuantos agujeros hubiera en ellos. Antes de ponerse en marcha, junto con cuatro hombres más, incluido Harvey, tomó unos prismáticos de mayor aumento… Algo se movía en esa cueva, lo estaba viendo ahora con mayor claridad. Harvey observó el lugar, al mismo tiempo que él. Pero Harvey no observaba ningún movimiento mientras que Ashley sí. Hicieron una comprobación más objetiva del asunto. Tommy, Johnson, Teodoro, Cameron… uno tras otro miraron aquel lugar y nada.  Ashley se enfureció por primera vez con sus compañeros, éstos comenzaron a dudar de él por primera vez en toda su vida militar. Pensaba, muy en serio, que debían tomarle el pelo. Cada vez podía describir, con mayor nitidez, lo que veía moverse dentro de la cueva, asomando un tanto el cuerpo y volviéndolo a introducir a los pocos segundos. Le parecía una bestia de grandes dimensiones. Cada vez los compañeros se miraban más perplejos, incluido Harvey, y con mayor estupor ante la imposibilidad de constatar lo que Ashley describía. Comenzaba a mostrarse inquieto y sudoroso, y su fiel amante platónico Harvey, lo agarró del brazo y lo separó del grupo.

— ¿Ashley qué coño te pasa?, me estás jodiendo tío. ¿Qué paranoia te ha dado? ¿Te encuentras mal? Nadie, salvo tú, observa nada en ese puto agujero.

— ¡Veo algo, Harvey, y no entiendo qué está pasando! No parece un hombre, sus movimientos son de animal cuadrúpedo… pero no logro distinguir qué es. Entra y sale de la cueva. Parece mover su cabeza buscando algo. ¿Cómo puede ser que nadie lo vea?

—Allí no hay nadie, no hay nada Ashley… —y en tono un tanto jocoso le dijo—: Somos cinco contra uno. Mayoría absoluta, mira de nuevo, debes haber confundido la silueta de algún saliente o…

— ¡¿Me tomas el pelo?! —gritó fuera de sí, metiéndole un empujón a su, hasta ahora, mejor amigo en aquel inhóspito lugar, marchándose sin mediar palabra con nadie.

Todos quedaron paralizados: ¿se trataba de una broma macabra?, o ¿era que estaba sufriendo algún tipo de trastorno psiquiátrico tras el largo tiempo de estrés de la guerra, las malas condiciones de vida, el miedo permanente a un atentado, o el calor intenso de los días y el frío profundo de las noches de Irak?

Tommy se acercó al colapsado Harvey, que no entendía el irracional comportamiento de su amigo, y poniéndose frente a él, le dijo:

—Mira Harvey, creo que sé lo que pasa.

— ¿Lo sabes, tú? —contestó algo mosqueado.

—Sí. ¿Recuerdas el poblado que cruzamos hace unos días?

—Si, ¿por?

—Pues porque los que íbamos en retaguardia estuvimos conversando con las gentes del lugar. Como sabes son pastores, llevan a sus rebaños a pacer a las montañas cuando hay escasez de pastos en las zonas bajas. Pues bien, Omar nos tradujo las palabras de un anciano. Un viejo muy arrugado, casi seco. Creo que vosotros estabais ocupados con el Teniente Ricardo… —hizo una pausa leve como queriendo recordar exactamente las palabras de aquel viejo pastor—. Bueno, el caso es que yo no le había dado importancia hasta que… hasta ahora.

—Sigue joder, ¿qué os dijo el viejo? —replicaba Harvey con desesperación al soldado pelirrojo.

—En fin, son cosas de gentes supersticiosas… el caso es que nos pidió que no nos acercáramos a las montañas. Dijo que allí habitaba Pazuzu, el dios-demonio del viento. Se esconde en las grutas de las montañas, aquí en el norte de Irak, y transforma su imagen para engañar a los hombres. Solo aquellos que serán sus presas, solo ellos, los elegidos, pueden verle. Y una vez que se deja ver por su víctima, ésta es poseída. Toma cualidades sobrenaturales y muere asesinando a todo el que está a su alrededor. ¡Por eso me ha conmocionado lo de las visiones de Ashley! Me he acojonado vivo… ¡¿Y si es Pazuzu?!

—Para… para… ¿de qué cojones hablas Tommy? Estás peor que él —y poniendo cara de asco, se dio media vuelta y se marchó a hablar con el médico de campaña.

Ashley estaba ya hablando con el Teniente, organizando el equipo de inspección. Harvey miraba callado y le dejó hacer. Saldrían a la mañana siguiente. Serian unas cuatro horas de ida y vuelta, no había más tiempo.

Ashley no habló más del tema. Se negó a que el médico le viera. Harvey no se fiaba del estado mental de su amigo. Algo pasaba con él, y no parecía muy estable, por lo que aquella noche se acercó a la cama de Ashley.

Esta vez, no le rechazó. No sabiendo muy bien el motivo, sentía un deseo sexual irrefrenable, y Harvey no pudo contenerse. Comenzó a besar a su camarada con autentico morbo. Su lengua rozaba los labios de Harvey, entraba en su boca y buscaba las húmedas caricias del otro. Desnudos, echados en aquel catre pequeño uno al lado del otro, rodeados de compañeros durmiendo, no podían darse el lujo de gemir si quiera, no porque su relación estuviera mal vista, sino porque los soldados llegan muertos de cansancio y el descanso es sagrado. Pero en su afán amatorio, Ashley quería o necesitaba llegar hasta el final. Acariciaban sus cuerpos por pura intuición táctil ya que en aquella oscuridad casi no se veían. Hacía frío y unieron sus cuerpos. Las pelvis vibraban mientras se besaban intensamente. Harvey y Ashley rozaban sus sexos eréctiles, y ambos rezumaban efluvios seminales. Aumentó la agitación… la penetración estaba a punto. Pero Ashley quería comerse el semen de su amante, lo deseaba. Y se deslizó hacia abajo para comenzar a lamer el pene enhiesto de Harvey.

Harvey tenía la sartén por el mango, era experto en artes amatorias desde su más tierna juventud. Sin embargo, de repente, y sin que ni él mismo supiera por qué, Ashley se detuvo abruptamente, subió de nuevo hasta arriba, poniéndose a la altura de su compañero y acercó su boca al oído de Harvey, que estaba concentrado en el sexo, y le dijo con una voz gutural:

—Mañana vas a morir.

El sobresalto del pobre Harvey fue como un mazazo en su cabeza y en el corazón. Sin poder contestarle verbalmente, se separó de su amigo. Se levantó del catre. Se quedó mirándole paralizado de terror, en estado de estupor y perplejidad. Ashley, por su parte, mostraba una sonrisa sádica en su rostro y comenzó a masturbarse con saña.

— ¡No me puedo creer esto de ti!, ¿Qué coño te pasa?, ¿estas pirado o qué?, ¡hijo de puta, cabrón…!

—Mmmm… ven y chúpamela.

— ¡Estás loco Ashley, hemos terminado!

Y mientras Harvey se vestía a toda prisa y se marchaba, Ashley culminaba de una manera agresiva con su propio cuerpo, haciéndose daño a sí mismo. Parecía estar en otro mundo y sus gemidos de placer se hicieron sonoros para los demás compañeros, pero ante sus quejas y risas, la única respuesta del joven fue decirles que pronto todos callarían la boca para siempre. Los demás no lo tomaron como una amenaza, sino como una expresión de defensa, fruto de haber sido descubierto en su onanismo.

Harvey no durmió en toda la noche, sintió que algo grave le estaba pasando al bueno de Ashley. Él lo conocía bien. No era típico de su personalidad ese comportamiento aberrante y gore. Y comenzó a plantearse si no sería verdad aquello que Tommy le había insinuado el día anterior. ¿Estaría enfermo o estaría sufriendo algún tipo de influencia espiritual maligna? Pensaba hablar con el médico y el Teniente.

Ashley tampoco durmió. Dedicó la noche a escribir una carta y a algo más:

A las seis de la mañana tocó diana. Todos en pie. Todos menos Ashley, porque había desaparecido y nadie lo había visto marchar. No era posible, el asentamiento estaba vigilado a toda hora, nadie podía entrar ni salir sin ser visto. Pero Ashley no estaba. Se dio la voz de alarma, y se reagruparon las tropas. Un grupo de soldados de infantería con el subteniente Harvey le buscarían por los alrededores. Harvey encontró una carta manuscrita por su compañero y amante accidentado, dirigida a él. Allí, sentado en el catre de Ashley, la leyó de principio a fin.

 

Mi estimado Harvey,

Siento lo ocurrido ayer noche. Parece que no era dueño de mí mismo, no puedo explicar qué era lo que me sucedía porque ni yo mismo lo sé. Sin embargo, cuando te fuiste me quedé en un estado de trastorno mental tal, que ni yo mismo podía reconocerme. Comencé a sentir que tenía la obligación de eliminaros a todos y cada uno de vosotros. Os odié a todos. Algo maligno anida en mí. Tengo que saber qué es lo que me ha pasado; por otro lado debo evitar cometer una locura. Debo confesarte algo, lo que vi en la cueva de las montañas del norte me dejó paralizado y completamente perturbado. No pude explicar lo que era pues no tuve una visión nítida del ser que allí arriba veía moverse, hasta esta misma noche. Tras tu marcha, tras contener mi instinto asesino, me recosté un momento en la cama para intentar calmarme. Pero en lugar de eso, unas atroces visiones demoníacas comenzaron a perturbar mi mente. ¡Veía con claridad al ser de la cueva, asomando su cabeza y mirando hacia donde me encontraba con los prismáticos! Y no me vas a creer: ¡el ser de la cueva era YO!

Sin embargo, mi aspecto no era exactamente el habitual. Harvey, lo que vi allí arriba, era una copia monstruosa de mí mismo No puedo describir el horror que sentí al ver mi propia imagen transformada en un ser monstruoso y aberrante. No tengo explicación para nada de lo que está ocurriendo, pero mientras me quede algo de cordura, debo ir a ver qué extraño ser mora en aquella cueva. Me costó mucho entender qué me ocurría. Pero de repente comprendí que debía buscar la solución: o estoy completamente loco o estaba en dos lugares a un mismo tiempo.

Tras las visiones, volví a perderme en un abismo de locura psicótica… ¡Mis ansias de asesinaros a todos se multiplican a medida que pasan las horas! Así pues, me marcho a la cueva. Te pido que no me sigáis, creo que puedo llegar a ser muy peligroso. Y dada la naturaleza extraordinaria y morbosa de los acontecimientos, ¡no creo que las armas humanas sirvan de nada!

Si logro comprender y sigo vivo, yo mismo pediré vuestro auxilio. Si no tenéis noticias, ¡NO ME BUSQUÉIS! Harvey, sabes que no bromeo, marchaos cuanto antes de este maldito lugar.

Tu hermano más que compañero, Ashley.

P.D: Por favor, si no regreso, que mi padre crea que caí en combate. No me perdonaría a mí mismo haber desperdiciado la exquisita educación que me dio por una simple locura. No deseo que se avergüence de mí…

 

Harvey informó a sus superiores sobre la carta de Ashley y sobre el lugar donde creía que Ashley había ido: la cueva de la montaña. Le dieron permiso para adentrarse en ella. Si el pobre Ashley había perdido la cabeza había que enviarlo de regreso a casa. Muchos soldados no soportan la guerra, la crueldad, las muertes de niños, las mujeres destrozadas o violadas con brutalidad animal, las aldeas y pueblos arrasados. Algunos creen que lo soportarán pero después su sensibilidad o fragilidad les impide adaptarse psicológicamente a estas situaciones de estrés extremo. No es nada raro ver cómo se derrumban hombres que aparentaban fortaleza, decisión y preparación.

Harvey y sus compañeros salieron en cuanto un poco de luz asomó tras las montañas, allá en el horizonte dorado. Iban decididos hacia la cueva. No tenían duda. Tommy estaba convencido de que o el anciano de la aldea tenía razón, o Ashley se había vuelto loco de remate. Efectivamente, encontraron el rastro de Ashley. Eran sus pisadas las que se dirigían hacia las montañas a través de aquel terreno semidesértico. Sin embargo, algo extraño había en su trayectoria pues el rastro zigzagueaba sin sentido, parecía que las huellas volvían una y otra vez sobre sus pasos, se movían en círculos… Era evidente que Ashley no estaba en buenas condiciones, era como un animal herido buscando cobijo o, peor aún, como una fiera enloquecida incapaz de encontrar un rumbo claro. Pero poco a poco la dirección del rastro del subteniente se centraba y al final, justo al pie de la ladera de la montaña donde la cueva estaba ubicada, el rastro era verdaderamente lineal e inequívoco. Había escalado aquellas montañas.

Ya de buena mañana, el calor para los cinco hombres comenzaba a ser agobiante. Sus uniformes, con chaleco antibalas incluido, casco, armamento cargado al hombro… todo era una pesada carga. Estaban soportando temperaturas de 35 ºC a las ocho de la mañana, y en subida continua.

A mitad de escalada, cuando quedaba medio km todavía, se vieron sorprendidos por un desprendimiento de rocas provocado desde el repecho donde se encontraba la oquedad en la vieja roca. Un grito gutural y animalizado les estremeció, llegando a ponerles literalmente los pelos de punta. Sonaba a advertencia, lo que estuviera allá arriba les avisaba del error que suponía seguir subiendo. Cada uno de ellos se resguardó y se colocaron instintivamente en disposición de tirar, tres de ellos con sus M16 y los otros dos, con ametralladoras M240. Tommy, Harvey y Johnson en el centro. En retaguardia, abriéndose en abanico, Cameron y Teodoro. No se movió ni un alma, estuvieron en esta tesitura un cuarto de hora.

¡Nada! No se escuchaba ni un pajarillo cantor de la mañana. Todo aquello estaba muerto. Ni vida animal ni vegetal.

Arriba no había movimientos. Harvey, tirado en el suelo detrás de unas rocas, hizo el ademán de seguir adelante. Con mucha mayor cautela que hasta ese momento, avanzaron lentamente otros 500 metros más. No se escuchaba nada extraño. Llegaron al lugar desde donde alguien había preparado la trampa de las piedras contra ellos. Las habían acumulado y las habían arrojado premeditadamente. Aún quedaban unos pocos metros para llegar al repecho de la cueva maldita. Pero Harvey y sus compañeros pensaron que aquello podía ser una emboscada de sus enemigos. Pero entonces, ¿era Ashley el señuelo? Ahora comenzaba a encajar todo. ¡Eso era! ¿Cómo podían, siquiera, haber considerado la posibilidad de la posesión de Ashley? Casi al mismo tiempo, a Harvey le parecía, si cabe, mayor locura la posibilidad de que su compañero fuera un traidor a su patria y a su ejército. No sabían qué pensar, pero si era una trampa lo sabrían enseguida, pues decidieron llegar hasta el final. Sin refuerzos.

El repecho o saliente tras el que estaba la cueva era de fácil acceso, a pesar de lo cual decidieron ir lentamente pues no se observaba movimiento alguno, cosa sospechosa después de haber sido atacados con una avalancha de rocas que casi hiere a Johnson en la cara. Al fin tomaron el lugar. Harvey y Tommy se quedaron de pie ante la cueva. Los otros tres vigilaban las posibles vías de ataque de la zona. Ambos se miraban estupefactos. ¿Pero qué coño había pasado allí? ¿Era aquel agujero negro una cueva? No lo parecía, por cierto. Al menos a ellos les pareció no poder catalogar aquello con ese nombre o acepción común.

El silencio era tan estremecedor en aquel lugar, que les parecía que los oídos se les habían embotado de repente. El agujero era más bien como un pozo negro horadado en la misma pared vertical de la montaña. Y la oscuridad era total adentro. Tan extrema era, que con las potentes linternas enfocaban hacia dentro y la luz era absorbida, desapareciendo ante la vista de Harvey y sus compañeros. Las ropas de Ashley, incluidas las botas, tiradas de cualquier manera y hechas jirones ante la cueva. No había rastro de sangre y parecía que, efectivamente, Ashley se había adentrado en la gruta opaca. ¿Desnudo y sin armas?

Se agruparon. No sabían qué hacer. Tommy estaba verdaderamente acojonado y planteó que debían volver. ¿Cómo iban a enfrentarse a algo sobrenatural sin ayuda? El anciano tenía razón, aquellas montañas estaban malditas o eran la morada de algún antiguo demonio de Irak.

—Harvey, yo no pienso entrar. Y creo que tú tampoco deberías —le decía, muy nervioso y sin quitarle ojo al agujero negro—. No puedes obligarnos, si entramos moriremos como creo que le ha pasado a Ashley. Debemos regresar, hazme caso… debemos volver con un equipo de espeleología. Yo no tengo ni puta idea de lo que hay dentro, pero no es nada bueno…

—Si nos vamos podría morir—le cortó Harvey enfadado—, quizás esté vivo aún. ¿Puedes irte con la conciencia tranquila? ¿Simplemente por los cuentos de esas gentes taradas y supersticiosas del desierto? ¿De verdad me dices que le dejemos ahí adentro? ¡Joder Tommy, no nos han preparado para abandonar a los nuestros! ¡No a mí!

Los cinco hombres estaban nerviosos, sobre todo cuando comenzaron a sentir que algo o alguien les observaba desde dentro. Y sin esperarlo, la voz quejumbrosa de Ashley comenzó a pedir ayuda ahí adentro.

— ¡Por favor, Harvey! ¡Dios Santo qué es esto… ohhh nooo! ¡Me están comiendo vivo…! ¡Aghgggggh… !

Harvey, al oírlo, no se lo pensó dos veces, decidió entrar. Desapareció tras la oscuridad de un salto, sin mediar palabra con ninguno de los camaradas que se quedaron afuera apuntando con sus armas aquel pozo vertical, con el temor en sus corazones de que algo macabro saldría de allí para atraparles. Inmediatamente después, se escuchó una risa muy fuerte, grave y profunda, como si el sonido saliera a través de una tubería metálica. Se escuchaba un crujir de huesos y los gritos de muerte del desafortunado y leal Harvey. Allí dentro había algo monstruoso y grande, y estaba agazapado en la oscuridad total. El espanto de los cuatro hombres fue tal, que corrieron montaña abajo dejando todo, menos las armas, tirado en su atolondrada huida. Una vez al pie de la montaña recobraron la compostura. Parecía que aquel influjo maligno y terrorífico se atenuaba con la distancia. No podían creer lo que acababa de sucederles. ¿Volvían a ayudar a Harvey? No. Decidieron regresar al campamento. Tardaron solamente una hora en avistarlo, pues se apresuraron al máximo de sus posibilidades físicas al comprobar que nadie respondía a las llamadas de socorro desde la base de operaciones asentada en la planicie.

Los cuatro quedaron desolados al contemplar lo que allí abajo había sucedido. Habían sido atacados, pero ¿por quién? El campamento estaba arrasado. Los blindados, camiones, jeeps y tanquetas… todos rotos en pedazos y desarmados, como juguetes maltratados por un niño malcriado. Los barracones y tiendas de campaña, aplastados como auténticas piltrafas. Cuerpos mutilados y medio comidos, por todos lados. No parecía que nadie hubiera sobrevivido a la masacre. No habían tenido tiempo ni siquiera de pedir ayuda. Aquello había sido un ataque inesperado. Una tormenta de arena había cubierto por completo el campamento, y todo quedaría oculto en unas semanas si no se producía la intervención de ayuda externa. Los cuatro hombres buscaron supervivientes por todo el campamento y alrededores. Ni uno vivo. Pero lo más inquietante era que de los doscientos hombres asentados en el campamento, solamente un cuarto de ellos aparecían parcialmente desmembrados y abandonados a su suerte. Los telecomunicadores, ordenadores y demás aparataje, destruidos e inservibles. Y en aquella locura, buscando congéneres vivos o alguna forma de poner en marcha algún vehículo, la noche se les iba a echar encima. La mayoría de cuerpos habían desaparecido ¿Dónde estaban los cuerpos? ¿Qué ser o seres podían haber cometido aquella extraña tropelía? Nunca obtuvieron respuesta…

Y llegaron las tinieblas. Y desde aquel agujero, a unos diez kilómetros de distancia, en la siniestra montaña, se oían aullidos monstruosos, gritos horrendos, alaridos de algún ser imposible de concebir para la mente humana. Tommy, Cameron, Johnson y Teodoro se sentaron dentro de una tienda de campaña que pusieron de nuevo en pie para resguardarse del frío de la noche. No dormirían, pensaron en mantenerse todos despiertos. Tommy no paraba de rezar.

— ¡Rezad conmigo, es nuestro último día en este mundo! Sé que vendrá a por nosotros. Lo dijo el anciano… —y lloraba como un niño.

—Yo no quiero morir así, no quiero morir así, no quiero morir así, no quiero morir así… —Repetía en total estado de estupor enfermizo Johnson, un tiarrón de casi dos metros de envergadura, fuerte como un mulo. Preparado y mentalizado para la guerra, sí, pero no para esto.

Cameron y Teodoro ni siquiera pronunciaban palabras, solo lloraban a moco tendido sin consuelo, tan asustados que parecían ángeles caídos por la palidez de sus caras.

Repentinamente, tras más de una hora en esta surrealista situación, en la que aquellos valientes soldados esperaban su muerte, comenzó a escucharse un sonido afuera de la tienda. Alguien husmeaba y reía al unísono, era como el rebuzno del asno pero tenía algo de humano. Los cuatro hombres sabían que era Ashley, él debía haberse transformado en una especie de demonio antiguo y siniestro. Pero ahí no acabaría su sorpresa macabra, su terror aumentó al comprobar que aquellos sonidos aberrantes y antinaturales comenzaron a emitirse desde todas las direcciones a un mismo tiempo. Los cuatro hombres se miraron y, todos a una, con sus espaldas unidas para evitar un ataque imprevisto  por la espalda, comenzaron a disparar en todas direcciones, provocando agujeros en todas y cada una de las paredes de la carpa. Entonces fue cuando toda esperanza se alejó de sus corazones.

Sus ojos pudieron ver durante un solo minuto, un minuto eterno, antes de ser devorados por una masa de seres mutantes, aquellos engendros aberrantes, malformados, mezcla de humano con perro —en algunos casos—, combinación de puerco con león —en otros—, aleación de lagarto y caballo en muchos más casos, que se cernieron sobre ellos  sin misericordia. Y mientras sus cuerpos eran devorados vivos, podían distinguir, entre los grotescos rostros de aquellos monstruos, atisbos de aquellos otros que un día fueron sus compañeros del ejército estadounidense de misión en Irak.  Tommy pudo alzar su mirada sobre todos ellos, unos segundos, y murió contemplado el deforme rostro de Ashley Gordon liderando aquel ejército de las sombras. Y Pazuzu, hijo del dios Hanbi, demonio de los vientos de Irak, portador de la peste y las plagas, acabó su misión.

 

Aquel destacamento desapareció sin que nunca se supiera qué había pasado con él. Y por supuesto, nunca se contó la verdad.

 

Abraham Lázaro, antropólogo de la Universidad de California en Berkeley realizó su trabajo de campo el año 2008, para El Ejército de los Estados Unidos de América. Nunca fue publicado.

 

FIN

Tomo Oscuro

Se cuenta que el Tomo Oscuro cambia su contenido con el tiempo o según la clase de persona que lo abra entre sus manos. A veces es un manual, otras está en blanco, en unas pocas se lee una maldición que persigue al lector hasta llegar a darle muerte…

Pero, si la persona lo merece, las más de las veces, se encuentra con una inofensiva serie de relatos…

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