18 abril, 2024

En esta ocasión, la autora María Larralde prepara un relato del que se desprende un aroma ácido en la primera toma, para acabar dejando un adictivo amargor en el paladar…

Esperamos que sepáis degustarlo.


CONCURSOS GASTRONÓMICOS TELEVISADOS, Y OTRAS RAREZAS

Martina no podía creer hasta dónde había llegado en su aventura televisivo-gastronómica. Un difícil formato, donde la competitividad arreciaba sobre los concursantes cada vez con mayor virulencia. A cada obstáculo salvado, se añadía la incertidumbre del siguiente. Platos de todo tipo. Ingredientes de primerísima calidad, elaboraciones artesanales, artísticas, y hasta platos minimalistas que hacían las delicias de los jueces y de los espectadores. Pero ella, había logrado introducir su cuerpo serrano en la final. Tres eran los concursantes. Los otros dos eran hombres. Ambos trabajaban en restaurantes de primera fila del país, aunque eso sí, eran jóvenes promesas. Jaume, había ganado varios concursos a nivel nacional de gastronomía creativa. Pablo otro currículum similar. Dos chefs de primera.

Martina había aprendido a cocinar de su abuela. Sin madre. Una muerte prematura había dejado a la pobre chiquilla sola con su pariente materna. El padre trabajó siempre. Camionero de profesión, nunca tenía tiempo para su nenita.

Martina nunca le echó en falta. Su mamaíta (como ella llamaba a la anciana) lo había llenado todo, el amor de madre, de padre, de hermanos y de amigos. Hasta los seis años no asistió a clases. La abuela no era amiga de socializar a los niños demasiado pronto. Cosas de viejas.

Entre los fogones y las faldas de la anciana, Martina había conocido los más ancestrales secretos culinarios. En ese pueblito de Cuenca, apartado del mundo, solitario y oculto… en este lugarcito tranquilo, se guardaban las secretas recetas más exquisitas del mundo, desde la antigüedad más remota. Y ella, Martina, las había ido conociendo poco a poco, lentamente, paso a paso. Nunca había prisa. La cocina, como cualquier otro arte, requiere de conocimientos que se adquieren muy lentamente. Los campos ofrecían los ingredientes más extraordinarios. Vegetales, hierbas aromáticas, hortalizas y sobre todo animales con los que cocinar los más exquisitos manjares.

Ya cuando fue lo suficientemente mayor, Martina descubrió los verdaderos secretos de su anciana mentora. Había un lugar prohibido para Martina. Unas catacumbas, bajo el pueblo, en las que se criaba un secreto animal, con el que se realizaba un caldero especial en una fecha más especial si cabe. El uno de Noviembre, en Todos los Santos, este caldero se cocinaba por la noche, dejándose preparado para el día de la susodicha festividad.

Esta receta especial sería la que Martina realizaría para ganar la final del concurso culinario de televisión. No podía fallar, era algo tremendamente especial, tanto que muy pocas personas lo habían probado en el mundo, a no ser que fueran de su pueblo, claro. Pero en lo que todos los que lo habían probado, estaban de acuerdo, era en que era un guiso digno de dioses… nada en el mundo podía compararse a ese placer del paladar.

Dicho y hecho. Martina viajó, desde Madrid a su pueblito remoto, y se trajo de vuelta todos y cada uno de los ingredientes. Patatas, hortalizas, hierbas, la carne especial del animal criado en las catacumbas… Los otros dos concursantes pensaron que sería como chuparse los dedos, el ganar a esta paleta de pueblo, que jamás había pisado una escuela de cocina reglada, que no poseía ningún titulo y menos aún, ningún premio gastronómico. Ambos estaban seguros de su victoria ante la joven mujer salida de otra época. Ambos se creían vencedores.

Los jueces no tenían claro qué era aquello que iba a cocinar Martina. No les gustaba no conocer qué carne utilizaba la joven. Pero ella se las ingenió para que confiaran plenamente, los certificados sanitarios estaban en regla. Martina les prometió desvelar su secreto al final del concurso.

Los tres finalistas se pusieron manos a la obra. Tenían varias horas para cocinar. Martina estaba tranquila, su rostro aparecía espléndido. Se diría que hasta lucía más hermosa que en días anteriores. Su seguridad le había dado una apariencia distinta. Incluso su ropa era diferente. Ataviada con un vestido oscuro, cuyos ornamentos eran símbolos desconocidos y extraños, parecía una pitonisa. Su pelo, perfectamente recogido en un pañuelo del mismo color y con los mismos símbolos que el vestido, la asemejaba a una bella bruja de libro de cuentos infantiles.

Tardó más que los dos competidores en cocinar su ancestral receta. Su secretismo era total. Nada ni nadie podía ayudarle, la olla donde cocinaba era antigua, de barro. La había traído especialmente desde su casa del pueblo. No podía cocinarse la receta sin la cazuela de la abuela de Martina.

Llegó la hora del juicio final. Los jueces probaron las dos recetas de los cocineros profesionales. Ambas exquisitas.

Probaron, uno a uno, la receta de Martina. El sabor inundó sus más que habituados paladares, el aroma invadía su glándula pituitaria. Era una fragancia, un olor y un sabor incomparable a nada en el mundo. Nunca, ninguno de los jueces allí presentes, habían comido una carne con esa finísima y delicada textura. Todos quedaron sin palabras, el equilibrio de los componentes era perfecto, el regustillo del final era como haber saboreado el mismísimo principio de la vida…

Martina ganó el concurso a sus presuntuosos competidores.

El jurado, extasiado aún por la degustación sublime, hizo la pertinente pregunta.

—Martina, ¿qué carne has utilizado en tu exquisito guiso?

—Una muy especial, Señores del Jurado. Una que solamente se consigue en mi pueblo, y que únicamente se puede obtener hacia finales de octubre y el día uno de Noviembre.

—Dinos mujer, nos tienes completamente intrigados.

—Fetos señor.

Los miembros del jurado, el público en sus casas, los cámaras, los ayudantes del equipo culinario y de rodaje, TODOS se quedaron de piedra.

— ¿Pero qué estás diciendo Martina? —se atrevió a reprocharle balbuceando y tartamudeando por la impresión, uno de lo miembros del jurado en cuestión—. ¿Te refieres a lechoncitos?

—No Señor, a fetos, me refiero a fetos humanos.

Y la sonrisa, algo perversa, de Martina, quedó inmortalizada en la televisión dando los mayores índices de audiencia de toda la historia de los reality show culinarios.

Tomo Oscuro

Se cuenta que el Tomo Oscuro cambia su contenido con el tiempo o según la clase de persona que lo abra entre sus manos. A veces es un manual, otras está en blanco, en unas pocas se lee una maldición que persigue al lector hasta llegar a darle muerte…

Pero, si la persona lo merece, las más de las veces, se encuentra con una inofensiva serie de relatos…

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