8 diciembre, 2024
Imagen Quién me iba a decir a mí

Este realto está inspirado por una canción. La canción que lleva el título del relato. <<Quién me iba a decir a mí>>, de Violeta Parra. A ella le dedico este relato de amor. Un amor un tanto peculiar, es cierto, diferente al amor que sentimos los humanos… ¿O no?

Y ahora… ¡que comience la función!

QUIÉN ME IBA A DECIR A MÍ

María Larralde

I

Me arrastro por este suelo marchito y no veo más que tiniebla mi alrededor. Llevo tantos años infligiendo el dolor que ya no distingo si lo que hago está bien o está mal. Debe ser mi naturaleza, lo que soy, lo que me impide ver luz al final de mi camino.

El cielo es oscuro a toda hora (para mí no hay día, solo noche); las sombras entre los árboles parecen burlarse de mi confusión; el agua fría de los arroyos, cuando mis pies la tocan levemente, daña mis miembros; el aire que pasa a través de mi cuerpo lanzándose en terribles cuchilladas infinitamente pequeñas cual agujas; y al final, mi esperanza, con su forma, la forma humana de una mujer. De ella.

¿Quién me iba a decir a mí, hace tan solo un pequeño espacio de tiempo, que no es ni tiempo en mi tiempo, que son quizá algunos cientos de años que para mí no es tiempo? ¿Quién…? ¿Dónde ha quedado mi libertad? ¿Por qué vago solitario sin querer aparecerme ante nadie para hacerle sucumbir a los pecados?

Eso es lo que hacía, eso es lo que era… el mal. Y otra vez, de nuevo, estoy perdido, desubicado, enfermo, con mi no-corazón extraviado, lleno de amor. ¡Odio el amor! Y no puedo dejar de sentirlo por ella. ¿Por qué, Señor, me haces esto? Sí, sé que merezco sufrir, pero ¿con algo bueno? ¿Qué crueldad más infame hay que sufrir por amor? ¡La pusiste en mi camino y me la arrebataste!

No la puedo tener. Se fue contigo. Me amó y se fue. Y ahora mi dolor será eterno y no podré ser quien fui. ¿Por qué, Señor, me haces esto?

Cuando llegué a su casa, aquella noche, hice lo que siempre hago cuando inicio el acecho de una humana a la que someter a mi lujuria ponzoñosa. Orino en las esquinas y en la puerta de mi víctima. Esto que seguramente os parecerá algo asqueroso y perruno, repele a mis competidores y atrae a la mujer hacia mí. Desarma sus defensas. Las someto a través de mi olor a macho. Así lo he hecho durante generaciones y, una vez tras otra, ellas caen rendidas ante mí: casadas, madres, viudas, prostitutas, monjas, solteras… todas aceptan mis humillaciones. Porque cuando las seduzco, acabo sometiéndolas a todo tipo de humillaciones.

Soy un demonio y esto es lo que hago, lo que siempre he hecho. Mi sexo no tiene que ver, para mí, con el placer sino que actúo para causar el mal y el dolor a los hombres. Por odio a Dios.

Cuando ellas se recuperan de las lesiones físicas y psicológicas a las que las he sometido ya son otras, y no pueden vivir como antes. Todos se dan cuenta a su alrededor de que sus personalidades han cambiado. Ellas ejercen dolor en sus familias. Primero por el trauma recibido,

segundo porque ya jamás pueden amar a nadie más que a mí. Sus almas son entonces captadas para siempre y en el último instante de sus vidas, ya sean estas largas y plácidas o cortas y traumáticas, las espero y ¡abajo con ellas! ¡Al inframundo del infierno!

Y no es cuestión de ser hombre o mujer, lo mismo ocurre a los desgraciados hombres a los que acechan mis congéneres femeninas. Íncubos o súcubos. Eso somos.

Pero… ahora, ¡qué va a ser de mí!

Aceché su casa como una más, sin saber que era yo el que sería cazado… Y oriné en las cuatro esquinas y en su puerta. Y penetré en su habitación a oscuras e intenté humillarla.

Mi falo está hecho de cuerno y cubierto de escamas. Infligir dolor es mi cometido en el mundo.

Pero ella, mirándome a los ojos, ¡a mis terribles ojos!, comenzó a unirse a mí con placer y sus gemidos fueron para mí el verdadero placer. La miraba, y sus carnes blancas resplandecían y se manchaban con sangre, su sangre. Porque mi cuerpo está recubierto de duros apéndices cortantes como cuchillas. Pero ella seguía bramando de placer y me miraba con sus ojos llenos de amor.

Yo no podía con aquella mirada. ¡Tuve que apartar mis ojos de los suyos!

Mi no-corazón comenzó a latir con tal fuerza que creí que me estallaría allí mismo, sobre ella. Y

sentí un placer infinito. Y la volví a mirar y ella me esperaba. Y su boca pronunció, en mi oreja de cabra llena de insectos parásitos, ¡te amo! Y acarició a su vez con sus manos suaves mi

gran cornamenta. No podía salir de ella.

El día llegó a nosotros y me dormí a su lado cansado, agotado, exhausto de placer y amor. Cuando desperté, ella no estaba.

Solo su fragancia y unas hebras de sus fluidos, algunos de sus cabellos y su sangre en las sábanas blancas, como su piel…

¡Me volví loco!… la busqué y maté a golpes a todos los habitantes de aquella casa. Desde entonces vago por el mundo buscándola. Pero el mundo está vacío.

Ella no está en él. ¡Tú me la diste y me la quitaste! … su alma es la única que deseo.

Ya no puedo hacer lo único que sé hacer. Ya no puedo acechar, ni copular, ni desgarrar, dañar, cortar, destrozar los cuerpos de otras mujeres.

Su nombre nunca lo supe. Me desespera saberlo… pues quiero pronunciarlo.

¿Por qué, Señor, la enviaste a mí en cuerpo pero me arrebataste su alma?

II

Se ha operado un cambio terrible en mí. Llevo dos meses vagando por el mundo, buscando a mi amada. Olisqueando los portales, subo por las fachadas de los edificios y me meto en las alcobas de las mujeres. Y allí, entre sus sábanas, intento sentir esa misma sensación que me invadió cuando ella me amó. Pero no consigo sentirlo y ando esclavo del deseo, de la adicción de su contacto, de su mirada penetrante. Ninguna es ella, ninguna me mira a los ojos, ninguna me dice que me ama.

Sigo buscándola cada noche y sigo matándolas cada noche. Merecen eso y más, pues solo ella merece la vida. Y su vida me fue arrebatada. Quiero su vida, quiero su alma, quiero llevarla al infierno en cuerpo y alma. Pero esta vez ella me someterá y agradeceré sus ofensas, sus humillaciones, con tal de que siga amándome y mirándome a los ojos al penetrarla.

Se cayeron algunas de mis escamas corporales por la falta de cuidados y mis dos grandes cuernos se están ablandando por falta de minerales, mi cuerpo entero anda desnutrido, y mi sexo no se estimula ante la imaginación o ante el contacto cálido de otras hembras.

Debo salir de este castigo porque sé que este castigo me sobrevino impuesto por ti, Señor.

III

Yo, que ni siquiera creo en ti; yo que me basto solo para amedrentar al mundo entero; yo, que sigo eternamente mis propios designios; yo, que no tengo amo al que obedecer; yo, que he arruinado la vida de millones de humanos; yo, que salí desde tu harén maldito hacia el subsuelo para librarme de tu sometimiento; yo, el innombrable; yo, el ángel caído; yo, el más bello de todos los seres del universo … ¡solo la amo a ella!

“Tú, que ni siquiera crees en mí; tú, que te bastas solo para amedrentar al mundo entero; tú, que sigues eternamente tus propios designios; tú, que no tienes amo al que obedecer; tú, que has arruinado la vida de millones de humanos; tú, que saliste de mi harén maldito hacia el subsuelo para librarte de mí sometimiento; tú, el innombrable; tú, el ángel caído; tú, el más bello de todos los seres del universo … ¡solo me amas a mí!”.

¡Noooooo!

FIN

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