13 noviembre, 2024
portada el miedo en los altos de cazucá

Roberto Martínez nos relata en esta crónica cómo se desempeñó la inesperada entrevista con un viejo líder de los Altos de Cazucá y su actitud de resistencia contra los tejemanejes del microtráfico. Un hombre amenazado de muerte hasta su exilio…

¡Esperamos que la disfrutéis, pulperos!

EL MIEDO EN LOS ALTOS DE CAZUCÁ

por Roberto Martínez

Era un 3 de abril 2015, el  venía caminando de forma cabizbajo, como pidiéndole permiso a su  gallardía; no había perdido sus rastrojos de barbas en su cara; con sus ojos hundidos; estaba vestido de forma desaliñada para que no lo reconocieran sus adversarios que pagaban por su cabeza en bandeja plástico; como aferrándose a los protocolos de su seguridad por su vida y de su familia.

Me saludó a siete metros de distancia, en momentos de segundo no lo reconocía; al llegar a un metro de distancia lo reconocí. Él siguió su marcha,  yo continúe caminando a mi destino. Eran las nueve de la mañana el dos de abril del dos mil quince; mucha de la gente estaba en la primera procesión de semana santa. Él me saludo, de su ausencia de casi un año cuando lo habían amenazado de muerte y había salido del barrio. Los vecinos, que tanto se beneficiaron de su líder al parecer lo olvidaron; en su ausencia muchos de sus amigos lo calumniaron y lo tildaron de sapo; de corrupto.  El resto de la comunidad lo juzgó de abuso de poder.

Al día siguiente, yo me encontraba en casa de un amigo a las diez de la mañana, él llegó, me saludó de manera nerviosa; queriendo hablar conmigo. Tantas cosas, le ofrecí un tinto. Nos sentamos quedando a una distancia de cincuenta centímetros; prendí un cigarro. Él no había cambiado sus ojeras grandes, su flaqueza de cuerpo; lo observé más rejuvenecido por el arreglo de su dentadura; que más de un político, en tiempos de elecciones, le había regalado dinero para que se arreglara la dentadura. El barrio estaba solitario se podía escuchar los cánticos de la procesión arriba en el barrio La Isla.

“Ho. Ho… Avemaría, Santamaría.”

Ese día, cuatro de abril del mismo año, para los cristianos era culto especial; la gente de los cerros carga su cruz de sus pecados en semana santa; después la botan para la Mie…. Olvidando la reconciliación con Dios. Los dos, comenzamos a dialogar sobre mis crónicas para romper el hielo; me advirtió que estuviera cuidado; la puerta de la calle estaba abierta, se notaba inquieto, yo también, más cuando escuchamos un ruido de una moto.

Él había sido amenazado de muerte, por un grupo armado del micro traficó; había llegado un año después como incógnito; no era cosa de estar tranquilo conversando con un líder amenazado de muerte. A pesar que teníamos como veinte años de estar viviendo en una comunidad compleja en la situación de “violencia;” nos observan cantidades de miradas ocultas detrás de las ventanas; pereciera que los dos, no éramos de los suyos. Lo único que nos protegía era la humildad de amistad sincera de algunos cuantos. Me paré del mueble, para prender otro cigarro. En verdad estaba nervioso, como él lo estaba, pero él me dijo.

—Espera que te voy a contar qué fue lo que me pasó.

Él era, como un niño, queriendo narrar sus travesuras a las escondidas; comenzó hablarme de la importancia de su familia con la voz vulnerable. Sentí que su mirada se ancló en mi aurora; él estaba decepcionado de su comunidad, lo habían dejado solo; era la crucifixión de sus ideales; por no dejar suplantar una anacrónica “violencia” para subsistir.

Yo, me encontraba conversando con un líder, que estaba rompiendo los protocolos de su seguridad; él  no paraba de hablarme; yo lo miraba fijamente a sus ojos; podía ver en su mirada y sus palabras, como desahuciado de su gente; pero tenía una aberración a su familia; él no tenía la solidaridad  de su comunidad en esos momentos. Yo contaba con la protección humilde de una amistad de las mujeres y de sus hijos de la vecindad; los minutos de esa corta entrevista eran escalofriantes. Los dos, estábamos disimuladamente a la defensiva; ya que el peligro podía acechar en cualquier momento; mis manos sudaban, igualmente la planta de mis pies; no era la hora de un mal visaje de un sicario en la presencia de muchas miradas apaciguadas con signos de interrogación; me comentó:

—En los barrios de Cazucá, de diez familias, cuatro trabajan con el micro traficó, es la única fuente de empleo, para poder subsistir, atrás hay unas estructuras poderosas. —El líder, se puso a meditar en fracciones de segundo, estábamos los dos, a expensas de los depredadores del sicariato de cualquier grupo armado; ya que él era uno de su objetivos militares; él miró hacia la calle, me conversó en voz pausada:—. Me habían propuesto que les trabajara para cobrar las vacunas, de esa gran empresa.

Era tanto el silencio que se podía escuchar los pasos de los devotos en la procesión, y sus cantos.

“Alabare, alabare. A mí Señor…”

Los dos, nos mirábamos fijamente a medida que íbamos conversando. Prendí otro cigarro, me pare rápidamente, traje dos taza de café, él continuó hablando.

—Estos manes, están protegidos por el frente armado de los paramilitares del Llano.

El líder, me insistió en el amor por su mujer y sus hijos. El Estado le propuso el exilio fuera del país, pero estar lejos de su tierra le causaba náuseas, depresión y nostalgia, es difícil para un líder comunitario, estar como una especie en vía de extinción. Era aberrante verlo cómo sacaba fuerza de sí mismo; cuando sus palabras se desvanecieron en las oraciones de los feligreses en la santa misa. Sus palabras, tenían coherencia, sus gestos y su personalidad tenían madurez, no era un discurso populista. Como en sus tiempos pasados, alzó sus brazos, sacó su pecho hacia delante, y comenzó hablarme con el puño cerrado de su mano derecha, golpeando firmemente y de manera reposada, el músculo recto anterior del muslo de su pierna derecha que tenía entrecruzada, hablando pausadamente.

—Un grupo armado del Llano, en su laboratorios, fabrican la droga, la banda de los Llaneros la distribuían en el municipio de Soacha, pero más que todo en estos barrios de los Altos de Cazucá.

El puño de su mano derecha, no dejaba de golpear en su pierna izquierda; como reafirmando un empoderamiento de su territorio. En su diagnóstico con la banda de los Llaneros, él sacó una conclusión, por la misma práctica de los hechos. Mirándome fijamente me dijo.

—A los llaneros también los protegía otro grupo armado del municipio de Soacha, estaban tan integrados que al parecer era una patrulla de vándalos bien estructurada, a la puesta y a la cuesta del sol.

Ese día, el sol estaba fastidioso, mi cuerpo estaba pesado, el seguía narrándome con sus gesticulaciones sincronizado su seguridad, de lo que me estaba diciendo. El ruido de otra moto nos interrumpió; disimuladamente dimos un giro para quedar a la expectativa. Los dos, nos alertamos, callamos, dejando correr el ruido de la moto en el silencio. Insistió en el miedo con la muerte cuando reprobaba de lo tanto que quería a sus hijos, y a su mujer. Desafió la muerte, cuando el sicario se le paró de frente mostrándole el arma para matarlo; frente a la puerta de la casa de un vecino. Él me describió fríamente el reto con la muerte.

—Llegaron tres tipos, dos se quedaron parados a unos metros, el paramilitar se me acercó, mi mujer estaba dentro del rancho, no se percataba de la situación, yo me puse nervioso, me temblaban las piernas, el paramilitar me dijo, “sabes, tengo órdenes de matarte, por sapo”. Yo le respondí “si me vas a matar, mátame aquí”.

Él, cortó tajantemente la conversación, agarró un suspiro, para reconciliar con su alma, con su Dios, dándole gracias que estaba vivo. Miro para la calle, no había un alma, estábamos los dos, acompañados de aquel silencio, que descascaraba los cánticos religiosos del cura y los feligreses en la procesión.

“Cuanto te amo, cuanto te amo… Mi señor Jesucristo.”

Parecía que a los dos nos tranquilizaban esas manifestaciones rituales de religiosidad; parecido a una transición desde la muerte y la vida, siguió hablándome.

—El sicario: “si no quiere que lo mate, piérdase en seguida con su familia.”

Yo, sentía que era una confesión de un compromiso de lealtad, de mí hacia él, y él conmigo, los dos, no éramos de ellos, nos distanciaba de esas personas el pudor de la ética, recordé rápidamente. Como la velocidad de la luz; años atrás cuando los jóvenes llegaban de licencia del frente de los paramilitares del Llano, era una noche de derroche en las cantinas. Uno ellos, me colocó una pistola en la cabeza, era reafirmando sus territorios.

Otro grupo de los jóvenes paramilitares, a los seis meses después, la ironía de la vida, marcaba su propio destino. Ellos, me brindaron cerveza, se humanizaron con mi persona; llegaron a mi casa para que le escribiera cartas de poemas a sus novias y a algunas de sus mujeres para reconciliar con ellas. Era como la hostia consagrada en el vino; recibida por Pablo Escobar y Fidel Castaño. Como los pobres de las comunas de Medellín los endiosaban para subsistir. Él, me confesaba esa difícil situación; pensé, por la que pasan muchos de los líderes comunitarios en este país.

Recordé en esos momentos, de la muerte de Sócrates. “Cuando él hubo dicho esto pregunto Critón: Bien, Sócrates: ¿Y qué en cargo nos haces a éstos o a mí acerca de tus hijos o de otra cosa cualquiera, en cuyo cumplimiento podríamos agradarte más? Cuídate de ti mismo, de los míos.” Es decir, era para algunos seguir su apostolado sin desfallecer.

Yo, mientras transcurrían los minutos, como un eterno colapso de angustia, de escuchar el relato de un líder comunitario, que dio gran parte de su vida por su comunidad; sintiéndose traicionado por su pueblo. Recordé a Judas el usurero. “Ellos se aseguraron de apresarlo durante el rezo, porque tenían a la multitud ya que ésta lo consideraba como un profeta. Y se acercaron a Judas Iscariote y le dijeron: ¿Qué estás haciendo en este lugar? ¿No eres tú un discípulo de Jesús? Pero él le respondió de acuerdo con sus deseos. Judas el cobrador de impuestos recibió algún dinero. Y lo entregó inmediatamente”.  

El líder comunitario, inmediatamente sin ningún escrúpulo se desterró, con su familia, sus ojos no cesaban de parar en un solo sitio, hasta que reconcilió con la mesura de sus tantos sentimientos encontrados; su vista se ancló fijamente en mis ojos narrándome de manera calmada.

—Muchos de los habitantes, supuestamente dicen que de lo más profundo de la estructura que estoy hablando se encuentran algunos líderes de las comunidades de Cazucá.

Yo sentí, en esos momentos un escalofrío, como cuando le clavaron los clavos a Jesucristo en sus manos. Pensé en mis hijas, en mi nieto. Un crucero de angustia se incrustó en mis pensamientos; quería en esos momentos abrazar a mis seres que tanto quiero. Era un testimonio descrito por un personaje que buscaba en los acertijos del destino una respuesta de justificación de su desplazamiento. Para mí era una agonía de poder recuperar la libre expresión de pensamiento, en un laberinto de caos de la metamorfosis de una “violencia” enfrascada en un círculo vicioso.

Noté, en su rostro, acompañado en sus palabras, una zarza de rastrojo ahogado de lágrimas secas, cuando nos despedimos.

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El miedo en los Altos de Cazucá

Crónica sobre los Altos de Cazucá y sus gentes. En esta ocasión, se detallan las circunstancias de la entrevista con un antiguo líder de la resistencia contra el microtráfico, amenazado de muerte.

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