Giras la muñeca de tu mano derecha hacia atrás y el motor oculto bajo el carenado blanco, entre tus piernas, aumenta su sordo gruñido hasta convertirse con rapidez en un agudo silbido. La moto tiembla por entero, sacudiendo todos los huesos de tu cuerpo enfundado en el mono de motorista. Abres los dedos de tu mano izquierda, del meñique al índice, y tiras de la maneta del embrague antes de levantar con la puntera de la bota izquierda la palanca de cambios. Acabas de subir a la cuarta y última marcha del potente motor modificado.
Con un rápido giro de los ojos hacia ambos retrovisores, compruebas cómo empequeñecen de inmediato los enemigos por la distancia. Te inclinas bajo la cúpula brillante pero rayada de la moto para protegerte de las proyecciones que, desde el agrietado pavimento, arrojan hacia ti los grandes y duros neumáticos todoterreno de las motos de cuatro ruedas de los enemigos a los que estás dando alcance.
Aunque la moto es mucho más rápida que los vehículos enemigos, el número de éstos los convierte en un enemigo constante, eterno… e insistente. Un nuevo grupo de tres se afanan por cerrarte el paso, abriendo hacia ti una irregular formación en triángulo. Está claro que no tienen capacidad de observación… o quizá les dan igual sus propias vidas. Levantas el índice de la mano derecha y lo diriges sobre el gatillo. Las ametralladoras duales del morro rugen, haciendo pedazos las ruedas, el eje trasero y buena parte de la espalda del piloto. La munición de pesado calibre lo atraviesa de parte a parte, haciendo que vuelen pedazos de su cuerpo y de la propia moto contra ti. A esas velocidades, cualquier golpe de manillar puede ser mortal, por eso ya habías desviado la moto hacia la derecha mientras disparabas, haciendo un barrido con los disparos al tiempo que esquivabas los peligrosos fragmentos. La moto enemiga estalla por fin, haciendo saltar por los aires lo poco que quedaba de su piloto: los miembros a lados contrarios, y la cabeza, dentro de su casco, hacia delante, echando a rodar por la carretera unas cuantas decenas de metros. Sonríes imaginándote el agradable sonido que debe hacer rebotando sobre el asfalto; dentro del casco apenas oyes tu respiración agitada y el rumor reverberante del potente motor.
Los compañeros del muerto se desvían espantados de la explosión, pero no se arredran. Aprovechan que has dejado de acelerar para dirigir las pesadas ruedas, de cubiertas dentadas, hacia ti. Al más decidido, el que se te acerca por la derecha, le sorprendes inclinando la moto hacia él; no se lo espera, y duda ante tu movimiento suicida, permitiendo que el resistente y pesado carenado blanco de tu moto se apoye sobre sus neumáticos, deformándolos. Las ruedas delanteras escapan a su control, se agitan alocadas y el manillar se le desarma entre las manos. Desde el traslúcido y oscuro cristal de su casco te echa una mirada indignada, como si hubieras cometido una injusticia, antes de salir despedido hacia delante cuando su moto de cuatro ruedas se estampa contra una rotunda roca fuera de la carretera.
Regresas al centro de la carretera, sobre las líneas de gastada pintura amarilla, vigilando al tercero por el retrovisor. Mientras reduces las marchas para recuperar cuanto antes la velocidad, él acelera el revolucionado motor de su moto de cuatro ruedas. Busca embestirte, arrollarte con su pesado vehículo… Inclinas la moto hacia la izquierda en el último momento y le dejas adelantarte. Su maniobrabilidad es algo peor que la de tu moto, así que no logra esquivar a tiempo el gran barril oxidado que se le viene encima por la carretera. Intenta lo mismo que tú, desviarse hacia su izquierda, pero el barril impacta contra el guardabarros delantero y hace a su moto encabritarse desde las dos ruedas traseras. La velocidad lo suspende un momento por el aire, pero él cae de la moto cuan largo es mientras la máquina sigue girando y acierta a aplastarle la cintura con el duro parachoques frontal. El cuerpo, de algún modo, se queda enganchado mientras la cuatrimoto rebota y vuelve a girar, lanzándolo de nuevo por los aires, el torso por un lado y las piernas por el otro. Subes de marcha y aceleras, dejando que las tripas desparramadas engalanen tu nueva y breve victoria.
Aceleras y vuelves a subir de velocidad. De nuevo en cuarta. Fijas la sofocada mirada en los derruidos edificios del horizonte, reconfortándote con la idea de descansar, aferrándote a la esperanza de encontrar supervivientes. El viaje mismo, el incesante combate, se han convertido en el eje de tu vida. ¿Acaso hay algo más?
Vives el sueño de personas con cuyo pasado sueñas.
En el año 2112, la Tierra ha sido invadida por las fuerzas del mal. Viajas hacia los sectores vecinos destruyendo invasores.
Eres… ¡Mach Rider!