27 julio, 2024

Este relato fue escrito por uno de los más antiguos colegas de Historias Pulp, tiempo atrás, y nos lo cedió con entusiasmo para que lo compartiéramos como una de las primeras publicaciones de nuestra página web, tiempo atrás.

Como parte de la nueva reorganización de la página, lo volvemos a publicar en esta entrada, completo, además de permitir su descarga gratuita en PDF.

¡Que lo disfrutéis, pulperos!

Índice

¿Loco?

por Omar Barrera

 

La gente siempre me ha creído loco, desde que érase muy pequeño suponían que mi atrofiada motricidad, las constantes charlas susurradas que tengo conmigo, las repentinas vueltas de cabeza como creyendo haber visto algo que se difuminó en la nada, eran producto de la demencia. ¡Pero yo siempre les he llevado la contraria! ¡Oh, sí!, me considero cuerdo, sobrio, lúcido; más aún, soy portador de una serie de cualidades que al parecer nadie posee: una exaltada percepción de los sentidos.

¡Lo que ningún ojo ve, lo que ningún oído escucha, yo lo observo y oigo! Sí… sí, lo noto, puedo percibirlo. No es de extrañarse entonces que me tomen por loco cuando digo sentir algo que nadie más puede. Desde infante siempre fui tachado de “raro”, los demás mocosos siempre se mofaban de mí. Pero esto solo fue hasta que tuve la oportunidad de cambiar esas risas por terror.

Hubo una vez un homenaje en la escuela, mi grupo se colocó encima de unas gradas de madera. Habiendo subido todos, el peso de aquellos inconscientes niños junto con el mío hacían presión a la desgastada, corroída madera. Escuchaba el crujir ante todo el bullicio, la sentía vibrar, la percibía ceder. ¡Sí! ¿No les digo que desde pequeño tenía este extraordinario talento? Haciendo caso omiso de toda norma, bajé inmediatamente, seguía escuchando, permanecí atento. Sentía el desplazamiento de los clavos, percibía la fractura de los maderos, veía como descendía micra tras micra, hasta que llegó el punto que determiné en que momento caería; sí, lo supe. ¡Extendí mis brazos y solté un alarido que enmudeció el escándalo, con los puños cerrados y el rostro desencajado, opté la pose de una fiera salvaje!

–¡ESTA ES LA HORA BASTARDOS, CONOZCAN MI PODER! –gruñí.

Habiendo apenas culminado dicha frase, aquella congregación de chiquillos se arremolinaban en picada uno sobre otro. ¡Ja,ja,ja! Sí… caían como muñecos de trapo, si tan solo los hubiesen visto, ni siquiera oportunidad tuvieron de meter las manos. Desde entonces las burlas cambiaron por respeto, los insultos por temor. La soledad me caía bien, me sentaba de maravilla, podía disfrutar de aquellos dotes fantásticos que poseía, sin la interrupción de ningún ignorante.

¿Parece esto ser el sofisma de un loco? ¡No! Porque yo no estoy loco, ya les he dicho que soy cuerdo y sobrio, pero con una amplia percepción de lo sensorial.

En fin, mis ilusos padres fueron citados varias ocasiones en la escuela por mis atroces calificaciones. Algunos maestros se ofrecieron voluntariamente a ayudar, pero nunca mostré ningún avance. Leer era en exceso dificultoso. ¿Pasar las ideas de mi cabeza al papel? ¡Impensable! Estas cosas orillaban a la creencia de mi demencia, pero les reitero que no estoy loco, no… no lo estoy. Los psicopedagogos diagnosticaron dislexia de alto grado y falta de atención. ¿Pero cómo puedo tener falta de atención cuando visualizo todos los minúsculos sucesos, imperceptibles en el entorno para cualquiera? Sí… vaya que lo hago. De todos modos esto me importó un comino, estaba anonadado con miles de hechos inapreciables, invisibles para todos excepto a mí. El tiempo transcurrió, crecí vigoroso, saludable y mi talento conmigo.

¡El loco!… así me apodaban de joven, etiqueta maldita que ha prevalecido hasta el presente. En mis habilidades hallé facilidad para el crimen. Mi mente, siempre entretenida en un acontecimiento vago, se clarificaba a la hora de concentrarse para cometer algún delito. Mi torpe motricidad trepidante robustecía ante el brío de la malicia. Estos finos sentidos me ayudaban a mis aberrantes propósitos, sí, claro que me ayudaban. Me convertí en el mejor de los asesinos a sueldo, todos me llamaban “El loco”. ¿El loco? ¿Es que acaso un loco podría confeccionar tal destino? Yo siempre les dije que no estoy loco, así como se lo digo a ustedes, no, no estoy loco… no lo estoy.

Rápidamente mi clientela creció. Sabían que nadie se escapaba, nadie podía ocultarse de mí. Todas mis acciones eran perfectas y premeditadas. No podrían emboscarme sin que me diese cuenta. Debo decir que detestaba matar, hubiese preferido no hacerlo, pero era bueno en ello y mejor que todos. Ninguno creía en mis sentidos superiores, pero no osaban dudar de alguna habilidad magistral que orquestaba mis impecables asesinatos. Conseguí riquezas por mi remunerado trabajo. Y es que nunca me precipitaba, si tan solo pudiesen observar cómo lo llevaba a cabo. ¡Con qué sutileza, con tan sigilosa determinación! Desde que el nombre de una víctima estaba en mis manos, el brillo de su vida comenzaba a atenuar sin que se enterase. Es por esto que les digo que no estoy loco, un lunático jamás podría, no, nunca podría. ¡Pero aún así persistía el loco, El Loco, El Loco!, ¡EL LOCO!

Mi noción llegó a un punto magno. ¿Cinco sentidos? ¡Basura! Era sensible a diversas cosas, comprendía desde la presión atmosférica hasta lo “tangible” de la gravedad. Es por esto que siempre mi cabeza divagaba en miles de cosas, diversas y distintas a lo vulgar del entorno natural para cualquiera. Siempre susurraba conmigo porque era el único con quien podría tener una confidencia decente, entendible. Mis movimientos eran de tal forma que pareciese que uno se entrometía con el otro, una acción del brazo era anticipada por otra que deseaba salir prematuramente. ¿Pueden entonces considerar que este recipiente burdo, este “cuerpo”, sirva para tales efectos, entendiendo tan vasta información sin que se atrofie?

Permítanme contar los rituales (así les llamaba) que precedían mis asesinatos. A pesar de mis maravillosas percepciones, nunca desestimé la suerte. En mi rubro, en mi profesión, sabía que cada día podía ser el último; en algún momento me toparía con la desdicha de algún fallo, con alguna eventualidad de índole calamitosa. Por ello, el día de la repugnante labor me levantaba tarde, no entrenaba ni ejercitaba, comía lo que más me gustase en donde quisiese, tenía sexo y me entregaba a los placeres que me viniesen en gana. Y así fue hasta que llegó mi último trabajo.

¡Ah, la angustia de mi alma! En qué mal momento llegó éste a mi vida. Un doctor, un hombre de aspecto elegante, de indudable alcurnia, llamado Claudio Figueroa, me dio una fotografía y un expediente, éste tenía el nombre “Omar Barrera”. ¡Nunca olvidaré ese nombre! Deseaba que le asesinara. Omar Barrera no era nadie. No tenía ningún cargo político, no era persona de sociedad, sin dinero, sin posesiones. En la indagación de mis averiguaciones vislumbré el móvil: se había involucrado sexualmente con su esposa. ¡Eso era todo! Un motivo personal del galeno.

Comencé mi labor, investigué tanto de Omar Barrera que era posible que lo conociese mejor que él mismo. Identificaba su olor a la distancia, escuchaba hasta el más inaudible susurro que emitía, su calor corporal lo delataba incluso en la oscuridad, no podía estar en ningún sitio sin que yo lo supiese, lo seguí a todas partes. Memoricé sus acciones, aprendí su itinerario, estudié sus horarios, amistades, familiares, todo… ¡Todo lo que no podría hacer un loco! Al fin, decidí la fecha, la hora y el lugar donde habría de erradicar su existencia de la Tierra.

Llegó el día. ¡Oh, maldito día! ¿Es que acaso me he vuelto loco? ¡NO! ¡Yo nunca he estado loco! Y sin embargo, lo que estoy próximo a contarles parece haber salido de lo más intrínseco de un trastorno paranoico.

Comencé mi ritual con la costumbre de siempre. Me desperté al mediodía, fui al restaurante que más me agradaba y pedí mi platillo favorito, pagué considerablemente por una amante que fuese capaz de despreocuparse por mi exceso de peculiaridad y descansé plácido el resto de la tarde, solo atendiendo entre lapsos a los leves movimientos telúricos que mi extraordinario talento me hacía capaz de percibir. Al crepúsculo, me bañé, vestí y alisté mis armas; repasé el plan dos veces, acomodé todo en el maletín, ¡Y AHÍ ESTABA!

¡ARGH… SOLO DE RECORDARLO ME ATRAVIESA UN ESCALOFRÍO! ¡Yo no estoy loco, no lo estoy! ¿No me he cansado acaso de repetirlo? Estaba próximo a salir, cuando me percaté que, en una esquina lóbrega del apartamento, se hallaba una figura sentada en un mueble. ¿Pero cómo fue esto posible? Nadie podía acercarse a mí sin que fuese detectado, nada material o inmaterial podía aproximarse a mis sentidos sin que fuese percibido, era capaz incluso de descubrir en el ambiente la radiación de microondas y las ultravioletas, pero no a Él. ¡No, no, A ÉL NO!

El terror me estremeció hasta la médula, aún recuerdo la primera pregunta que cruzó mi mente ante este acontecimiento. “¿Me habré vuelto loco?” En un arrebato de pánico desenfundé mi arma y apunté el cañón hacia aquel imperceptible ser.

–¿QUIÉN DEMONIOS ERES? –grité airadamente mientras sujetaba con firmeza el revólver.

¡Ay, qué torturante rememorar esta execrable anécdota! No dejaba de dudar acerca de mi cordura, pero no, ya les dije que yo nunca he estado loco.

Escrutando entre la negrura pude apreciarlo vagamente. Era un hombre vestido de traje, de tez blanca como la nieve, cabellera larga, negra y opaca; su escuálida fisionomía no lo exentaba del porte de autoridad. ¡Volví a gritar pidiendo una contestación inmediata! Pero siguió en su sitio sin responder, impasible. Ustedes se preguntarán: ¿siendo un asesino, por qué no disparar? ¿Qué habría sido uno más? Esto lo intenté, pero una sensación de temor y cautela moderaban la sagacidad de mis dedos impidiendo apretar el gatillo; sí, claro que me lo impedía.

Sin dejarlo de mirar palpé en la pared buscando el interruptor de la luz, lo accioné y fue allí cuando lo observé por completo. Pude apreciar sus abisales ojos negros, sí, eran completamente negros, en vez del globo ocular blanquecino que todos poseemos, los de él eran negros, incomparadamente negros y sin párpados. ¿Es que acaso me había vuelto loco? En este hombre no podía escuchar el latir del corazón, ni el rechinar de sus huesos, carecía de calor corporal, no desprendía ningún aroma, no generaba ninguna corriente eléctrica. Ambos quedamos estáticos durante segundos que parecieron siglos. Al observar sus ojos, la cobardía escarbó mi alma y la resignación hizo que bajase el arma.

Agitando su delgada y blanca mano señaló un asiento donde me invitó (sí, dentro de mi propia casa) a sentarme, a lo cual procedí con cautela dándome por vencido.

–¿Quién eres? –pregunté con atónito asombro.

–¿Quién soy? Durante siglos me han dado muchos nombres, distintas formas, algunas benévolas, otras despreciables, en ocasiones me adoran. Aunque para vos solo soy un administrador del Plan, del “destino”, si así gustáis llamarle –habló con voz potente, sonora, recia.

–¿Eres Dios? –Mientras tragaba saliva.

–¿Dios? Comparado a vosotros mortales, quizás. Sin embargo, no el Dios que os estáis imaginando.

–¡El diablo entonces! –repliqué.

–¡Basta de falacias absurdas! –El tono de su voz se magnificó con un eco estruendoso–. He venido a tratar un asunto de vital importancia. Como yo, somos muchos, y cada uno se encarga de una particularidad. En mi caso, intervengo en los efectos terminales que resultan de la extinción del proceso homeostático de los seres vivos, esto es, término de la vida. O al menos, así los entendéis vosotros.

–¡La Muerte! –¿Es que acaso me estaba volviendo loco? No, y sin embargo estaba charlando con “La Muerte” en mi apartamento. ¡Tenía que estar loco, debía estarlo! Pero no, sé que no lo estaba, sé que no lo estoy. Mi cabeza daba vueltas y en un ataque frenético de nerviosismo– ¿Qué quieres de mí? –exclamé.

Aquel hombre, la encarnación de la mortandad, cruzó las piernas, me miró fijo unos segundos y contestó.

–Todo lo que existe, tiene un papel fundamental en el Plan, cada uno realizáis en forma inconsciente el objetivo para el que vino a este mundo. Estas acciones son reflejadas hasta en las cosas más absurdas para vosotros, desde habéis dado las gracias a un prójimo, hasta habéis conquistado el mundo. Toda acción genera una reacción, este número infinito de acciones y reacciones son coordinadas por una intrincada fuerza. Una fuerza que en vuestra incapaz mente no os podéis siquiera llegar a vislumbrar una infinitesimal parte de ella. Inclusive los estériles planetas, las galaxias lejanas, la luz de una estrella que jamás llegaréis a ver, afecta de una forma minúscula o desmesurada todo el proceso en el universo y ese proceso está guiado y dirigido por nosotros, todo en lo absoluto. Podéis decir entonces que un diminuto fragmento de hielo en el cinturón gélido de un planeta gaseoso tiene que ver con vosotros y a su vez, con todo. Y cuando todas las cosas intervienen, en efecto, unas mayores que otras, se cumplen los motivos y propósitos del Plan. Y aún no se habéis cumplido el propósito de Omar Barrera, éste no podéis morir.

¡Oh! Un torbellino de ideas aludiendo a mi paranoia me asaltaba, sí, debía estar loco. ¡Tenía que estarlo! Pero no, no lo estaba. No podía contestar nada, ninguna coherencia podía asomar por mis labios sellados. ¡Estaba hablando con la muerte! “¡ESTOY LOCO!”, pensé, pero mis cavilaciones fueron interrumpidas.

—No estáis loco —mencionó, mientras admiraba el horror de saber que podía leer mis pensamientos—, vos es distinto al resto de los seres humanos, portador de  habilidades incomparables, grandezas de las que todos carecen. Es por éstas que tenéis la posibilidad de verme y escucharme. Habéis pensado: “¿Por qué Omar Barrera? ¿Qué, con todos los demás que he matado? ¿Cómo es posible, si todo está organizado por vosotros, para seguir un curso determinado, esta situación no fue entonces prevista?”. Los humanos, criaturas tan absurdas, os creéis que fuera de vuestra existencia no hay más. Hasta se imaginan que sus dioses están atentos a vosotros, a vuestras acciones, a vuestros pecados, a vuestras buenas obras —se inclinó para acortar la distancia de su cuerpo imperceptible al mío—. Los hemos visto desarrollarse, establecerse como especie predominante, abusando del uso de vuestra tecnología y el apremio por la ciencia. ¡Todo os fue dado! Todo está en el Plan, pudo haber sido para las hormigas o algún virus, pero nosotros decidimos  por vosotros. Desde vuestra concepción, no deciden ni la hora para lavar vuestros dientes sin que nosotros así lo deseemos. Siguen creyendo que lo que vosotros llaman “El Big Bang” fue una explosión única que dio paso a todo lo conocido. ¡Aberrantes incrédulos y desdichados! Nosotros hemos repetido estos procesos una cantidad infinita de veces en las diversas dimensiones que existen. Una vez que la gran explosión termina de expandirse, regresa al foco después de trillones de años para concebir una nueva creación. Una gran explosión es un universo, uno entre miles de millones que conforman el multiverso. Así como en una estrella orbitan diversos cuerpos celestes, esta estrella orbita alrededor de una galaxia, esta a su vez lo hace alrededor del universo y este lo hace junto a billones de universos más en un multiverso; donde todo desconocéis. En las miles de millones de dimensiones que existen, el caso es el mismo. Por simple lógica, se entiende entonces que existe una cantidad que no puede ser expresada por ningún número… de universos. Cuántas civilizaciones, cuántas dimensiones cruzáis con la de vosotros, y en todas éstas, nosotros intervenimos. Vuestras leyes físicas estáis imposibilitadas de ayudarlos a comprender algo superior en todos los sentidos. No sabéis manejar el tiempo que no es tiempo o el espacio que no es espacio, no podéis discernir entre lo que es algo o es nada. Imaginad lo inconcebible de un mundo sin átomos, insensato el universo no regido por vuestras ridículas cuatro leyes mecánicas físicas. Hemos escrutado el conocimiento de vuestros eruditos, concluimos fácilmente que no sabéis nada. ¿Crees que podéis entender algo relativo al Plan? Errado. Lo más próximo que os imagináis es la llamada “Teoría del caos”. Vosotros creéis que todo está sistematizado por las variaciones que pueden implicar grandes diferencias en comportamientos futuros. ¡Y os estáis imposibilitados de su predicción a largo plazo! ¿Y cómo no os estáis imposibilitados si es que nosotros orquestamos en lo oculto lo que es desconocido para vosotros? Entonces bien, diré que has servido para el Plan, todos aquellos a los que habéis asesinado así se ha dispuesto. Pero vos tenéis algo único, algo especial, algo que os ha sido otorgado por una discrepancia en algunas decisiones tomadas por nosotros. Vos ser el resultado de una variación azarosa, un accidente. Debido a este talento, os habéis ocasionado problemas, vuestras acciones no concuerdan con lo previsto a pesar de lo estipulado, debo atar cabos después, debo manipular los dificultosos hilos de la realidad para que todo siga en perfecto orden. Pero en esta ocasión no puedo permitirlo, Omar Barrera ocupa un papel importante en el Plan, no ahora, no en cien años siquiera, después de cuatro mil treinta y siete años, tenéis efecto su existencia.

Escuchaba esto con desolación. Seguía sin poder articular palabra. Debía de estar loco. ¡Tenía que estarlo! Mi mente me estaba jugando una mala pasada, esto era absurdo, la agudeza de mis sentidos no permi…

–¿Tus agudos sentidos, decís? –dijo sarcásticamente el espeluznante ente–. Si bien es cierto que vos poseéis algo muy por encima del promedio, vuestra percepción solo es difusa y tosca. ¿Habéis escuchado el sonido? Vos solo escucháis vibraciones en el ambiente, ondas que son transferidas por un medio, estas golpean vuestros tímpanos y estas señales primitivas son analizadas en vuestro cerebro igual de primitivo; este se encarga de traducir todo a algo que podéis comprender. ¡La verdadera naturaleza es muda! ¿Habéis visto el color? La luz rebotada, reflejada y refractada. La luz, que ha sido descompuesta en una sustancia, es la que llega a vuestros ojos con solo las tonalidades y matices que no fueseis del todo absorbidas. El cerebro de vos es nuevamente el que procesa toda información. Vosotros solo percibís lo que su cerebro primitivo os permite. Un perro no oleréis lo mismo que vos,  aún si el mismo platillo se les diese a ambos. Igual no veréis lo mismo que el águila. Si vos careciera de papilas gustativas no sabrías lo que es el gusto, probablemente nunca os hubieseis imaginado el sabor de algo. Todo viene de la percepción de vuestro cerebro. La realidad de todo es vana, es utópica. Lo real, estáis velado a vuestros mortales ojos. ¿Comprendéis entonces que sois nada? Vos, con tan inconmensurable dádiva, debéis ser una deidad entre estos prescindibles seres y tan solo sois un vulgar homicida. No estáis próximo a las vanaglorias que predicas. Yo no estoy sujeto al tiempo, ni al espacio, ni a la física. Me ubico donde desee solo al pensamiento. Soy omnipresente, omnipotente. He existido desde el principio de todo y lo haré hasta el final de lo mismo. ¿Te preguntáis en tu cabeza cuál es el Plan? No hay razón para que vos conozca tal cosa. También preguntáis si vas a morir, vaya infortunio, lamentablemente eso no os está destinado.

Aquel ser detestable pausadamente se puso en pie y de repente apareció a mi espalda cuando apenas se hubo desvanecido de mi vista. No pude moverme, contuve el aliento con la mirada fija en aquel mueble vacío en una esquina. Susurró su siniestra voz en mi oído.

—¿Con vuestras maravillosas habilidades… os habéis percibido algo desde el comienzo de nuestra conversación? —¡Ay, la infelicidad, la amargura, LA MALDICIÓN! Sí… sí… creí que era por la intensa concentración que ponía en él, pero no… ¡NO! Ya no percibía nada, no podía escuchar las ondas de radio, intenté ver en infrarrojo pero fue imposible, traté de sentir la estática en el ambiente más no resultó. ¡Me estremecí! Pero aquella demoniaca cosa prosiguió—. Ahora sois como cualquiera, no os agradezcáis por esta bendición —masculló con sarcasmo, pero retomó con una seriedad apabullante —. Puedo leer vuestros pensamientos, estoy en todos lados, todos vuestros movimientos sois anticipados. No matarás a Omar Barrera. No podréis.

Y desapareció.

Los primeros días fueron los peores. Mutilado, inválido, impedido de todo lo que antes podía. Imagínense ciegos, sordos y mudos. ¡Imagínense! ¿Cuánto más a mí? Antes detectaba un centenar de cosas diversas. Estos cinco estúpidos sentidos… ¡No sirven para nada! El llanto y los berrinches no eran consuelo para mi atormentada alma. Me venía a la mente una y otra vez aquel maldito ente, aquel demonio atroz. ¡La Muerte me las tiene que pagar!, ¿Pero cómo? Sabe todo lo que pienso, se anticiparía a mis acciones, está en todas partes, podría quizás ser cualquier cosa. ¡Al fin! Planeé algo… Sí, vaya que lo hice, y para que se perdiera en la nada, para que se escondiese entre miles de pensamientos peores y repugnantes que tenía durante todo el día, pasaron los meses.

¡Cuatro tormentosos meses! No había momento en que no maldijese mi existencia, pensamientos degenerados asomaban desde mi afligida cabeza. “Debo soltar una  granada a una calle concurrida, seguro su valiosísimo Plan se tendrá que venir abajo. Sí, se presentará ante mí para detener mi mano asesina. Intentaré pelear contra Él y si me acarrease a la muerte, perseguir a aquella abominación en la otra vida”. Este y otros trastornados pensamientos cruzaban por mi putrefacta mente, solo añorando con ímpetu la venganza.

Un día como cualquier otro, después de haber liberado amargas lágrimas durante toda la mañana, decidí que era momento de intentar proseguir con mi infeliz vida y si no le hallase plenitud en corto tiempo, morir. Mientras me bañaba sin ninguna sensibilidad más que la de la templada agua resbalar por mi cuerpo desnudo, seguía pensando en la desdicha de mi existencia. Fui a comer sin hambre a mi restaurante favorito mientras la comida jugueteada me recordaba la denigración a la que fui sometido. La película más espectacular que había visto era menguada por la reminiscencia de mis perdidos sentidos. Salí del cine y caminando pausadamente tomé camino hacia mi departamento. Cada paso evocaba la carencia de alegría; decidí entonces acabar con mi vida. Apenas terminé de pensar esto, saqué con estrépito el revólver oculto en mis ropas, quité el seguro con la diestra agilidad que poseía para al fin jalar el gatillo. ¡Un poderoso estruendo se escuchó! La bala atravesó el cráneo, entrando por la sien derecha y saliendo por el lado opuesto. Caía pesado… como un muñeco inerte… el cuerpo de Omar Barrera.

¡Reía a carcajadas como lo estoy haciendo ahora! ¡JA, JA, JA, JA! ¡Lo había conseguido, lo había logrado! Pensé una sola vez en algo y no volví a pensarlo jamás. ¿Podrían ustedes llevar a cabo algo sin que su cerebro intervenga en ello? ¿Podría acaso un loco ser el autor de tal maravilla? Eludí a La Muerte. ¡Sí, claro que lo hice! Había estudiado todos los movimientos de Omar Barrera, sabía todo lo que hacía, los lugares que frecuentaba, por dónde caminaba. ¡Lo sabía todo! Sin cavilar en ello procedí a la convergencia de ambos para terminar con su vida, mientras mi mente procuraba miles de cosas colaterales, solo como cebo.

La gente corría despavorida por la calle. Los ojos desorbitados, abiertos al máximo, las bocas torcidas en una mueca producto del pánico; estas eran las reacciones al presenciar el asesinato de un hombre de forma tan fulminante. Yo no paraba de reír a carcajadas, estaba en un estado de frenesí desquiciado. ¡Parecía un real y demencial loco! ¡Sí! Eso parecía, pero nunca lo he estado, aunque ustedes siempre digan lo contrario. Este estado tan alterado que me poseía llegó a su clímax cuando lo observé parado a la distancia; La Muerte estaba allí. Lo vi, de un modo que creo no haberlo hecho, solo una neblina opaca difuminada en el aire; pero en ella percibí su rostro: mefistofélico, horroroso, infame, inmundo. Sus ojos negros y execrables ahora mostraban una cólera que nunca había sido exaltada tanto desde los comienzos de la eternidad. Y mientras, yo seguía en mi estado maniático, mofándome de él, alabándome por haber derrumbado sus planes. Presumía de mi magistral acto ante su ineptitud e ineficacia.

De pronto sentí un pinchazo en mi espalda, una corriente eléctrica poderosa atravesó mi alterado cuerpo paralizando las extremidades como si fuese un rígido madero. Prosiguió un policía a ponerme boca abajo y esposarme. Apenas me recuperé, seguí profiriendo burlas y carcajadas a aquel satánico ser. En un lapso de mi arresto escuché al policía decir “¿Con quién hablas maldito loco?”.

Esta es mi historia, esto fue lo que sucedió. Fui arrestado por no haber tomado precauciones, en realidad no podía hacerlo o La Muerte se hubiese dado cuenta de mi proyecto. Ahora no tengo mis anteriores sentidos, mis percepciones son idénticas a las de ustedes. Camino sin parar en los incontables pasillos de este centro psiquiátrico cumpliendo mi condena. ¡Todos me toman por loco! ¿Pero no es notorio acaso que no lo estoy? Se me ha diagnosticado esquizofrenia, creen que la historia precedida es un invento de mi cabeza. En tanto, aquel doctor sigue manipulándome con horrendos, crueles y tortuosos tratamientos. Sí… el doctor Claudio Figueroa; él y sus abisales ojos negros, ojos negros sin párpados.

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¿LOCO?

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