18 julio, 2025
PORTADA LA AMANTE relato corto

LECTURA DE LA AMANTE EN IVOOX

Él la miraba con ojos cansados trajinar por la casa con sus hijos colgados de su falda. Ella no reparaba ya nunca en los seguimientos furtivos de su marido. En realidad, ya no reparaba en nada.

Ambos habían sido amantes y, algo después, su amor acabó en matrimonio.

Él, no sabía si la deseaba, sabía que la quería, pero pensaba en ella como una hermana.

Ella había vaciado su mente de toda posibilidad de amor conyugal. Y poco le importaba que su marido ya no la deseara porque, entre otras cosas, el deseo se había marchado de su joven cuerpo con las angustias, las tragedias y la nada vacía de su vida cotidiana.

Él, una noche, angustiado salió a beber por los bares, cerca de su casa. Para evitar estar en la alcoba con la que ya no le importaba.

Y desde aquella primera vez, las noches las pasaba vagando y durmiendo fuera de su hogar.

Un día, una extraña mujer se le acercó, casi era madrugada. Él estaba sentado en la última puerta del último bar que ya cerraba.

Su atuendo, con capucha y abrigo negros, envolviendo su figura altiva la hacían parecer un ser espectral. Un perfume delicado emanaba de aquella mujer tan extraña. Se le acercó, no le dijo nada, él se asustó pues sentado como estaba le pareció grande, fuerte, casi una gigante comparada con su esmirriada figura de hombre borracho tirado en la acera.

—Ven.

Lo cogió delicadamente de la mano y en el callejón de al lado, lo amó como nunca nadie antes lo hizo. Ella se fue sin decirle nada. El hombre creyó que aquello era un sueño. Mareado volvió a casa.

Su mujer trajinaba con los niños tirando de sus faldas. El colegio y los horarios laborales apremiaban. Ella, enfadada, le gritó, lo amonestó, le tildó de flojo, cansada de esa actitud de niño desolado.

—¿Cómo se supone que voy a poder yo sola con todo? ¿Cómo? ¡No ayudas en nada: eres un infeliz, un endeble, ¡siempre estás malhumorado y vas a acabar desalmado!

—Ana.

—¿Qué? — dijo ella muy enfadada, alterada y con ganas de cruzarle la cara.

—Ana, esta noche una mujer desconocida me amó como ninguna vez nadie lo ha hecho. Ni siquiera tú… Creo que me he enamorado…

—¿Sí? ¡Oh, claro! ¿Ibas borracho? ¿Quién se acercaría a ti si apestas a alcohol?

Él no dijo nada. Y cada noche salía a beber. Y cada madrugada se encontraba con el dulce sexo de su amada. La mujer del dulce olor. La mujer cálida y húmeda.

Un día, armándose de valor, quiso verle la cara. Ella retrocedió y se marchó asustada.

A la noche siguiente ella no apareció. Ni a la siguiente, ni a la siguiente, ni a la siguiente…

Su alma desolada se volvió huraña, en casa su violencia llegó a las manos. Los hijos lloraban. Su mujer languidecía, lo miraba gritar, se daba media vuelta y seguía, como si nada.

Un día, él, le confesó:

—Ana, amo a otra, me marcho de casa.

—Bien, coge tus cosas. Están preparadas en el armario de la entrada. Ese que tiene la puerta rota desde hace semanas.

—Lo siento.

—No pasa nada, ya hace mucho que no me amas. Prefiero estar sola.

Él bajó la cabeza, salió a la entrada, abrió la puerta de aquel armario roto y desvencijado. Y allí estaba. Una maleta preparada.

Un olor, un dulce olor llegó a su pituitaria. ¡El perfume de su amada! ¿Cómo era posible?

Colgado, en una parte escondida del armario, un abrigo negro con capucha se movió al ser rozado.

Él se asustó, retrocedió, cayó de culo y llamó a Ana.

—¡Anaaaaaa!

Las lágrimas corrían por sus mejillas desgastadas de hombre viejo. Un sin fin de años cayeron, repentinamente, sobre él. La pesadumbre de su corazón fue infinita. Miró a Ana y comprendió que ya no tenía nada.

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