27 julio, 2024

El profesor de literatura infantil Roberto Martínez nos remite una nueva crónica acerca de las desventuras que acontecen allí en su comunidad de los Altos de Cazucá. Unos escritos que son testimonio de la turbulencia situación que se vive en otros lugares de su país, Colombia, a raíz de los continuos conflictos armados.

Esta nueva crónica esta crónica trata de los muchos asesinatos y falsos positivos de jóvenes (es decir, civiles asesinados y reportados como guerrilleros muertos en combate) que han quedado en la impunidad, y de los asesinatos en los territorios de las así llamadas “fronteras imaginarias”, en los territorios de los cerros.

No olvidéis que podréis encontrar el resto de las crónicas compartidas por el profesor Roberto Martínez en la sección de OTROS AUTORES.

¡Esperamos que la disfrutéis, pulperos!

EL ÚLTIMO ENTIERRO EN LOS ALTOS DE CAZUCÁ

por Roberto Martínez

 

En los cerros de los Altos de Cazucá, el sol débilmente terminaba de esclarecer la mañana oscura, como atrapando un lejano silencio, dejando escuchar una balacera y, ladrido de perros, en una de las tantas fronteras de los cerros. Eran noches de acostare temprano, como es de costumbre, para poder seguir viviendo. Mientras, la oscuridad y el frío de una brisa helada carcomía los huesos de cualquier habitante.  

El Alcalde, presentó su plan de gobierno que desarrollaría en el municipio de Soacha y, particularmente en una de sus comunas. Como es la comuna 4, de los Altos de Cazucá,  un domingo en las horas de la mañana, en el mes de octubre del año 2016, en la cancha de futbol del barrio Rincón del Lago, con los miembros de su gabinete, la policía, el ejército y, los empleados de la Defensoría del Pueblo. Convocaron a la comunidad, y a los líderes comunitarios. El Alcalde, en una de sus alocuciones, manifestó folklóricamente que “En los Altos de Cazucá, no habría un muerto más en su administración.”

El Alcalde, al año siguiente, el 16 de julio, el día de la virgen de los conductores, ordenó a los presidentes de juntas, a la policía, realizar una encuesta de los problemas que más afectaban a la comunidad, para resolverlos. Pero los muertos aparecieron más que nunca, tirados en las calles, frente de las discotecas, en las galleras, los billares, en los solares, hasta en los cajones del chifonier, cuando una madre arreglaba la ropa y, se acordaba de su hijo que asesinaron, en una de las calles de estos cerros.

En los años 97-2010, aparentemente los días eran pacíficos. La gente corría detrás de los carros, de las empresas, de las fábricas, de las cadenas de supermercados escoltados por la policía y, el ejército. Repartían mercados, ropa usada y, juguetes para los niños. Para estos empresarios no era una ayuda humanitaria, solo era, para evadir los impuestos, comerciantes que querían ganarse el cielo, a la hora de su muerte. La  gente también, esperaba en sus casas las ONG, las Fundaciones, algunas Iglesias, con la bendición de las ayudas humanitarias, muchas mujeres, declaraban, con falsos testimonios, que habían sido violadas sexualmente, por la guerrilla de la FARC y, del ELN, para recibir beneficios, como víctimas de la violencia armada.

Lo  irónico de la vida es que en cada hogar, de puertas para dentro, aumentaba la violencia intrafamiliar, cuando los maridos les quitaban la plata de las ayudas humanitarias y, de familia en acción a sus mujeres, las violaciones sexuales contra las niñas, por parte de los padres, los padrastros, de un familiar cercano o vecino. En las calles de noche, se caminaba con palabras convertidas en códigos, para identificarse si era habitante, de los cerros de los Altos de Cazucá. Las ONG, Fundaciones e Iglesia, tenían a los habitantes registrados con códigos, desde el adulto, hasta el más pequeño.

El aumento, de la violencia armada en el país, convirtió al municipio de Soacha y, en particular, los Altos de Cazucá. Como uno de los más grandes, de asentamiento humano de familias desplazadas de las diferentes regiones del país, como es la, La Costa Pacífica, de La Región Caribe,  Medio Magdalena, Los Llanos, Cundinamarca, Bogotá D.C. Muchos de estos vecinos, comenzaron a vestirse de sombrero antioqueño, camuflado, un poncho, peluqueada de militar, escuchar música de esmeraldero, corridos de narcos y, de paramilitar. Ellos, dormían, se despertaban, comían, cagaban, como guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y traquetos.

En el gobierno de Uribe Vélez, 2002-2010, el país y, en los Altos de Cazucá la gente le rezaba a sus dioses y, pregonaba, que el país era un Estado indolente sobre los derechos humanos, corrupto, fascista. Como un Estado confundido, impotente, alterado de violencia, de asesinatos, desplazamientos de familias, por el apoderamiento de territorio, entre el paramilitarismo narcotraficantes y, la guerrilla. Eran los años de los falsos positivos, de los últimos muertos por la violencia armada, eran los últimos entierros. Como un espejismo de asesinatos de jóvenes y, de desplazamiento de muchas familias campesina.

La vida, era domesticada, por la muerte, ausente de miedo, de sus rituales, sin dejar soltar una sola lagrima bajo la lluvia, en el verano. La vida, era como una noticia que excitaba a conspirar de vivir con los muertos, en un circo, con payasos con sus caras pintadas, con mimos, con fieras salvajes, con trapecistas caminando entre líneas imaginarias, con músicos en marcha militar tocando, trompetas, bombos, platillos. Hasta entrar al pueblo, de muchas miradas silenciosas, que terminaban de presenciar el último acto del circo, como una muerte súbita.

Los vecinos, al no pensar en el último entierro, era como algo toxico, para el alma, era parecido a un viejo músico, tocando un pedazo de violín desgastado, ahuyentando las pocas golondrinas que dormían en el campanario de sus recuerdos, esquivando la muerte, para no tocar las campanas, para anunciar quizás el último entierro. Los grupos armados consolidaban su presencia, con panfletos, pasquines, cartas tiradas por debajo de las puertas.    

Algunos vecinos, querían salir de la pobreza, escuchando, “Radio Recuerdo Me Gusta más”… para escuchar en las propagandas, si se ganaban el chance, la lotería. Seguir escuchando, “Radio… recuerdo… me gusta… más…” para escuchar el programa de los brujos, los baños con plantas, lavar la casa con agua bendita, para salir de la pobreza, de terminar con la impotencia sexual. “Radio Recuerdo… Me… gusta…  Más…” Mis vecinos, pensaban en el último entierro, recordaba lo que mis vecinos hablan en susurro.

“En los meses de junio y, a final de año, es cuando la limpieza social, aparece de nuevo”.

En los cerros, a cualquier hora, en cualquier lugar, es costumbre escuchar tiros y, observar las camionetas de la policía a toda velocidad, recogiendo un herido con arma blanca o de disparo. Un muerto que puede ser del cerro del sector de arriba o del sector de abajo… Todos sueñan con observar el último entierro, se conforman diciendo.

“Hasta que estemos vivos, nos toca vivir en los cerros, en estas tierras que es un campo santo”.

Mechitas, la popular chismosa del barrio, según su religión y creencias, le comenta a sus vecinos, antes de saludarlos.

“Hasta… cuando…. nos toque ver el último entierro, carajo…. Eche… no jo… da… Yo, veré mi propio entierro, cógete tu masca”.    

Las drogas, son narraciones de violaciones sexuales, relaciones incestuosas, violencia intrafamiliar, el imperio de una economía ilegal en las calles al parecer solitarias, casas abandonadas con pasadizos oscuros, con las puertas, las ventanas abiertas, como buscando una luz. Muchos de los transeúntes, caminan hablando en balbuceo, en susurro, como sonámbulos, burlándose entre sí, con sus miradas silenciosas, escarbando luz entre el día y, la noche, esperando el peregrinaje de asesinatos con resignación, para su último entierro.

Una mujer afrocolombiana, en uno de sus territorios, le cantaba sus parches en reggaetón.    

“¡Perra… Vengo de la USA… de un parí… (Fiesta) De BLACK (los negros) donde no pueden entrar los WHITE (blanco).

Tú… hablas mierda…. porque yo no estoy ahí…. porque si yo estoy…. las  glocks… toda las Balas de mi Fn… un blu ray… una 32… pa… bórrate… hasta

La fe… ¡Los BLACK…Raza…Pura!….

Pues…  ya que te vas… déjame… decirte que te valla bien… Los BLACK… Somos lo mejor…”

El tercer sábado, del mes de mayo, 2017 a las 2, pm. A un hombre, unos sicarios, del Microtráfico le impactaron varios tiros en su cuerpo, sin ninguna duda de arrepentimiento. Su cuerpo había quedado tirado en un charco de sangre, como si flotara en el embalse terrero de aguas nauseabundas en tiempos de invierno. Los vecinos, recordaron en el gobierno de Julio Cesar Turbay, cuando decretó el famoso Estatuto de Seguridad, que sería el último entierro. En el país y, los cerros de los Altos de Cazucá, es como, un hábito de amor consagrado con la misma muerte.

La madre, del difunto arrastraba sus manos sobre su rostro, alejándose de una conducta nerviosa; antes que enterraran a su hijo por última vez. Ella, muchas veces había recibido noticias del asesinato de su hijo, en algunas de las calles del barrio. Ella, meses atrás despertaba en sobre salto,  pesadillas, al ver a su hijo caminar las calles laterales. Con sus bolsillos llenos de drogas llevándolas a domicilio, siempre con la muerte guindada tras de su espalda. Es que en los cerros, los jíbaros, cuando el ambiente se pone pesado, no caminan por las calles principales de los cerros.

Él difunto, antes de ser asesinado, se burlaba de los polochos (policías), de sus vecinos, de sus dioses incrustados en su piel, como tatuajes, por último de su madre. Se revolcaba en fornicaciones de orgia con personas de varios sexo, como ofendiendo y, maldiciendo su carne de su cuerpo, de tantas legiones. El dibujaba el sol en un papel, para alumbrar las noches de invierno en los cerros arriba, abajo, por sus calles laterales vendiendo la droga.

En tiempo de verano, dibujaba la luna en la planta de su mano derecha, para ocultar el sol, provocando eclipse en las calles de los cerros, para hablar palabras incoherentes consigo mismo. Hasta comulgar con sus dioses, arrodillado en la puerta de la iglesia, abrazando la cruz que la dejaron tirada en la última procesión de la semana santa.

Visitaba, con frecuencia a una vieja con un turbante sobre su cabeza, que permanecía sentada en una piedra a un costado de la calle. La vieja, escondía debajo de la piedra agua bendita en un jarrón de barro, muchas estampas de santos, caléndulas, tierra del cementerio, los últimos alientos de los difuntos enfrascado en un frasco, cinco oraciones, para alejar los peligros y, no les entrara bala en el cuerpo a sus clientes; que eran miembros de las pandillas del barrio.  

El muerto, en vida, tenía su contextura robusta, con el pasar de los meses desmejoraba, como cuando uno va deshilachando un trozo de hueso carnudo, le sobresalían las ojeras con más frecuencia, sus labios en llagados, su vista desorbitada, caminaba las calles dejando brotar de su ropa un fuerte olor a rancio, su aliento mal humorado brotaba de su piel, en el tobillo de su pie izquierdo tenía un brazalete, identificándolo, como uno más de los tantos presos beneficiándose casa, por cárcel. Mientras caminaba las calles con sus amigos, como un peregrinaje entre los límites entre la vida y, la muerte.

El cura, celebraba misas en la calles, recordando los asesinatos de los jóvenes de los barrios. El difunto, antes de asesinarlo se la pasaba en las calles, cantando en voz alta.

“¡Hey… gavillero… (pandillero), Boca trapo… Pica… Hielo… caminen con la babilla… (Revolver), tras de sus espalda… Todo… Melo… claro mijo… todo Melo… Y, tú, qué… Máquina… cargas una tabla (pistola) entre la cintura… Y en tu oreja unas candongas… de plata… ja ja ja… la vida… da… sorpresa… Sorpresa… da la vida…”

Los vecinos, después de enterrarlo, por última vez. Sus parches, con las prostitutas de pata de palo, con la luna en sus hombros, bailaron, cantaron, improvisando canciones de Rap, festejando su último entierro. Con alcohol, droga, hasta que el sol rayara la mañana lluviosa. En la punta del corredor de la casa, que está ubicada diagonal a la biblioteca del barrio La Isla. En las cantinas un grupo de mujeres borrachas se revolcaban, jalándose las mechas por el difunto.

Los Altos de Cazucá, los grupos armados están divididos por territorios, las milicias del microtráfico están en pequeños territorios, los territorios donde venden las drogas están ubicados en algunas calles con sus diferentes códigos, las cantinas están determinadas, para cada grupo étnico,  los vecinos por sus contradicciones ideológicas, de racismo, conflictos cotidianos. A los cristianos solo les queda un territorio, el campo santo.

Son tiempos de las pandillas, que comercializan la droga, por la disputa de los territorios entre los WHITE  y, los BLACK. Tiempos de los asesinatos de niños, de los adolescentes, de los jóvenes en las esquinas, en las calles de los cerros de los Altos de Cazucá. Son tiempos de impunidad, como echarle tierra, piedra, a la sangre de los morraco (difunto), para desechar el olor a sarna, por consecuencia de la violencia del microtráfico en estos cerros, calle arriba, calle abajo.

La muerte, es como, retornar en silencio, en una retórica de rayos, que terminan reanimando la vida, después de salir del cementerio, al terminar de acompañar sisas el último entierro, de tantas muertes de forma violenta. Un niño, sentado en una esquina inhalando pegante termina de cantar su última estrofa dedicada, al que fue su parche (amigo).   

“Sisas… Todo… Melo… Que Dios… lo tenga en la gloria… Ya lo enterramos… Todo… Melo”…  Jiiii…”

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El último entierro en los Altos de Cazucá, por Roberto Martínez

Crónica acerca de los muchos asesinatos y falsos positivos de jóvenes (es decir, civiles asesinados y reportados como guerrilleros muertos en combate) que han quedado en la impunidad, y de los asesinatos en los territorios de las así llamadas “fronteras imaginarias”, en los territorios de los cerros.

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