5 diciembre, 2024
pORTADA EL DEVOTO DE LA CUÁDRUPLE OSCURIDAD

Un nuevo relato de Rubén Mesías Cornejo, esperamos que haga las delicias de todos los pulperos. Un comienzo de lo más rutinario, un desarrollo de lo más bizarro y un desenlace que os sorprenderá. ¡No apto para mentes cerradas y obtusas!

Y ahora… ¡que comience la función!

EL DEVOTO DE LA CUADRUPLE OSCURIDAD.

La séptima víctima

La jornada de hoy había sido dura y rutinaria, como la de todos los días, desde que los burócratas del Santuario decidieron concederle este empleo merced a su capacidad para sondear mentes ajenas. El consultorio estuvo lleno de gente anhelosa de que se certificara su aptitud para portar armas, en vista de la creciente inseguridad que se vivía día a día en las calles del Santuario, podía decirse que acudían a su despacho para obtener el permiso de matar a su semejante bajo un marco de legalidad científica amparándose en el pretexto de la defensa propia.

Personalmente a él le complacía la anarquía que se habría derivado de un escenario semejante, pero la disimulaba perfectamente bajo una adusta máscara de imparcialidad, la cual iba muy bien con el smoking y la corbata de pajarita que solía vestir para atender a sus pacientes, no tanto por hacer alarde de elegancia sino porque se sentía bien consigo mismo vistiéndose así. En fin, la jornada laboral había llegado a su fin, y Conrad daba gracias de que esto hubiera ocurrido, aunque la inexorabilidad de este suceso no fuera difícil de predecir, si es que no acontecía nada fuera de lo previsto. Hasta el momento nadie había irrumpido en su despacho para intentar matarlo por no haber superado el examen psicológico.
Cuando dieron las seis de la tarde, Conrad le ordenó a su secretaria, a través del videófono, que no dejara pasar a nadie más, y al mismo tiempo le dio permiso para que se marchara, pues necesitaba estar solo para lo que iba a hacer. La chica le tomó la palabra con alegría y abandonó su escritorio y salió disparada hacia la calle como si la silla donde estaba sentada contuviera un resorte secreto capaz de impulsarla lejos, muy lejos de aquel asiento acolchado donde había tenido que pasar buena parte de la mañana y una porción de la tarde.
Ahora Conrad estaba realmente solo, totalmente libre del peligro de ser espiado por una oreja indiscreta atraída por los ruidos inusitados, la soledad le gustaba porque se sentía realmente libre en medio de ella, y para disfrutarla se incorporó del sillón que ocupaba para dar unas cuantas vueltas en torno al escritorio desde el cual atendía a la legión de protegidos que siempre acudía a él, caminar era bueno porque aparte de estimular la circulación de la sangre en sus piernas le confería un poco de expectación al rito que pensaba llevar a cabo.
Bruscamente decidió ampliar el ámbito de su paseo y se alejó de aquella órbita monótona para aproximarse al interruptor que aparentemente brindaba iluminación al recinto cuando las necesidades de su ocupante lo requerían, la noche estaba llegando y la habitación se estaba poniendo oscura, así que cualquiera hubiera pensado que Conrad estaba a punto de presionar el aquel botón a causa de eso, y en efecto lo hizo pero impulsado por otro motivo pues esta vez la acción no solo provocó que la araña que colgaba del techo se encendiera con la potencia de un pequeño sol, sino que todo el aspecto exterior del consultorio cambiara por completo. Las paredes giraron, y los anaqueles repletos de libros se trocaron en altares presididos por cuatros grandes iconos que mostraban la evolución de la Insigne Oscuridad a la que estaba a punto de consultar. El primer cuadro era un punto oscuro y palpitante, un núcleo de oscuridad gestante, en cambio el último ya mostraba una cara entera y alargada, de ojos brillantes y una barba terminada en punta con dos pequeños cuernos sobresaliendo de su frente , el rostro parecía colgar en medio de un cielo proceloso, en perpetua agitación. Cada imagen recibía el homenaje de las luminarias de un candelabro de siete brazos dispuesto ante ella; curiosamente solo seis de los siete cálices estaban ocupados, y el séptimo permanecía vacío, en algunos casos el humo de las velas consumidas ascendía, formando espirales, hasta el techo, disolviéndose al llegar ahí. Conrad hizo una genuflexión ante cada uno de los altares dedicados a la Insigne Oscuridad.
Se acercó al escritorio, y acarició un rato la lustrosa superficie de su laptop antes de abrirla, luego se sentó ante una pantalla apagada, y su mano izquierda conectó el dispositivo con la red de energía, esta acción confirió vida a esa pantalla muerta, llenándolo con un plano de todas las calles, avenidas, plazas y parques del Santuario, con la intención de rastrear la actividad cerebral de los protegidos que circulaban por aquellas arterias, Conrad dejo de lado las calles y avenidas, donde se aglomeraba demasiada gente y resultaba difícil seguirlos a todos , para limitarse en los parques y plazas, donde se concentraba una menor cantidad de personas, y el seguimiento podía hacerse con menor dificultad.
— Conrad, El séptimo cáliz aún está vacío—musitaron al unísono las cuatro voces de la Insigne Oscuridad desde cada uno de los rincones del recinto.
—El trabajo me ha tenido muy ocupado, resulta difícil servir a dos amos—dijo Conrad casi sin darse cuenta de lo que acababa de decir.
—El único amo que debes tener somos nosotros, somos más fuertes que todos los Poderes del Cielo. Gracias a Nos estás donde estás. Tu tiempo para conseguir la séptima víctima se acorta, si no cumples tu misión aquí volverás a sufrir pesadillas en la noche, la Mano del Terror volverá a tocarte, y esta vez no haremos nada para preservarte.
Conrad ahogo en su garganta las palabras de replica que había hilvanado su mente, sinceramente no quería sentir el toque de la Mano del Terror nuevamente, o ¿pensó que las ahogo?, el caso fue que no dijo nada y se concentró en llevar a cabo la búsqueda de la nueva víctima, simplemente era lo que tenía que hacer para justificar el rito y toda la parafernalia desplegada en torno suyo.
A través de la interfaz aisló las zonas de esparcimiento antes indicadas, éstas se tiñeron de rojo como si una copiosa gota de sangre se hubiese derramado sobre ellas, a continuación alargó su mano y extendió un cable cuyo extremo conectó con un puerto de entrada ubicado a la altura de su sien izquierda.
Voces y más voces invadieron su mente con un bullicio semejante al que se produce cuando se ingresa al recinto de una fiesta bastante concurrida, no era cuestión de hacerle caso a todas, tenía que ser selectivo, y dejarse llevar por su instinto, necesitaba una chica entre treinta y cuarenta años que hubiera abierto los diques de su conciencia como algunas flores lo hacen al llegar la medianoche para expulsar la fragancia que tienen contenida, semejante criterio reducía notablemente su campo de búsqueda y echaba de él a la gente menuda y a las adolescentes que solo estorbaban su trabajo haciendo discurrir sus pensamientos más absurdos , por otra parte la presión para seguir navegando en medio de aquel océano de mentes era intensa, los cuatro cornudos estaban ahí, acicateándolo con el pensamiento, como si fuera un caballo remolón que no quisiera seguir andando , por eso Conrad continuaba buceaba en medio de ellas como un pez abisal buscando la enorme luz que brilla sobre la superficie.
— Más rápido Conrad, más rápido. Tienes que ingresar en la mente de alguna de esas mujeres. Estamos hambrientos, Te has demorado mucho en hacer tu sacrificio, los otros devotos han sido más puntuales que tú. ¿Acaso quieres perder nuestra protección?
Conrad no contestó.
— ¿Por qué no nos contestas?—inquirieron al unísono las cuatro bocas de la Insigne Oscuridad.
—Perdón—dijo Conrad—Estoy concentrado buscando a la séptima víctima, espero que vuestras excelencias puedan excusarme solo por esta vez.
—Somos generosos, y no queremos dañarte Conrad, te concederemos este favor—contestaron las caras haciendo silencio.
Conrad volvió a las pesquisas, la metáfora del pez abisal era perfecta para describir lo que estaba haciendo, en verdad era como un pez hambriento, pero no de alimento sino de tragedias, de sinsabores, de pura oscuridad, pues no buscaba la luz sino la oscuridad, y el pez saltaba de un océano particular a otro, de una mente a otra, despreciando a las frívolas, a las amantes de la inmediatez, para preferir a las solitarias, a las masticaban su soledad con cada gota de aire que respiraban, en cada visión de la realidad que sus ojos recibían del exterior, y en su imaginación el pez describía un arco dorado cuando parecía volar sobre el límpido cielo antes de volver sumergirse en la siguiente mente. Tal vez, hacer esto fuera una tarea tediosa, pero no lo dejaba indiferente como podía hacerlo la contemplación de un monótono día de lluvia, pues precisaba de paciencia e intuición para escoger a la víctima apropiada, y aunque cada salto consumía un tiempo precioso, aquella lentitud equivalía a una minuciosidad que podría traducirse en el máximo regocijo cuando descubriese lo que estaba buscando.
Y la encontró, sucedió de repente tal como ocurren los milagros y las cosas nefastas que dan un vuelco total a la vida, fue un encuentro instantáneo y no preciso análisis alguno para saltar hacia el océano que representaba aquella mente femenina y procelosa, plagada de símbolos e ideas extrañas sobre el amor, sobre el arte, sobre la muerte, aunque podría decirse que las dos primeras materias constituían sus máximas obsesiones, casi el centro de su vida entera desde que tenía uso de razón, por coincidencia Conrad también sentía atracción por las mismas cosas, y no pudo evitar curvar los labios, en un esbozo de sonrisa, para formar un conato de cara feliz que denotaba la satisfacción que lo estaba embargando, quizá era el momento de quitarse el disfraz de pez que lo contenía para volver a ser él mismo y emerger victorioso ante la conciencia de la chica elegida, aunque su escrutinio también revelo la presencia de una sombra atrabiliaria y vigilante, que permanecía en la sombra, enroscada como una serpiente marina en torno a las rocas de un lecho oceánico , aquella cinta sombría no se movía, quieta y expectante como si aguardase que algo turbase la calma de sus dominios para suscitar la incertidumbre en el ánimo de Aspasia, que así se llamaba la fémina dueña de la conciencia que había llamado la atención de Conrad, sin embargo a pesar de su aspecto amenazante, la sierpe no hizo nada y se limitó a observar los sucesos.
El pez abrió las fauces y saltó, tenía los dientes puntiagudos como un tiburón a punto de probar bocado, pero cuando volvió a sumergirse ya no era más la encarnación de aquel depredador, se había convertido en un amable delfín de formas gráciles y mirada dulce que estremecía las aguas con su paso impetuoso y juguetón, la cara del delfín era puro amor, y estaba ahí para que le acariciaran la mollera como lo hace uno con el perro que tiene en casa cuando el cariño te invade y sientes que debes hacerlo, por lo menos Aspasia lo veía de ese modo, con los ojos de su mente, pues su mirada física estaba puesta ante el dibujo que pretendía plasmar, precisamente había salido a la calle en busca de inspiración, de algo que la motivase a darle curso a la imaginación que tenía adentro, le disgustaba mucho que su padre siguiese intentando controlar su vida después del enorme sacrificio que había tenido que hacer para que ese viejo le permitiese dedicarse solo a pintar y a dibujar sin que le impusiesen la obligación de confeccionar carteles para incentivar el reclutamiento de milicianos; en su imaginación extendió su mano y acarició la cabeza del delfín que emergía , sonriente y feliz de haber encontrado una amiga al otro lado del agua. Sin duda la escena era tierna, y daba pábulo para un boceto, Aspasia sonrió para afuera y para sus adentros, estaba feliz porque ya tenía un tema para plasmar sobre la cartulina que tenía adherida encima de su tablero de dibujo.
— ¿No me das la gracias? Te he dado una idea —dijo Conrad oculto bajo la apariencia del delfín.
—Te las mereces, delfín —dijo Aspasia dedicándole un beso volado al mamífero acuático que parecía estar sonriendo como lo hace la mayoría de sus congéneres cuando entablan un fuerte vínculo con los humanos.
El diálogo transcurría en el ámbito de su mente, como si se estuviese dando en medio de un sueño aunque ninguno de los interlocutores estaba dormido, pues Aspasia tenía los ojos puestos sobre los trazos que iba dibujando su mano, y Conrad estaba concentrado en el nodo rojo que representaba a Aspasia sobre la pantalla de su laptop.
— ¿Realmente eres un delfín? —le interrogó Aspasia llena de curiosidad— Te tengo en mi mente, pero me gustarías que te quedarás más quieto para poderte dibujar mejor.
—Antes tenía un aspecto más fiero, ahora soy un delfín, pero no lo seré por mucho tiempo, me resulta difícil mantener este aspecto por mucho tiempo—respondió Conrad con toda la sinceridad del mundo.
— ¿Entonces, qué eres, una especie de mutante ? —exclamó Aspasia mientras se detenía a mirar cómo iba quedando el dibujo del paisaje.
—No lo soy, pero tampoco soy un delfín, soy una persona como tú —aseveró Conrad.
—No me digas eso, no me decepciones —respondió Aspasia con un tono de voz entre irónico y dramático mientras volvía a contemplar su obra inacabada. Esta vez la pausa sería más larga porque si bien el delfín la había inspirado para emprender la hechura del dibujo, pero contradictoriamente conversar con esa criatura la estaba distrayendo de su tarea, la cual aparecía inacabada ante ella.
— ¿Te decepciona que no sea un mutante o un delfín?
—Me decepciona que no estés aquí, frente a mí. Se me han ido las ganas de dibujar y no se puede conversar y dibujar al mismo tiempo. Me alegra que seas humano, la verdad es que estoy un poco loca, no practico mucho esto de conversar sin mover los labios.
— ¿Quieres que aparezca ante ti? —replicó Conrad.
—Si fuera con truenos y relámpagos y en medio de una nube de humo sería espectacular. Llamarías la atención de toda la gente que pasa el rato en este aburrido parque.
—Estaré ahí pronto, aunque no envuelto en humo, ni me acompañaran truenos, ni relámpagos.
— ¿Podrás reconocerme si nunca me has visto? —preguntó Aspasia llena de curiosidad ante el próximo encuentro.
— No te preocupes por eso, tengo medios para encontrarte. Eres la única chica con un tablero de dibujo en ese parque.
—Por si acaso te ayudaré un poco—replicó Aspasia— Estoy completamente vestida de negro, camiseta negra, pantaloneta negra, botines negros. Tengo gafas y llevo el pelo corto.
—Gracias por la ayuda —respondió Conrad en un tono de voz cordial cortando la comunicación, pues ya le resultaba difícil seguir pensando y enviando las palabras que se originaban el área de asociación de su cerebro hacia una mente remota. El dialogo podía parecer rápido y vivaz, pero solo era un fruto penosamente conseguido después una vigilia espantosa seleccionando palabras del mismo modo en que podría hacerlo una computadora.
De un golpe se arrancó el cable del puerto de entrada excavado sobre su sien, le dolió un poco pero se sintió aliviado, era delicioso volver a la soledad esencial y ponerse al margen de aquella inmersión en una mente ajena. Estaba cansado, pero sabía que tenía que aparecerse en el parque y contactar a Aspasia para satisfacer el tributo que le debía a la Cuádruple Oscuridad.
— Conrad, no es bueno que acudas a una cita cansado —dijeron las cuatro voces al unísono—Podrías decir cualquier disparate y arruinarlo todo.
—No queda más remedio que ir. El momento es propicio, no puedo perder la oportunidad. Vosotros no me lo perdonarías jamás. Una indecisión de mi parte cuestionaría todo lo que he hecho hasta el momento—dijo Conrad procurando que sus palabras sonaran apropiadamente serviles a los oídos de los cuatro cornudos que lo miraban desde los cuadros.
—Saludamos tu devoción Conrad—dijeron las voces—y en nombre de ellas te ayudaremos. Ven, acércate y ponte en medio de nosotros, justo en un punto donde todos podamos verte y nuestras miradas puedan concentrar su poder.
Conrad obedeció, estaba tan cansado que le daba lo mismo una cosa que otra, pero si de algo estaba seguro era que no deseaba irse a la cama y recibir la visita de la Mano del Terror, así que no le quedaba más remedio que confiar en la buena voluntad de los cornudos. Así pues se colocó donde ellos deseaban y sintió que poco a poco iba perdiendo la conciencia de lo que había alrededor, un vasto sopor que se apoderaba de sus músculos, de su cuerpo, de su persona entera, al rato Conrad se derrumbó y cayó cuán largo era sobre el piso de su consultorio, como si un proyectil diestramente dirigido hubiera impactado sobre su organismo.
—Está inconsciente—dijeron las voces mientras sus ojos se concentraban sobre el cuerpo desplomado, al rato el mismo empezó a irradiar una potente energía luminosa, como si fuese el epicentro de alguna extraña combustión espontánea, que amenazase transformar en cenizas aquel cuerpo inconsciente.
.Pero nada de esto sucedió, más bien una silueta luminosa y transparente se separó de aquella figura durmiente, y se incorporó como lo haría alguien que acaba de levantarse de una cama. Era Conrad, pero no el auténtico, sino una especie de doble astral convocado por los poderes de la cuádruple deidad a la que el Conrad original estaba sirviendo. El doble estaba vestido de la misma forma que su original y todavía ofrecía una apariencia demasiado espeluznante e incómoda para exponerse a las miradas del público, si la gente veía un Conrad así era posible que se desatara el pánico general y todos empezaran a gritar y huyeran despavoridos, y la Cuádruple Deidad no quería que eso sucediera, pues el lobo no debe espantar a los corderos si es que realmente desea hincarles el diente. Pasaron algunos minutos antes de que el doble abandonase su aspecto espectral para transformarse en una versión mucho más aceptable del original caído.
—Ahora te ves mucho mejor, Conrad, Nos parece que puedes hacer el trabajo, mucho mejor que tu hermano —dijeron las voces con su característico tono sombrío.
—Me siento estupendo, como si recién acabase de nacer—asintió el doble—Gracias por dejarme salir de ahí dentro—añadió señalando la figura de Conrad, el durmiente devoto de la Insigne Oscuridad.
— ¿Tienes todos los recuerdos de tu hermano, almacenados en tu mente?—preguntó la Cuádruple Deidad, temerosa de encontrarse ante una réplica displicente que echara por los suelos el esfuerzo desplegado para ayudar a Conrad a cumplir con su cuota de víctimas.
—Sé lo que tengo que hacer. Contactar a una chica llamada Aspasia en un parque público, y llevarla al departamento que de mi original. Una vez ahí él tomará la posta, hará el resto del trabajo, y yo volveré al limbo—al llegar a esta parte la voz del doble adquirió cierto tono evasivo que denotaba su desazón por tener que desaparecer de la escena tan pronto, era como si le disgustara ser un simple comparsa, y deseara tener su propio lugar en la historia.
—Nos gusta cómo has definido tu misión, con precisión y sin digresiones inútiles. Solo eres un soporte temporal de imagen y memoria del verdadero Conrad. No pueden existir dos devotos iguales, las reglas no pueden ser violadas, de lo contrario el castigo sería terrible para ti y para el mismo Conrad. Ahora vete, y cumple con tu parte de esta misión.
El doble salió del consultorio, feliz y silbando una canción, para tomar un taxi que lo conduciría hacia el parque donde Aspasia lo estaba esperando.
—Se le ve contento, hemos liberado a la parte más vivaz de nuestro devoto siervo. Ahora hay que despertar al verdadero Conrad para que retorne a su departamento y prepare todo el ritual del sacrificio.

 Máscaras

Hacía rato que Aspasia había dejado de dibujar al ¿delfín? con el que había estado charlando hacia un rato, para emprender la tarea de plasmar un ser menos amable sobre una nueva cartulina en blanco. Se imaginó que su lápiz empezó a trazarlo con rapidez, pues resultaba imposible arrancarlo de su memoria, y lo conocía desde siempre. Se trataba Lisandro, su padre, el hombre que la había hecho conocer el mundo de los lienzos y los pinceles, y quien hasta hacía poco había limitado su libertad de movimientos por las calles del Santuario, su mano lo representaría, sin mucho detalle, como un hombre gordo, un poco calvo y en ropas menores, sentado sobre un sofá con la mirada enfocada en un televisor apenas entrevisto, sobre el reposabrazos del sofá aparecía un vaso vacío. El dibujo no tendría color, solo serían trazos que sin cerrarse del todo darían la impresión de formar un conjunto por la cercanía de los elementos que la componían. Su mente se puso el trabajo de darle un título y solo se le ocurrió nombrarlo como “ El Padre Sobreprotector”, a pesar de que en él no habría nada que pudiera considerarse un alarde de protección de parte del personaje representado .Sería, por así decirlo, una captura de su cotidianidad más íntima, pero pretendía ir más allá de lo que representaba, al menos eso era lo que Aspasia buscaba conseguir cuando dibujaba algo al aire libre y, de modo impensado, terminaba ofreciéndose al inevitable escrutinio del público, y en efecto esto sucedió cuando algunos curiosos y desocupados se agolparon a sus espaldas para contemplar como su lápiz iba construyendo aquellos leves significados sobre el espacio en blanco, mientras ella continuaba concentrada en la tarea de hacer el dibujo que había proyectado en su mente, sin atender para nada a los que estaban mirando.
De pronto, una voz potente y timbrada, la sacó de su abstracción, y si se volteó no solo fue debido a que el ruido la distrajo, sino porque reconoció a la voz que le estaba dirigiendo la palabra en ese momento, era la misma voz que le había hablado desde la boca de aquel amable delfín.
—El dibujo te está quedando bien. Podría quedar bien en la sala de espera de un consultorio psiquiátrico, hace pensar un poco.
Aspasia volvió la cara y vio a Conrad por primera vez, no era un delfín, y afortunadamente tampoco ofrecía el desagradable aspecto de un hombre con modificaciones corporales, no tenía cuernos sobre la frente, ni orejas en punta como los gnomos. Tenía el cabello recortado, y una barba incipiente, pero eso iba muy bien con el smoking y la corbata de pajarita, por lo menos se le veía distinguido y realmente elegante en medio de tanta gente vestida de modo informal.
—Hola Conrad —dijo Aspasia completamente segura de estar hablando con el hombre que se había contactado telepáticamente con ella.
—Hola Aspasia. Prometí que iba a dar contigo y lo he cumplido, además con tanta gente rodeándote fue bastante fácil dar contigo.
— ¿Sabes? Aunque siempre he oído voces la tuya nunca la había escuchado hasta hoy, además esas voces nunca conversan conmigo. Sólo me atormentan con frases sueltas que no puedo entender del todo, a veces hasta escucho la voz de mi padre mezclada con todas las demás, y no lo soporto. Pero cuando tú me hablaste fue distinto, y la bulla se acabó. Solo quedamos tú y yo—dijo Aspasia observándolo a través de los cristales de sus grandes gafas de montura negra.
Conrad la miró a los ojos, sonrió un poco y extendió su mano para acariciar la mejilla de su nueva amiga. Aspasia no rechazó la caricia, ese gesto demostraba que su interlocutor era empático y había sido capaz de absorber al instante aquel tremendo arranque de sinceridad, pero eso fue todo, pues más allá de eso no dijo nada al respecto, más bien cambio de tema, y dirigió su atención hacia el dibujo que Aspasia estaba haciendo.
— ¿Cómo llamarás al dibujo? —le preguntó Conrad mientras avanzaba hacia ella, obligando a la gente ahí congregada a dispersarse, luego se sentó a su lado y estiró el brazo para rodear la suave cintura de la muchacha, sin que ella opusiese resistencia ante ese gesto de protección y cariño, más bien era como si lo hubiera estado deseando.
—No lo sé todavía —mintió Aspasia— pero me gustaría que lo adivinarás por tus medios, sin necesidad de entrar en mi mente. Hacer eso sería como hacer trampa. ¿No crees?
—Ahora mismo no puedo entrar en tu mente, eso me obliga a jugar limpio —respondió Conrad soltando una breve carcajada.
—No te burles, y hazme el favor de soltarme —dijo Aspasia alejándose un poco.
Conrad comprendió que debía hacer algo inmediatamente para remediar la situación, así que pidió disculpas y se abocó a mirar el dibujo, vio aquellos trazos tortuosos que en ocasiones preferían no cerrarse, y pensó en aquella misteriosa serpiente que parecía estar vigilando el mundo interior de Aspasia, con ojos atentos y avizores. Los trazos sinuosos le recordaban la forma de una serpiente, como aquella que parecía estar vigilando el mundo interior de Aspasia, aunque parecía que el tema del mismo no tenía nada que ver con sierpes. ¿Existiría alguna relación entre ambas cosas? Conrad miró la cara de Aspasia, distinguió su mirada entre atenta e ida, detrás de los cristales que le permitían ver el mundo exterior como una imagen nítida y no como un montón de borrones luminosos, y volvió a recordar su inmersión en la mente de aquella extraña mujer, los símbolos sueltos del amor y de la muerte flotando por aquí y por allá, dispersos y dispuestos a encadenarse cuando la voluntad de Aspasia así lo dispusiese como si fueran las piezas de un rompecabezas
—Haré el intento—contestó Conrad, mientras se ponía un dedo sobre la sien y hacía el gesto de presionársela suavemente, como si estuviera pulsando un botón que de repente activase sus centros de memoria.
—Estoy esperando tu respuesta —dijo Aspasia en un tono de voz impaciente.
— ¿Cuál sería mi recompensa, si acierto? —replicó Conrad poniéndose un poco audaz.
—Tal vez te regale un beso, o algo mejor. Depende de tu respuesta y de lo que se me ocurra para premiarte. ¿Ya tienes una respuesta? Dímela aunque solo sea aproximada.
—Me pones entre la espada y la pared—dijo Conrad un poco contrariado por la premura de su nueva amiga—bueno después de observarlo durante un rato creo que ese dibujo podría titularse…la voz de Conrad se cortó como si vacilara en dar la respuesta completa, el suspenso convenía para mantener la emoción pero se volvería en su contra si permanecía silencioso durante demasiado tiempo.
—Sigo esperando tu respuesta —dijo Aspasia impaciente.
—No sé bien, pero creo que el dibujo tiene que ver con un señor mayor, tal vez tu padre viendo su programa favorito de televisión —espetó Conrad con todas las ganas del mundo de quitarse este asunto de la adivinación encima.
Aspasia lo miró con cara de asombro, y a Conrad eso le complació mucho, porque no hay nada que halague tanto la vanidad de un hombre que ser testigo del asombro de una mujer.
— ¿Cómo supiste que era mi padre?, ¡Te dije que no me leyeras la mente! ¡Eres un tramposo! —dijo Aspasia, pero no lo dijo como si estuviera irritada, más bien su voz sonaba juguetona, como si estuviera haciendo un reproche amable, de esos que se hacen después de una pelea entre novios.
—Te juro que no he hecho nada de eso, simplemente me he valido de mi intuición. ¿Me crees? —dijo Conrad con voz aflautada mientras cogía la cara de Aspasia por el mentón, como si pretendiera obligarla a que la mirase, mientras su otra mano volvía a circundar su cintura contando con el tácito asentimiento de ella.
— No me queda más remedio que creerte —dijo Aspasia quitando la cartulina ya dibujada del tablero, para guardarla en un cartapacio, y poner una nueva en lugar de la anterior, la sola visión del espacio en blanco, generó un cambio de actitud en ella, no hacia el hombre que estaba tocando su cuerpo, las caricias les gustaban y las permitía porque le resultaban audaces y estimulantes, y le daban pábulo para pensar en lo que haría a continuación. Su mente era fértil en ideas y el minucioso periplo que la mano de Conrad estaba haciendo sobre su cintura le estaba dando pábulo para concebir una nueva y osada.
El silencio se prolongó durante unos minutos, y eso preocupó a Conrad, pues pensó que la chica se podía estar aburriendo en su compañía, y no podía permitir que esto sucediera porque esto podía echar por tierra todo lo que se había avanzado para convertir a esta chica en la séptima víctima de Conrad.
— ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan callada?
Aspasia no respondió de inmediato, más bien miró a Conrad de frente, para luego contemplar la cartulina en blanco.
—Dime, ¿te gustó mucho? —le espetó Aspasia.
La pregunta cogió a Conrad de sorpresa, su mano le decía que le gustaba tocar aquel cuerpo, tan cálido y agradable al tacto, pero esa sensación ¿sería suficiente para decir que esa mujer le gustaba?, la pregunta de Aspasia colocaba la situación bajo una nueva luz, porque hasta ese momento no se había planteado la posibilidad de sentir algún tipo de atracción hacia esa mujer, pero ahora le estaban pidiendo una respuesta concreta, y era perentorio dársela. Aspasia no era precisamente una mujer dotada de un rostro bello, ni mucho menos, pero tampoco convenía ofrecer una respuesta demasiado sincera.
—Claro que sí, de lo contrario no estaría aquí a tu lado —respondió Conrad.
—Se me acaba de ocurrir una idea, en realidad un proyecto, para hacer una serie de dibujos relacionados con el sexo, pero desde el punto de vista de las sensaciones que el sexo pueda darme cuando lo practico con alguien.
—Suena interesante —comentó Conrad escuetamente.
Justo en ese instante, Aspasia empezó a gruñir, a rezongar entre dientes, como si estuviera maldiciendo a alguien completamente invisible para todos, menos para ella. Lo que decía no era entendible para nadie, parecía estar afectada por una especie de extraña xenoglosia que no tenía nada de trance místico, y que más guardaba semejanza con la jerigonza que suelen soltar dos personas cuando tienen un lío de carácter personal e íntimo.
Las personas que estaban a su alrededor se alejaron rápidamente de ella pensando que la afectaba alguna especie de locura violenta que podía resultar perjudicial para todos los circunstantes, y las cosas hubieran empeorado mucho si a alguno de ellos se le hubiese ocurrido llamar a un vigilante para que interviniera. Lógicamente la aparición de uno de estos tipos hubiera retrasado todo, afortunadamente la crisis fue breve, pero no fue necesario que nadie hiciera nada para hacerla remitir, y al parecer, Aspasia consiguió superar el acoso de aquel extraño demonio particular, y recupero la compostura tan repentinamente como la había perdido, sin manifestar ninguna transición entre ambos estados, casi como si fuera dos personas diferentes; después de un breve jadeo Aspasia recuperó el hilo del diálogo que estaba sosteniendo con él, para decirle:
—Pero como habrás comprendido, no puedo hacer eso sola, necesito la colaboración de alguien. ¿Te gustaría ayudarme a tener esas sensaciones?
Conrad tragó saliva, la pregunta de Aspasia era simplemente retórica, estaba claro que una negativa era algo totalmente fuera de lugar y terminara rompiendo la confianza que se había creado entre ambos, además todo estaba marchando de un modo tan rápido e intenso que podría haber amedrentado a alguien menos preparado, y era obvio no podía permitirse la menor vacilación en su esfuerzo , le debía lealtad a su original y por ende no sería consecuente torcer una posible cadena de sucesos que apuntaba inexorablemente a conseguir el objetivo último, que era conducir a esta mujer ante el ara del sacrificio.
Conrad escrutó con fijeza las pupilas de sus ojos, y descubrió en ellos el fulgor de la locura aflorando en toda su magnificencia a través de su mirada desviada, amplificada por efecto de los cristales que estaban ahí para corregir los defectos de su visión, su mirada, su cuerpo estaban decididos a entregarse, pero no para gozar de un amante, sino para servirse de él para unos fines que podían considerarse exclusivamente artísticos, aunque precisaran de lo sexual para aflorar sobre alguna de las cartulinas en blanco que Aspasia tenía dispuestas sobre su tablero de dibujo, ella lo miraba con ansiedad, esperando una respuesta afirmativa que Conrad le concedería, pues de este modo mataría dos pájaros de un tiro como se dice cuando una cosa puede llevar a otra por obra del prodigio o la fortuna, u ambas cosas a la vez.
— Estamos en un lugar público y no podemos hacer lo que tú quieres, todavía hay demasiada gente, pero si me acompañas a mi departamento, tendremos toda la libertad para hacer lo que queramos —dijo Conrad incorporándose y tomándola de la mano para ayudarla a hacer lo mismo.
Aspasia estaba exultante con la noticia, y simplemente se dejó llevar.

 En el ara del sacrificio

El cuarto estaba listo para recibir a los amantes, pues estos podían aparecer en cualquier momento, y tocar el timbre de la puerta, el dron que los espiaba informaba minuto a minuto de la aproximación del taxi que Conrad y Aspasia habían abordado para hacer que el trayecto fuera más corto, claro estaba que la aeronave espía no podía aportar más imágenes que las del vehículo en marcha, pues si se acercaba demasiado se corría el riesgo de que la chica cayese en la cuenta de estar siendo atraída a una trampa. Mientras tanto el auténtico Conrad había hecho un concienzudo trabajo de limpieza para adecentar el lugar, despojándolo de toda la basura y el polvo que pudiera contener, lo hizo tanto para ocupar un poco el tiempo de la espera, como para evitar las posibles críticas de Aspasia hacia el estado de la habitación cuando llegase el momento de ingresar al cuarto. La entrada al recinto parecía resguardada por un candelabro de siete brazos, colocado enfrente de la cama y cuya presencia ahí podía resultar inexplicable para el visitante ocasional.
La cama no tenía sábanas porque Conrad consideró que no serían necesarias y que estorbarían el movimiento de los cuerpos durante la batalla amatoria, sin duda una cama se veía mejor sin sábanas cuando se le requería para una función que no era la del descanso, además de ese modo los miembros de la Cuádruple Oscuridad, podían seguir todo lo podía suceder sobre la cama, instalados dentro de un dosel colocado encima de aquel lecho dispuesto para el amor y el drama. Cuando llegara la hora del sacrificio, la cama quedaría totalmente encajada dentro de cuatro paredes de acero que caerían desde el techo para convertir en celda impenetrable el espacio que estaba ocupando la cama, y lo infausto se abatiría sobre la mujer que estuviera dentro.
Conrad había hecho mucho más que solo arreglar el cuarto y dedicarse a estudiar la pantalla de la laptop, desde la cual podía seguir el viaje de su improvisado doble junto a la víctima que sus amos le exigían sacrificar a su voracidad; sabía que los detalles son un factor importante para ganarse el aprecio de una chica, y por eso había dispuesto un par de copas vacías al junto a una botella de vino, todo sobre una mesa redonda de patas rectas de aspecto solemne como las columnas de un templo, alrededor de la mesa estaban dos sillas dotadas de reposabrazos y un espaldar ovalado, ambas sillas tenían el aspecto de un trono y estaban dispuestas de tal modo que cuando sus usuarios se sentasen quedaran situados frente a frente para poder dialogar o hacer lo que su ánimo les sugiriera. Asimismo, se había preocupado de colocar un cenicero y una cajetilla de cigarros para acompañar a los vasos y a la botella, sabía que a Aspasia le gustaba fumar y no compartir esta propensión hubiera significado desairarla.
Cuando acabó de hacer todo eso, aún tenía la sensación de que le faltaba algo por hacer, de que existía un eslabón suelto en la cadena de hechos que estaba construyendo para atraer a Aspasia hacia el ara del sacrificio, esa sensación le duró poco porque si bien estaba acostumbrado a pensar en sí mismo como una entidad única e indivisible, se acordó que la voluntad de sus dioses lo había escindido en dos, y aunque se le había concedido cierto control sobre las acciones de su gemelo, hasta el momento lo había dejado obrar por su cuenta para no poner cortapisas a la obra que estaban construyendo junto, pero su papel en esta obra estaba llegando a su fin, pero algo le decía que su doble sustituto no le gustaba la idea de hacerse a un lado, quizá se había aficionado demasiado a su papel, quizá Aspasia lo había hechizado con su prodigalidad para besar, porque de hecho a eso se habían dedicado durante todo el viaje, y es que el verdadero Conrad no estaba acostumbrado a ser relegado a un rol secundario —aunque esta vez los oscuros dioses a los que servía lo habían dispuesto así— le gustaba hacer todo el trabajo por sí mismo, y disfrutar cada instante que pasaba junto a las chicas que entregaba a la avidez de la Cuádruple Oscuridad, y esta vez no había sido así, los prolegómenos los había disfrutado exclusivamente ese doble creado por la voluntad de aquellas deidades, pero pronto las cosas volverían a su cauce normal para el original, y el doble terminaría esfumándose, y él volvería a ser una sola carne de nuevo, pues sus amos jamás consentirían que un devoto viviera escindido en dos partes iguales al mismo tiempo.
Conrad estaba ansioso de que esto sucediera de una vez, gracias al dron sabía que su doble estaba acercándose a la puerta, lo que indicaba que el momento de la sustitución se aproximaba, la cara del doble lucía taciturna y sombría, como si fuera un condenado a muerte caminando hacia el paredón, sin embargo una voluntad más poderosa que la suya lo inducía a seguir avanzando hacia la puerta y extender la palma de su mano para que el identificador biométrico pudiera confirmar su identidad plenamente, cuando eso ocurrió la puerta empezó a abrirse y el doble inició su camino hacia la disolución, su cuerpo se hizo transparente, casi vítreo, como si buscara hacerse invisible.
El verdadero Conrad advirtió que la puerta se abría y corrió hacia ella solo para ver como un ser igual a él ingresaba al departamento solo empezar a perder firmeza para transmutarse en un montón de pavesas luminosas que se arremolinaron sobre el suelo como lo haría un montón de leves cenizas, luego desde aquellos residuos surgió una estela de humo que ondeo sinuosamente antes de esfumarse en el ambiente.
Aspasia entró detrás del Conrad que conocía y fue testigo de la decadencia y desaparición del hombre al que había acompañado, una expresión de terror se instaló en el rostro de la fémina, y quiso volverse y escapar del lugar, olvidando lo que venía a hacer ahí. El verdadero Conrad alargó la mano y la cogió del brazo impidiendo su huida.
—Suéltame —dijo Aspasia blandiendo el tablero de dibujo que tenía en la mano como si fuera un arma contra Conrad, pero el hombre fue más rápido y eludió el golpe, y más bien consiguió asirla con ambos brazos y pegarla a su cuerpo, un tanto como para sentirla y otro tanto para que ella se diera cuenta de quien estaba al mando de la situación. Realmente era delicioso sentir su cuerpo, y percibir su miedo en forma de una estampida de latidos apresurados cuyo ritmo era imposible de contener.
La mano de Conrad cogió la cara de Aspasia por el mentón y la obligó a girar para que contemplase las paredes del recinto, estas empezaron a cambiar de color, y del ocre paso a tener una tonalidad más oscura, casi negra que pronto quedó rota cuando un inmenso ojo blanco y almendrado se abrió en medio de cada de una de la paredes, y las miradas de aquellos ojos convergieron sobre Aspasia, la chica pretendió evadir su acoso visual, pero Conrad no la dejo.
—Tienes que mirar los ojos de mis amos, de ese modo todo será menos doloroso para ti, y hasta puede que lo disfrutes —farfullaba Conrad mientras ella intentaba morder la mano que la estaba cogiendo por el mentón.
— ¡No quiero! ¡No quiero! ¡Suéltame! ¡Me haces daño! —clamaba Aspasia mientras forcejeaba para desasirse de Conrad.
—Deja que te miren, no te resistas. Su voluntad te invadirá y podremos disfrutar tú y yo. ¿Acaso no has venido para eso? Aquellas palabras tuvieron un efecto inmediato en Aspasia, y aunque Conrad no podía aseverar si aquello sería fruto del convencimiento, o algún tipo de estrategia nacida del apuro, el caso es que Aspasia dejo de resistirse, y más bien pegó su boca su a la suya en un alarde de amor impensable pocos segundos antes. ¿Era posible que alguna fuerza extraña la estuviera induciendo a dejar de representar el papel de la fémina indignada para asumir el de la complaciente con el fin de alcanzar alguna proterva finalidad?
Conrad estaba alelado ante el cambio de actitud, y le pareció como si el piso estuviera faltando debajo de sus pies, y la tierra estuviera haciendo un serio intento por devorarlo por entero. Aspasia notó su vacilación, su duda, e hizo un intento por aplacarla.
—Siento haber reaccionado como lo hice, pero me asusté mucho de lo que vi. Ahora bésame Conrad, puedes hacerlo, ya no me resistiré más. Quizá lo que haya pasado sea un poco raro pero a veces pasas cosas así.
Conrad se apaciguó un poco, podían ser todas las opciones, o ninguna, el caso era que en vez de violarla ahora tenía la complicidad de Aspasia para volcar su pasión sobre el lecho, los besos continuaron, sus labios se aplastaron mutuamente, y sus caras se movían al unísono como si estuvieran improvisando una danza nueva y desconocida para ellos, a los besos siguieron las caricias , y en eso Conrad demostró su audacia, pues sus manos se extendieron hacia abajo y aplacaron su deseo cogiendo estrujando los glúteos de la hembra como si apropiarse del recuerdo de su carne para siempre. Desde las paredes los ojos de las deidades oscuras contemplaban la escena con fijeza y parecían nutrirse de la pasión que embargaban al hombre y la mujer que empezaban a despojarse de la ropa que los cubrían con la avidez de quienes se sienten el deseo de publicar sus cuerpos, como si le tela los estuviera mordiendo y les quemara, estar desnudos era mejor para adorarse mejor y atender a placer los requerimientos del sexo.
El camino hacia la cama quedó sembrado de prendas de vestir, y ambos hicieron todo el camino casi a ciegas, tan solo ocupados en sus caricias y en pleno escrutinio de sus cuerpos ahora desnudos, cuando ambos estuvieron cerca de la orilla del lecho, Conrad no tuvo reparo alguno en empujarla hacia el colchón, el empellón tendió a Aspasia sobre aquel lecho mullido de golpe y con las piernas abiertas, una vez ahí la chica se arqueó las piernas dejando su entrepierna expuesta a la inspección del anhelante macho que tenía enfrente. La visión del aquel sexo elevó el deseo de Conrad a límites insospechados, su miembro se tensó y adquirió el aspecto de un pequeño obelisco de carne cuya cúspide apuntaba directamente al umbral de aquel estrecho intersticio que era la entrada al cuerpo de aquella fémina.
La cara, el cuerpo y la voz de la mujer yaciente indicaban que deseaba que su amante acabase con los prolegómenos y diera inicio a la fase de la penetración.
— Conrad ¡Te quiero dentro de mí! ¡ No tardes más! —la voz de Aspasia sonaba autoritaria e imperiosa, como la de ninguna mujer que hubiera estado antes sobre aquella cama macabra e infernal, pero ese no era más que un detalle irrelevante que pronto quedaría eclipsado ante la pavoroso destino que le aguardaba después del coito.
Sus amos no solo requerían una víctima, también necesitaban otro tipo de tributos, y aparte del sacrificio, nada era más excelso para ellos que recibir las sensaciones placenteras que aquellas mujeres experimentaban en brazos de su devoto, antes de ser inmoladas. Conrad apoyó una de sus piernas sobre la cama e inició la aproximación final, y su virilidad embistió con fuerza contra aquella angosta ranura de aspecto frágil, que cedió fácilmente ante semejante embate. Aspasia empezó a mejor bramar de placer ante el impacto de la primera acometida. El ariete salió y volvió a embocarse una y otra vez, sin piedad, abriéndose paso al interior de la fémina ante el beneplácito de las deidades oscuras alojadas
En el interior del dosel desde el cual podían contemplarlo todo.
Conrad se sentía como preso de un inexplicable arranque de pasión que no podía frenar con el solo ejercicio de su voluntad pues era como si el cuerpo de Aspasia fuera el de la mujer más bella de todo el a que pensara de ese modo, pero había algo más dentro de esta acción, era una fuerza que la inducía a seguirla acometiendo hasta agotar todo su vigor con ella, era cuestión de seguir adelante hasta llegar al orgasmo, su esfuerzo se estaba traduciendo en cansancio, en gotas de sudor que caían sobre el cuello y los senos de Aspasia, pero la fémina no se quejó ni dijo nada sobre el incidente, no era cuestión de turbar el momento que estaba viviendo con protestas de ninguna índole, nada debía interrumpir la cuota de goce que estaba recibiendo, por lo menos hasta que el vector de la cual provenía agotase su potencia.
Y ese instante estaba llegando, pues Conrad sentía que un poderoso torrente estaba saliendo de él, y no había forma alguna de ponerle diques, pues solo pensarlo hubiera sido como tratar de impedir que un fantasma abandonase los límites del cuerpo donde estuvo encerrado. Los dioses oscuros esperaban el momento con fruición, con expectativa, y eso se notaba en la coloración del dosel que los albergaba, poco a poco aquel objeto se iba haciendo paulatinamente carmesí, como si se encontrase sometida a una especie de pertinaz sobrecalentamiento, un claro signo de que el Cuarteto también estaba disfrutando la experiencia erótica que ellos mismos habían propiciado.
Ni Conrad , ni Aspasia podían evitar que el orgasmo llegase, pues el frotamiento de sus cuerpos había desencadenado una fuerza primitiva y sobrehumana que los envolvió por completo cuando llegó, el hombre se sintió pleno, y la mujer satisfecha de haber arribado a ese punto del camino que habían iniciado allá en el parque, cuando Conrad la contactó gracias a esa tecnología extraordinaria que le permitía invadir mentes, ella tenía la cabeza repleta de sensaciones, de ideas que podría plasmar sobre la cartulina en blanco, cuando terminase de procesarlas en su cabeza.
Los cuerpos continuaron quietos, uno encima del otro durante un momento, tenían que recuperarse del esfuerzo hecho, y disfrutar el remanso de paz que estaban viviendo uno al lado del otro después del fragor de las acometidas.
—Se les ve tan dulces —dijo uno de los miembros menores del Cuarteto Oscuro.
—Parecen un par de bebés—comentó otro ser de la misma cofradía.
—Tanta ternura apesta —dijo el segundo en jerarquía. El silencio llenó el ambiente como esperando un comentario más del miembro más conspicuo del Cuarteto, pero este no decía nada todavía, como si estuviera sopesando lo que habría que hacerse luego.
—Conrad ha cumplido con su tarea —dijo el segundo adepto, y añadió— Cuando entregue a esta chica tendrá siete víctimas en su haber, es momento de decidir lo que haremos con él. ¿Le daremos la oportunidad de continuar a nuestro servicio o nos desharemos de él?
—Ninguna alianza es permanente, todos los sabemos—dijo el miembro más conspicuo del Cuarteto tomando la voz cantante— y todos sabemos también que ningún devoto es completamente imprescindible para nosotros. Conrad ha obtenido de nosotros más que ninguno de los otros siervos que han atendido nuestras necesidades, a cambio ha recibido mucho más que ellos, pero eso no quieres decir que no tenga defectos.
Hubo un ligero murmullo entre las voces de los restantes miembros del Cuarteto, como si estuvieran deliberando entre ellos el destino del devoto que seguía desnudo y abrazado a la mujer que pronto entregaría a la voracidad de sus amos. La discusión fue breve, y aunque no todos eran de la misma opinión sobre Conrad, estaban de acuerdo en la decisión que tomaría la cabeza del Cuarteto sobre la suerte del devoto.
—Los cuatro somos parte de lo misma entidad, y no es conveniente que entremos en desacuerdo por el destino de un simple mortal, acataremos lo que dispongas.
—Conrad supone que cuando la sétima vela del candelabro se encienda, será el momento en el cual el tendrá que despertarse del todo y levantarse de la cama para ponerse a salvo—dijo el miembro máximo del Cuarteto —siempre ha sido ha así, y no tiene razones para sospechar que esto vaya a cambiar.
—Pero sino la encendemos sospechara que algo está raro está pasando. No solemos dejarlo mucho tiempo en la cama al lado de la mujer que vamos a devorar —exclamó uno de los miembros menores de la Cuarteto.
—Dejemos que sospeche, Conrad ha cumplido su ciclo, pero se enterara de ello de la manera más dolorosa.
Los restantes miembros del Cuarteto estuvieron a punto de echarse a reír, pero se contuvieron. No podían permitir que ruidos extraños, ni nada fuera de lo común diera a saber que había perdido el favor de sus dioses, pues todos llegan a hastiarse inclusive ellos . Se habían extasiado hasta el placer mientras los cuerpos de aquellos mortales se revolcaban en la cama, ahora el Cuarteto probaría otra dimensión del goce, completamente opuesta, ahora era el momento de variar la dirección, cruzar otros límites, e internarse en nuevos espacios de disfrute, algo que volverían a experimentar gracias a la veleidosa voluntad de su ominoso líder.
Conrad abrió los ojos y se encontró echado sobre el cuerpo desnudo de Aspasia, lo primero que vio fue una visión de las espigadas colinas de sus senos, con sus pezones apuntando hacia arriba más allá estaba la cara dormida, y por ende tranquila, de la mujer que acababa de poseer, sobre su nariz cabalgaba esas grandes gafas de montura negras que amplificaban el aspecto de sus ojos, y enmarcando todo eso estaba su lacia cabellera derramada , como una onda de oscuridad, sobre la almohada de aquel lecho que pronto dejaría de serlo. Sentir la cercanía de aquel cuerpo cálido le asustó un poco porque podía hacer que en él surgiera un sentimiento de piedad o empatía hacia aquella mujer que pronto sería presa de la avidez de sus amos, por ello se desprendió su abrazo de ese cuerpo para alejarse y no compartir su suerte. Miró de reojo hacia atrás, esperando que el séptimo brazo del candelabro se encendiese, pero esto no sucedía aún, era raro pero se dijo que todavía no era momento de preocuparse, la voluntad de sus dioses era inescrutable y voluble, y no se sentía capaz de entrever sus designios, le bastaba con saber que seguía siéndoles útil para concretar sus malignos deseos.
Aspasia empezó a moverse, a estirar los brazos, a desperezarse de a pocos, abrió los ojos y le sonrió como dándole las gracias por el momento de éxtasis que había sabido proporcionarle.
— ¡Hola! ¿Adónde te vas? ¿Puedes alcanzarme mi tablero? Me han entrado muchas ganas de empezar a dibujar.
La mención del tablero de dibujo era un pretexto perfecto para poner distancia entre la cama y su persona.
—Tendré que buscarlo afuera, porque aquí no hay nada —dijo Conrad, poniendo uno de sus pies sobre el suelo frío, sin embargo no pudo colocar el otro porque los brazos de Aspasia lo cogieron por el cuello para haciéndole volver la cara para estamparle un beso en la boca.
Conrad correspondió al beso con apuro y sin pasión, pues lo único que realmente quería era estar lejos de ahí, ahora ya no le importaba que la séptima vela del candelabro se hubiera encendido o no, su sentido del peligro se había puesto en marcha y tenía conciencia de que cada segundo pasado dentro de aquella habitación lo ponía más cerca de la muerte.
— ¿Qué te pasa? ¿Acaso ya no te gusto ? —le preguntó Aspasia un tanto extrañada por su frialdad.
—Nada, no me pasa nada —mintió Conrad mientras ponía los pies sobre el suelo y ensayaba una retirada escudado por una excusa que creía perfecta: traer el tablero de dibujo que ella había dejado olvidado en la sala.
—Te siento extraño, como si quisieras escapar de mí —le dijo Aspasia mientras Conrad empezaba a alejarse sin poner atención en lo que ella le estaba diciendo, para Conrad sus palabras eran como cadenas que pretendían aherrojarlo para mantenerlo quieto.
—Me parece que si soplara un poco de viento podría echarte al suelo —dijo Aspasia intentando hacer un chiste que ayudara a disminuir la tensión.
Pero Conrad se alejó como la cama y dio un paso más hacia la puerta de la alcoba, pero se detuvo, de repente un ruido retumbante y poderoso se propagó por todas partes frenó su avance. Antes podía decir que tenía el pretexto perfecto para irse, para continuar su vida como un fiel proveedor de víctimas, pero ahora no podía hacerlo; estaba preso detrás de unas murallas de oscuridad, que habían brotado súbitamente encerrando dentro de ella a los habitantes de aquel lecho.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Aspasia totalmente asustada, la oscuridad le daba miedo, por eso abandonó el lecho e instintivamente buscó la protección que Conrad podía brindarle. Sus cuerpos terminaron abrazados en medio de la oscuridad, formando una isla de seguridad en medio de aquella incertidumbre.
Conrad no contestó, aunque sospechaba lo que estaba pasando porque lo había visto muchas veces sentado ante la comodidad de un monitor, pues alguna vez sintió curiosidad de saber lo que pasaba con las féminas que entregaba a sus amos.
El séptimo brazo del candelabro se encendió, procurando un poco de luz a la cerrazón que los estaba rodeando, solo en ese momento Conrad se dio cuenta de que definitivamente había perdido el favor de sus amos. El calor se hizo insoportable y mordió sus carnes como lo haría una bestia feroz. Estaban solos y a merced de poderes terribles contra los cuales no tenían defensa, pues estaban desnudos y reducidos a la máxima condición de vulnerabilidad en la que puede encontrarse un ser humano.
— ¿Acaso han olvidado que hicimos a la hora del crepúsculo, allá en el exterior? Justo cuando la indiferencia de los exteriores los había relegado casi al olvido —clamó Conrad dirigiéndose hacia la penumbra recién instalada en torno a ellos.
—Te damos gracias por hacernos fuertes —respondieron los cuatro seres de la oscuridad al unísono—, pero no creemos que exista devoto que pueda ser fiel eternamente. Todos terminan por pedir demasiado, es momento de decirnos adiós.
— Me vengaré de ustedes, criaturas de la oscuridad —dijo Conrad, en un alarde valentía tardía que no sabía bien si podría cumplirse, aunque haría todo lo posible para que sucediera.
A continuación el grito de horror que profirió Aspasia hizo que se diera cuenta que de los costados de la cama habían empezado a brotar unos tentáculos flexibles, rematadas en grandes tenazas, las cuales chasquearon un millón de veces, como si estuvieran azotando el vacío.
—Protégeme Conrad —exclamó Aspasia— Siento mucho miedo. ¡No quiero morir!
—Lo intentaré —dijo Conrad, poniéndose un dedo sobre la sien, como si estuviera presionando el botón de alguna consola de mando.
Las tenazas dejaron de chasquear, ya era momento de cumplir con el descuartizamiento que liberaría sus espíritus de la prisión de la carne por eso los tentáculos se extendieron a partir de los flancos de la cama y con las tenazas abiertas se lanzaron a seccionar los cuerpos de los humanos que tenían enfrente.
De pronto, un repiqueteo de balas retumbó en el exterior haciendo que los tentáculos dejaron de perseguirlos lentamente las cortinas de metal que les cerraban el paso empezaron a elevarse con lentitud, dejando ver como una extraña maquina cuatrimotor acribillaba a balazos el dosel donde se ocultaban todos esos demonios.
—Es momento de largarnos de aquí, aprovechemos que el dron los tiene ocupados —dijo Conrad, mientras cogía del brazo a Aspasia.
—Pero estamos desnudos, no podemos andar así por la calle —replicó ella.
— Tenemos el tiempo justo para escapar de esta ratonera. Simplemente tenemos que aprovechar y salir de aquí sin mirar atrás.
Aspasia no dijo nada, y su silencio corroboró que Conrad tenía razón, mientras el dron siguiera ametrallando el dosel, el poder de aquellos demonios quedaría neutralizado, y ellos ganarían el tiempo suficiente para alejarse de la tragedia, y así quebrar el designio que esos demonios habían trazado para ellos. Juntos se sentían fuertes para plantarle cara al destino, sin detenerse a pensar en las consecuencias de la decisión que acababan de tomar.
Salieron del cuarto a la carrera, y se detuvieron un rato en el vestíbulo para ponerse unas cuantas prendas de ropa encima, las suficientes para no dar espectáculo en la calle. Aun así no quedaron bien trajeados y podían llamar la atención de cualquier transeúnte aficionado a meter las narices donde no lo llamaban.
Apenas pisaron la vereda, sus corazones latieron agitados mientras se iban alejando, caminaban juntos, cogidos de la mano, confiando en haber vencido los poderes de la oscuridad, y que estos no pudieran alcanzarlos nunca más, y durante un buen rato, les dejaron creer que esto era cierto. No había por qué hacerlos sufrir demasiado, antes que los otros devotos empezaran a congregarse, en torno a ellos, para echarles el guante y devolverlos a su condición de víctimas pues aquellos seres habían conseguido un ilimitado control sobre todas las cosas.

FIN

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