20 abril, 2024

ASESINATO COMPRIMIDO

La nueva novela de Daniel Canals Flores. En esta entrada vas a encontrar su primer capítulo para poder disfrutarlo de manera gratuita. La versatilidad, la imaginación sin límites, los toques de maestro de la intriga, la capacidad de provocar asombro y su puntillo humorístico, simplemente son unas cuantas virtudes que no hacen justicia a nuestro amigo: el escritor  Daniel Canals Flores. 

Nos tenía acostumbrados a los relatos de terror, a las novelas de suspense, al horror  ambientado en cementerios, casonas antiguas, lóbregos y sombríos lugares, y lo aderezaba todo con subtramas policíacas. Pero ahora, Daniel, nos da una vuelta de tuerca: nos ofrece una novela de Ciencia Ficción que no se queda apaciblemente en su género, una novela que nos hace vibrar con su inigualable ambientación, una novela que, de nuevo, nos va a sorprender.

Si hay algo que siempre se agradece es la capacidad de un escritor para provocar el asomboro en sus lectores. De esta forma es como los grandes nos ayudan a mantener esa llama viva en nuestro interior, a sentirnos como niños, a volar junto a sus palabras… ¿Queréis sorprenderos? Leed Asesinato Comprimido.

Y ahora…¡Que comience la función!

Capítulo I

Maryland City – Estación Central del Hyperloop – Por la tarde, verano del año 2574

La estación era un hervidero de pasajeros, robots de carga y drones de vigilancia pululando por encima. Miles de ciudadanos iniciaban sus vacaciones estivales y todo el mundo tenía prisa por salir de la ciudad, en aquellos días tan calurosos. El sol estaba aflojando, pero aún destellaba bastante sobre los cristales exteriores. El edificio principal, del que sobresalían los gigantes tubos de vacío, parecía un inmenso corazón rodeado por las arterias.

La temperatura media del planeta había sobrepasado los treinta grados centígrados y se agradecía el poder refrescarse en la terminal de la estación dotada de unos potentes aires conductados por inversión térmica. Ese tipo de refrigeración, los motores de fisión nuclear y el propio Hyperloop habían sido declarados los mejores inventos del milenio por parte de la Asociación de Científicos Planetarios, la ACP.

Los robots de carga generaban unos ingresos enormes a la compañía de transportes, trabajaban las veinticuatro horas del día sin interrupción. Los había en versión estándar que cargaban los equipajes hacia las lanzaderas, pasando antes por los mecanismos de control aduanero, hasta los robots VIP, que no solo gestionaban las maletas además, proporcionaban ocio y servicios diversos a los clientes. Distraían a los niños, servían cualquier tipo de bebida imaginable, daban soporte multimedia de música, video, hologramas… Podían cargarte el biocomunicador personal, en escasos segundos, así como realizar todas las gestiones telemáticas.

Yo prefería los robots estándares. Al no estar dotados de intercomunicadores eran más silenciosos y no hablaban. Tiré mi maleta encima de uno de ellos, que al notar el peso se activó de inmediato, suspendiéndose a un palmo del suelo. Después, se dispuso a seguirme, como uno de aquellos extinguidos animales de la antigüedad llamados perros.

Mi intención era la de abandonar la ciudad una larga temporada, porque diversas deudas contraídas en el juego me obligaban a ello. Había gastado más de lo que tenía, como suele suceder con los perdedores y aquel era el momento idóneo para poner tierra de por medio.

Entré en la terminal y me vi envuelto en una inmensa amalgama de seres humanos, extraterrestres, robots y mucho ruido. Cada vez que entraba o salía una cápsula comprimida de la estación temblaba todo el edificio. Los carteles publicitarios holográficos ponían el volumen al máximo, con la excusa de amortiguar estos efectos secundarios. Dirigí mis pasos hacia la taquilla virtual y saqué un billete. Introduje los créditos necesarios para pagar y acerqué el biocom cargando así la autorización del embarque. Después, decidí coger una hidrocápsula refrescante mientras el robot llevaba mi equipaje a la aduana. Tenía que pasar los correspondientes trámites de seguridad.

España era un buen destino, y me atraía la idea de viajar casi la totalidad del viaje por debajo del océano. La construcción de aquella conexión había costado el doble de lo habitual porque habían tenido que perforar en medio del Atlántico con grandes tuneladoras submarinas para fijar los pilares de sujeción de la mega estructura. Estaba convencido de que nadie me encontraría allí.

Mientras apuraba la hidrocápsula, observé un hombre joven, con el pelo de color azul, que manejaba inquieto su biocomunicador. Parecía que no le gustaba mucho lo que le estaban diciendo. Entre el barullo generalizado pude oír como protestaba:

—¡No, eso no es lo que a acordamos! Dijisteis que llegaríamos a un acuerdo sin imposiciones y ahora estáis cambiando vuestra versión. Solo lo voy a decir una vez, o traéis los créditos que me debéis o no hay más planos —amenazó.

«Vivimos en un mundo vil y capitalista. Unos quieren créditos y otros los debemos…» pensé. En aquel mismo instante… ¡ziummm! Sonó un zumbido y pude observar a la perfección cómo le estallaba la cabeza al hombre del pelo azul. Cayó a plomo, sobre las mesas del restaurante, arrasándolo todo en su caída.

La gente empezó a chillar histérica. En breves segundos cuatro drones perimetraban el cuerpo grabando con sus cámaras, en ángulos de 360 grados, toda la escena. Un agente de policía, acompañado de un robot militar armado hasta los dientes llegó al lugar del crimen, mientras los robots de emergencias y seguridad acordonaban la zona. Mediante altavoces invitaban, a los curiosos, a despejar el área.

El agente me miró por un instante y saltando la cinta vino hacia mi posición.

—¿Me puede decir qué es lo que ha sucedido? —preguntó.

—No sé qué ha pasado, oí una detonación y después vi como ese hombre caía al suelo —respondí.

—Va a tener que venir usted a la comisaría a prestar declaración.

«¡Mierda!, no solo voy a perder el dinero del billete sino que además, me van a partir las piernas», pensé en aquel momento.

El policía pegó su biocom al mío y con un rápido escaneo, adquirió toda mi información personal.

—Acabo de anularle el pasaporte, de manera temporal y su equipaje viene de regreso desde la aduana. Le espero mañana en la Comisaría Central, a las diez en punto. No se retrase.

Así empezó aquel asunto. Por cierto, me llamo Rafael Blasco y me dedico a todo tipo de apuestas de forma profesional, aunque con muy poca suerte como han podido observar.

Recogí el equipaje traído por el robot suspensor y encaminé mis pasos hacia la zona de autobuses pneumáticos. Buscaría un lugar donde dormir esa noche en aquella maldita ciudad. A través de la ventanilla al fondo, en los arrabales, se veía humear las chimeneas de las recicladoras de residuos generando unas espesas e inmensas nubes negras, como mi suerte.

***

Buscando habitación

Estaba anocheciendo. Si la fachada era de mala muerte, la recepción de aquel motel era aún peor. En el interior, un sucio bot lleno de pintadas, hacía de recepcionista. El lugar apestaba a todo menos a aire fresco.

Los bots son medio robots que se utilizan en los trabajos en los que no es necesario un robot completo. Se encargan de las tareas básicas como recepciones, selección de basuras, faenas repetitivas en las fábricas o el control del tráfico. Su movilidad es nula a no ser que los desplacen para cambiarlos de ubicación o llevarlos al chatarrero cuando ya no son útiles.

Dormir allí no era caro y por eso escogí ese lugar, con la intención de pasar solo una noche. Tampoco harían ninguna pregunta. Después de la visita a la comisaría intentaría volver al plan inicial de fuga.

Metí unos pocos créditos en la ranura del bot y me facilitó una tarjeta perforada para acceder a la habitación. En mi ascenso por la escalera, oí los habituales ruidos que emanaban de este tipo de tugurios. Parejas fornicando, broncas y chillidos extraños…

En el rellano del segundo piso, me cruce con un enano que estaba contratado para realizar pequeños recados a los distinguidos huéspedes. Por una pequeña comisión traía tabaco, bebidas, comida, drogas o preservativos. También arreglaba citas.

El enano me miró, por un instante, intuyendo un posible cliente y soltó sin pararse casi:

—Si necesita algo, llámeme por el biocom al 4022Mm.

—¿Mm?, ¿qué tipo de extensión es esa…? —pregunté.

—Motel de mierda, ¡ja, ja, ja!, —dijo marchándose satisfecho de su chiste. Las risotadas continuaban escuchándose mientras descendía por la escalera.

Encontré la puerta de mi cuarto, deslicé la tarjeta por la vieja cerradura y abrí. Aquello estaba muy oscuro, excepto por los destellos rítmicos de unos pseudoneones que entraban por la ventana. Justo delante del motel, si se podía llamar así aquel lugar, brillaba artificialmente un local de variedades y juego. Lancé la maleta a un rincón, con mi exiguo equipaje y sin cenar ni desvestirme me tiré sobre el camastro con la intención de descansar un poco. Había tenido demasiadas emociones para una sola jornada.

***

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