24 noviembre, 2024
La viga en el ojo de Moisés Rocamora
Cruz, Puesta Del Sol, Humildad, Devoción, Silueta

Justito a mitad de la misa, cuando el padrecito Alfredo José nos tenía a todos  encandilados con sus lindas y esclarecedoras palabras. Hicieron acto de presencia los dos  pendejos. Pancho el “Pachuco” y su compinche el menso de Josué Ramírez. ¿Qué carajo hacían estos dos en la casa del Señor? Pancho era un borracho mujeriego que  andaba todo el día entre la cantina del Octavio y el burdel de la Lucrecia. Mientras que  Josué (que no recuerdo qué nombrajo extraño usaba como apodo) no tenía más oficio que  estar todo el día con los indios de la Sierra Madre mascando peyote y balbuceando  memeces. 

A pesar de la fama que estos pinches tenían en el pueblo, nuestro sacerdote les mostró una mirada compasiva y bondadosa cuando los vio entrar, y les invitó a sentarse y a seguir  escuchando la misa. 

El padrecito andaba hablando de las extrañas muertes que estaban aconteciendo en  Guacarango. Llevábamos ya casi un año en el cual, más o menos una vez al mes,  desaparecía una linda chamaquita. Las pobrecitas aparecían a los pocos días desnudas y  con el cuello seccionado, como mordido por un animal. Un auténtico horror. 

Misa De Comienzo De Clases, Alegre, Gracioso, Pastor

“Satanás está entre nosotros queridos hermanos. Nuestros pecados han despertado a la  bestia.”

Las palabras de Alfredo José eran pronunciadas de un modo dulce pero contundente.  Estaba en lo cierto. El mal había llegado a Guacarango. Y tal vez todo fuese culpa del pendejo panzón del “Pachuco” y del lerdo de su secuaz. Pecadores que habían traído el  Mal a nuestro chiquito y lindo pueblo. 

“Dios nos protegerá hermanos, pero hemos de volver al buen camino.” 

Le di la mano a mi esposa. Nosotros nos sentíamos protegidos con la sola presencia de  nuestro padrecito. Cualquiera podría ver que de su lindo y joven rostro emanaba pura  bondad.  

Mientras tanto, Pancho encendió un cigarrillo. ¡En nuestra iglesia! Y Josué se puso en  pie y empezó a mirar con su sonrisa de tarado las imágenes de santitos que decoraban la  casa del señor. 

“¡Escuchad mis palabras hermanos! ¡Solo yo puedo protegerlos del mal!”

Te escuchamos padrecito. Bueno, todos menos estos dos hijos de la chingada que no sé qué carajo habían venido a hacer aquí. 

“¡Venid a mí! ¡Venid hacia la luz!”

Automáticamente nos alcemos todos los presentes y nos dirigimos hacia el sacerdote  dispuestos a estrecharle un fuerte abrazo. A dejar que nos embadurnase con su luz. 

“¡Venid a mí! ¡Mirad como brota la luz de mí!”

Nuestro querido Alfredo José cayó al suelo desplomado. Josué le asestó un disparo en la  cabeza con su revólver. Inmediatamente, Pancho se abalanzó sobre el cuerpo del cura, se  sentó sobre su estómago y le clavó una daga de madera en el corazón. No más un  segundito después el cuerpo del sacerdote ardió en llamas mientras emitía un horroroso  sonido en medio del cual me pareció oír estas palabras:

“¡Miraaad co… como brotaa la lu… luz de miiiiiií” “¡ja, ja, ja!”

El “Pachuco” y Josué Ramírez se hicieron la señal de la cruz en su rostro y se marcharon  tranquilamente de la iglesia. 

Mientras tanto, yo, totalmente petrificado por todo lo que acababa de acontecer. No podía  sacar de mi cabezota el versículo 7.3 de San Mateo que dice: “¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo?” 

Moisés Rocamora Escolano

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