La perplejidad que me producen los programas o shows televisivos, de toda temática, me llevó a escribir una serie de relatos que ahora iré leyendo para todos vosotros.
María Larralde
Supernany es un relato ambientado en este famoso programa que proponía la intervención de una superpsicóloga que era capaz de cambiar la conducta de unos niños malcriados de manera rápida y eficaz…. ¿o no tanto?
Supernany
En la casa de los Clinton, a las afueras de Northsweed, ya no luce el candor de pretéritos días porque a pesar de estar ubicada en un lugar hermosamente privilegiado, de verdes parques y zonas peatonales, en el que las familias de clase media viven sus elegantes y divinas existencias, los dos hijos del matrimonio, Alan y Peter, han tornado la alegría en estrés y la pasión en gritos iracundos.
Linda no podía más con esta rebelión infantil en su casa, en su sagrada y perfecta casa. Y el matrimonio habló.
Una conversación nada ligera les llevó a tomar la ligera decisión de llamar a un programa televisivo en el que se adiestra a los hijos malcriados de padres negligentes, permisivos y débiles. Tom fue el encargado de llamar y concertar la tan deseada cita resolutiva de su infelicidad.
La condición, la única y clara condición, era permitir grabar todo el proceso y seguir las directrices de la psicóloga infantil “a pies juntillas”. Y… sí, sí, sí, claro que aceptaron gustosos pues, “¿qué tendrían que perder?” Se preguntaron el uno a la otra encandilados.
Y así llegó el momento de la cita, y los nervios se apoderaron de la esnobista familia, y claro que el vecindario se enteró y merodeó alrededor… ya que eran como estrellas: “iban a salir en televisión”.
“Ring, ring” —llaman a la puerta.
Y ahí estaba ella, la archiconocida psicóloga infantil, popular por meter en redil a infantes desorbitados y chirriantes que desobedecen constantemente a sus pobres padres.
Todo comienzó con una sencilla evaluación y así, sentados todos en el salón, charlaron de la cuestión:
—La vida, desde que nacieron mis dos hijos, es insoportable. Su comportamiento es insufrible: golpes, patadas, gritos, llantos, desobediencia continuada… ¡no sabemos qué hacer! ¿Puede ayudarnos por favor?
—Por supuesto. Lo primero que debemos hacer es analizar qué está pasando para que sus hijos hayan adquirido este comportamiento tan inadecuado. Suelen ser las respuestas de los adultos lo que mantiene este tipo de conductas.
—Y, ¿qué debemos hacer? No lo soportamos más.
—Enciérrenlos en una habitación oscura sin comer durante tres días, para empezar, y después ya, más atemperados, les daremos alimentos como recompensa a su sumisión.
—Pe… perooo… ¿qué dice? —dijo Tom algo alterado.
Linda miraba perpleja la situación abrazando a sus dos hijos sentada en el sillón. Una mirada entre ambos todo lo aclaró, y Linda tuvo coraje para plantarse ante tamaña enajenación.
— ¡Márchese de mi casa, esto no es lo que me esperaba yo! —le gritó alteradísima con sus hijos bien agarrados por las muñecas y retorciéndose, los pobres, del dolor.
Y fue entonces cuando la superpsicóloga a la cámara se dirigió. Seria, y con semblante algo extraño, como si se le hubiera ido de madres toda la cuestión:
—¿Qué les decía? Son ustedes los culpables, se irritan con facilidad y no entienden de disciplina. Pero quiero recordarles que firmaron la Condición de obedecer mis indicaciones… ¡Todos al sótano, que ya me encargo yo! —revólver en mano, les intimidó.
Unos dientes amarillentos y extrañamente afilados relucieron del interior de su boca que mostraba una mueca enfadada pero risueña. El cámara emitía risitas incontenibles y alguna babilla se le escapó, mojando su blanca camisa y dejándole un medallón.
Linda y los niños lloraban moqueándose toda la ropa y sollozando con temblor, Tom quería hacer algo pero Supernany le encañonaba sin temor, socarronamente en la pistola había algo que parecía una promoción: Coke, diría yo.
Bajando, ella les daba una sucinta explicación:
—La cosa no tiene más que una solución, no teman, ya verán que rápido resuelvo este problemón —el cámara grababa toda la situación, y reía, escondidamente, para evitar ninguna intromisión.
“Pum, pum, pum, pum…” Se escuchó, y ya nadie desobedeció.
“Ñam, ñam, ñam…” Y la Nany y su cámara, ese día, comieron carne de la mejor.
Ese programa nunca se emitió.
The End