EL TEMPLO

(Arrodillada ante la figurilla adorada)

Quince años. En su haber de cajera, quince años.

Sesenta de vida.

Desde el altar que presidía en aquel templo de las afueras de Madrid, hacía pagar las culpas a través de los códigos de barras. Unas más caras que otras; unas más hermosas que otras; las culpas de mujeres, hombres, niños, y seres variopintos de naturaleza y origen indeterminado.