Viendo que estáis ávidos de su lectura, vamos a ofreceros extractos de esta obra, Marciano Reyes y la cruzada de Venus. Es una obra completamente original de los miembros de Historias Pulp, Rubén Mesías Cornejo, María Larralde y Elmer Ruddenskjrik, o sea tres cracks de la literatura. ¿A qué esperais para tenerlo al completo?
Además, las ilustraciones de Israel Montalvo, hacen de esta obra pulp algo único. Pensamos y estamos convencidos de que es una obra de una gran calidad que hará disfrutar al lector pero, además, estamos convencidos de que acabará siendo una obra de culto. ¡Casi nada!
Y ahora… ¡Que comience la función!
Índice
Capítulo 6. El Hombre Alto
Venus se volvió para mirar al ser de dicha especie. Tras la taquilla, con la cabeza al ras de su mesa de trabajo, había un ser gelatinoso y rosado con pequeños y vivarachos ojos. La boca le asomaba sonriente donde en cualquier otro ser vivo estaría la frente. Carecía de cualquier clase de pelo, y su carne o gelatina, fuera lo que fuera lo que lo componía, temblaba agitadamente como animado y expectante. Vestía una imitación de camisa blanca de botones humana adecuada a su pequeño tamaño y forma redondeada, con una corbata y todo pero que no era de verdad, sino que estaba estampada en la misma prenda.
—A mí me parece muy dispuesto a atendernos —repuso Venus clavando sus ojos en los del crumpfo, que también la miraba fijamente.
—Toma, toma —le dijo Marciano, extendiéndole sus tarjetas de crédito y su papeleta de asignación de permisos de vuelo—. Cuando necesitéis mi impronta génica, me avisas, moza.
—¡Yo no sé cómo va esto! —se quejó Venus.
—¡Tú dile a dónde queremos ir, él tramitará el papeleo y te pedirá lo que necesite! —le gritaba ya Marciano, que no paraba de retroceder paso tras paso, sin dejar de mirarla e incluso tropezando con otras personas alienígenas que iban de aquí para allá y que le insultaban en varios idiomas.
—En fin —se resignó la androide, volviéndose hacia el crumpfo—. A ver, oiga, queremos pagar todo lo necesario para poder volar hasta Venus con la nave del estacionamiento wd—233…
—¡Poj claro, mi amol! —empezó a gritar la cosa rosa, con un entusiasmo que no concordaba con la sencillez de sus obligaciones. Con cada sílaba que decía, Venus sentía una densa nube de pestilente olor envolviéndole la cara tras recorrer con gran velocidad la corta distancia entre ellos dos, a través de los sencillos barrotes metálicos de la taquilla. Seguía gritándole, mientras Venus tenía por primera vez auténticas ganas de vomitar, cosa extraña, pues nunca había necesitado siquiera comer—. ¡A vel, mi amol, tené que dame la identifiqueision de lo que será lo pagadol, asín como un pedazo de fistro de medio de pago y achín luego solo la certifiqueision de adn y luego “al ataqueeeerl”, ahí to volandillo pal Venus ese…!
—¡Tome, tome! —Venus tiró todas las tarjetas de crédito y el papel de permisos hacia la mesa ante la cara del crumpfo. Por suerte, su organismo artificial podía mantener cerca de dos horas la respiración—. Avíseme enseguida cuando necesite la impronta… ¡tenemos prisa!
—¡Poj claro mi amol, trabajaré mách rápido que un fistro duodenaaaaaal…!
Ante su mirada espantada, el ser se volvió arrastrando su gelatinoso cuerpo hacia su derecha y empezó a teclear en su terminal informático con una suerte de apéndices gelatinosos pero secos que se había sacado de las aparentes mangas cortas de la camisa. Tecleaba con una precisión y velocidad increíbles, y las pantallas administrativas se sucedían en el monitor como una rapidísima secuencia de jeroglíficos. No tardó ni un segundo en hacer lo que en otras taquillas les llevaban cuartos de horas completos…
—¡Muy bien, mi amol! —le sonrió el crumpfo estirando su gelatinosa boca sobre la cabeza hacia ella, aún mirando su ordenador—¡Nechechito lo que é la marca génica del fistro de Marciano Reyech, prechiocha!
—¡Marciano! —le llamó.
Él dejó de discutir de inmediato con un alienígena que parecía estarle pretendiendo vender cigarrillos que le mostraba en un maletín abierto, y se acercó hasta la taquilla corriendo con una viveza impropia de él.
—¡¿Qué?! —preguntó, como si no supiera para qué estaban allí.
—¡Oigh, qué buen mozo el de la improntaaaa…! —gritó el crumpfo estirando su sonrisa cabezuna y haciendo brillar los pequeños ojitos.
—¡Ahg, pero coño, dímelo tú, mujer! ¡Joder, me cagon todo! ¡Cierra el buzón para cadáveres de gatos, puto bichooo! —gritó Marciano muy rápido, meneando la mano de carne en el aire para ventilarse.
—¡Oigh, no te se me te se te me sulfureeeee mi amoool, fistro pecadoooorl! ¡Ya hago echto rapidito y ya och váis! ¡Al Ataaqueeeeerl! —gritó el crumpfo para nada ofendido y alargando sus apéndices como ansioso para que Marciano tendiera su mano y guiarla sobre la superficie de escaneo a un lado de su estrecha mesita de trabajo.
Marciano hizo gesto de repulsa al sentir el tacto del crumpfo, pero aun así dejó que éste le empujara con suavidad la mano contra el aparato. Un sonidillo de timbre, como cuando un microondas termina de calentar, certificó que el proceso había salido exitoso. Acto seguido, soltando la mano de Marciano, el crumpfo cogió el papel de permisos y lo pasó con gran habilidad por una pequeña impresora que actualizó con unos dibujos de puntos unas pequeñas casillas: aquello representaba el permiso y peajes pagados para volar hasta Venus con la nave del aparcamiento. Se lo pasó a Venus estirando sus apéndices de gelatina.
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