Todas las mañanas, Ester llegaba al hotel ” El Fénix”, justo cuando el reloj marcaba las nueve en punto, y subía las escaleras con prisa para reportarse ante doña Sara, la administradora del hotel. Después del saludo de rigor, la vieja abandonó temporalmente la “jaula”, que era la recepción, y donde casi siempre se le encontraba, para acompañar a la recién llegada a inspeccionar los cuartos desocupados, y seleccionar alguno para que Ester desempeñara su labor de todos los días, como lo hacían las otras mujeres también reclutadas para servir al hotel.
Ester escogió un cuarto dotado de un amplio ventanal que daba hacia una calle invadida por puestos de comida ambulante, corrió las cortinas para que entrara un poco de luz, y empezó a adecentarlo retirando las sábanas percudidas que cubrían el pequeño camastro que estaba junto a la pared opuesta. A continuación, reunió la ropa de cama sucia junto con el montón de colillas de cigarro y condones usados acumulados en el balde que hacía las veces de papelera, y
los sacó de ahí, dejando el lugar con un aspecto más presentable a como lo había encontrado.
Con el balde, repleto de desperdicios, en la mano Ester emitió un silbido agudo y penetrante, como si estuviera llamando a alguien, pero nadie apareció.
—Que extraño—comentó Ester para sus adentros—aunque en realidad lo dijo en voz alta—Nunca me había pasado esto. ¿Por qué no vendrán?
—Prueba a llamarlos más directamente. Hunde tu mano en la pared —le sugirió doña Sara— A esta hora, no todos los simbiontes están despiertos.
— ¿Simbiontes?—preguntó Ester— ¿qué significa eso?
—Me refiero a las criaturas que viven dentro de las paredes de este hotel— respondió doña Sara— con aire de una profesora disgustada con una alumna poco aplicada.
— Ah ya… Lo que pasa es que me da miedo, y… ¿si me quedó manca?—respondió Ester en un tono que denotaba duda.
—Los simbiontes nunca dañan a quienes sirven al hotel —sentenció la anciana administradora del lugar.
Armada de valor por las palabras de su patrona, Ester siguió el consejo, y palpó la pared del pasadizo como acariciándola, luego su mano se fue hundiendo lentamente dentro de lo que parecía una pared ,destruyendo su ilusión de solidez, para ingresar en un entorno fluido, casi acuático, donde su mano se movía a tientas en busca de algo .De pronto, se topó con algo, y sus dedos fueron recorriendo la superficie de aquella piel, reconociéndola, luego la criatura se movió un poco, evidente signo de que había despertado.
Ester sacó su mano lo más rápido que pudo, pues no había desechado del todo la posibilidad de ser mutilada¸ entonces la criatura, recién despertada, siguió la estela que dejo aquel brazo huidizo y asomó su cabeza por el mismo lugar por donde Ester había sacado su mano. Tenía un aspecto gatuno, aunque no era precisamente un gato, pero las orejas puntiagudas, la forma de la cara, y los característicos ojos almendrados que tienen esos felinos, hacían que lo pareciera. La criatura puso su atención en el balde que contenía la basura que había recogido en el cuarto, Ester se dio cuenta de esto, y de un puntapié tumbó el balde, y los desperdicios se esparcieron sobre el suelo del pasadizo.
De inmediato, la criatura emergió por entero de la pared, y se abalanzó sobre aquel “banquete” como si tuviera un hambre de mil años encima, luego segregó una extraña sustancia blanquecina sobre aquellos residuos, para convertirlos en una especie de papilla que succionó con sumo deleite; cuando acabó, el “gato” se acercó a Ester solicitando una caricia por el servicio prestado. Ester tenía mucha repugnancia de hacer lo que el animal quería, y no se decidía a extender su mano para acariciar el lomo de un ser capaz de alimentarse de cosas que ella consideraba basura.
— Lo único que desea es saber que ha hecho las cosas bien. Dale gusto, muchacha— le instó doña Sara.
No quedaba más remedio que hacerlo y tragarse todo el asco que le inspiraban las criaturas que habitaban dentro de las “paredes” del hotel al que estaba sirviendo. El “gato” agradeció el gesto lamiendo su mano dos o tres veces antes de volver al sitio de donde había salido.
A continuación, doña Sara le dio la llave del cuarto, y regresó a su “jaula” conforme lo estipulaba su contrato con el hotel. Ester sacó un espejo circular de su pequeño bolso de mano, y empezó a pintarse la boca con un gastado lápiz labial rojo, luego se echó un poco de colorete sobre las mejillas y lo esparció con sus dedos para darle a su rostro un aspecto más vivaz. Hecho esto se dirigió hacia la escalera que daba acceso a la “jaula” donde la señora Sara atendía a los huéspedes, y se sentó en uno de sus peldaños, esperando que su rostro le pareciese lo suficientemente atractivo a cualquiera de los transeúntes que a esa hora pululaban por la calle.
Muchos hombres pasaban frente al hotel, pero la mayoría seguía de largo ignorándola, otros miraban con cierta curiosidad pero no se animaban a subir, a pesar de toda la gesticulación que Sara ponía en juego para convencer a sus potenciales parroquianos, cada rechazo la desanimaba un poco, sumiéndola en un letargo que la inducía a permanecer sentada, con la mirada completamente perdida, como si hubiera olvidado que debía conseguir clientes. Doña Sara advirtió su negligencia, a través de la cámara que vigilaba la escalera, y le envió un mensaje de texto indicándole “que hiciera algo mejor que estar sentada”. Ester obedeció, y descendió para colocarse ante la puerta del hotel.
A su alrededor prosperaba el comercio ambulatorio, literalmente se vendía de todo: desde películas pirateadas hasta comida al paso, y la calle estaba repleta de gente. Pasaron unos cuantos minutos más, los hombres seguían pasando de largo sin que ninguno de ellos se interesase en ella., y era necesario conseguir que alguno decidiera subir esos peldaños, durante su turno de trabajo. Ester empezó a preocuparse, y a pesar de tener mucho miedo, se le ocurrió avanzar hacia la esquina, con la intención de llamar la atención de algún transeúnte. Era inevitable que su acción no tuviese éxito, pues vestía una diminuta minifalda muy pegada al cuerpo, que realzaba su trasero, y descubría un par de piernas que se hacían tentadoras gracias a los zapatos de taco que estaban usando, entonces los brazos de un desconocido la cogieron por la cintura repentinamente, asustándola un poco pero decidió no protestar y aprovechar la ocasión para empezar a seducirlo; cuando volteó su cara , y se encontró con un hombre alto y moreno, que andaría por los cuarenta años, con el cabello casi rapado y con una sonrisa de oreja a oreja plasmada en la cara. Era obvio que disfrutaba mucho manosear la cintura de Ester, o de cualquier fémina que encontrase en su camino.
Al verse sorprendido, el hombre hizo ademán de retirarse, quizá esperaba una bofetada o un insulto, pero Ester no dejó que se fuera, no podía permitírselo después de tantos fracasos previos; por eso le colgó sus brazos alrededor del cuello, y empezó a besarlo apasionadamente en la boca. El hombre quedó asombrado por tanta audacia, y se dejó llevar por la vehemencia del momento. Cuando Ester se dio cuenta que controlaba la situación, apartó sus labios de la boca del transeúnte, y le cogió de la mano para conducirlo hacia el interior del hotel.
El hombre advirtió lo que estaba pasando, pero no dijo nada, no tenía nada importante que hacer en ese instante y le haría bien dejar que las cosas pasaran como debían pasar, después de todo pensó que un poco de aventura venía bien después de la tremenda escena de celos que le había armado su esposa, cuando lo encontró en plena contemplación, de una revista en cuya carátula posaba una de esas delgadas actrices que trabajaban en la televisión, y con las cuales se soñaba haciendo el amor. En definitiva, era difícil soportar los celos infundados de Mariana y ahora la suerte le proporcionaba una mujer, una puta, delgada como las hembras que realmente le gustaban; y no era que esta chica de ojos grandes y un poco narizona fuera una beldad a carta cabal, pero tenía una bonita sonrisa que dulcificaba su rostro cuando sonreía, o al menos eso le parecía.
Claro que sentía un poco de remordimiento por “engañar” a Mariana; pero necesitaba olvidar las duras palabras que había intercambiado con ella, pues hasta el momento Mariana no podía entender que le era imposible dejar de contemplar mujeres más atractivas que ella misma, por el simple motivo de que era un consumado admirador de la belleza y la buscaba donde fuera; tanto afuera, en la calle, como adentro, en su propia imaginación.
En fin, existían cosas que eran difíciles de cambiar, quizá conversando un poco , Mariana y él, podrían superar esta pequeña crisis, pero el momento no era propicio para pensar en eso, ahora que estaba junto a una mujer que le atraía, y pensaba aprovechar su oportunidad hasta donde pudiera.
Por eso empezaron a subir las escaleras, abrazados de la cintura, besándose con una pasión propia de dos enamorados, cuando en realidad recién se acababan de conocer y ni siquiera sabían cómo se llamaban. Doña Sara vio, a través de la cámara, que la pareja ascendía las escaleras rápidamente y entendió él porque: Ester estaba ansiosa por hacer su primera contribución del día al bienestar del hotel.
—Cariño, deja de besarme un rato, ahora tienes que pagar el cuarto—dijo Ester.
—Tienes razón…a propósito ¿cómo te llamas?—respondió el moreno enamoradizo.
—Te lo diré, cuando estemos calatitos y en la cama—replicó Ester coquetamente.
El hombre, ahora cliente, volvió a la realidad, buscó su portadocumentos y sacó una tarjeta plástica que entregó a doña Sara, la veterana mujer metió la misma dentro de una ranura de escaneo. La transacción quedó hecha, y devolvió la tarjeta a su dueño.
La pareja siguió su camino, y se detuvo frente a una puerta de color plomo que tenía un número tres mal dibujado sobre su superficie. Ester sacó la llave del bolsillo de su casaca, y la puerta se abrió.
— ¿Sabes una cosa?, me gustas que me digas “mi rey”. ¿Me permites llamarte “reina”?
— Como quieras, mi rey. Ahora, cancela. Debo empezar a trabajar.
A pesar que no le gustó el sentido que Ester le daba a la palabra “trabajar”, obedeció, sacó un flamante billete de color naranja y se lo entregó a ella, para que lo guardara dentro una pequeño monedero de cuero, después de todo ya estaban entrando en el cuarto, y le parecía consecuente hacer uso del “servicio” que brindaba esta mujer.
En ese momento, el celular de Ester vibró indicando a su dueña que tenía un mensaje. Ester miró la pantalla y leyó: “No te olvides deshacerte de la ropa de este cliente cuando termines. El cuarto debe quedar limpio”, luego guardó el teléfono en el bolsillo de su minifalda y empezó a desvestirse pensando en lo odioso que era trabajar con alguien que supervisaba al milímetro las cosas que estaba haciendo.
Ester terminó de desvestirse, y se dio cuenta que su cliente estaba desnudo y tendido sobre la cama, esperando que ella diera inicio a su tarea, luego se acercó sin hacer ruido, y con la boca abierta atrapó su miembro viril para excitarlo con el aperitivo del sexo oral, sin embargo sintió una súbita falta de entusiasmo para hacer esta parte de su trabajo, porque en el fondo no le gustaba hacerlo y rogó, para sus adentros, que a este tipo no se le ocurriera pedirle que abriera la boca para eyacular dentro de ella, como lo había hecho un cliente anterior.
Sin embargo, el fulano no decía nada; quizá porque pensaba desquitarse cuando llegase el momento del coito, quizá porque fuera demasiado tímido como para quejarse por una fellatio mal hecha, a la larga esto no importaba demasiado porque dentro de unos minutos aquel hombre ya no estaría aquí.
Luego, Ester cambió de posición, abrió las piernas y se tendió sobre la cama invitando a su cliente a iniciar la penetración, el hombre lo hizo y empezó a moverse dentro de ella, sin que en el rostro de Ester aflorase ninguna señal de que estuviese sintiendo algo parecido a un orgasmo, casi como si fuese una muñeca de cera incapaz de sentir nada.
El hombre se apartó de ella e hizo ademán de levantarse, Ester comprendió que no podía arriesgarse a que se fuera, así que se puso de espaldas, y apoyó todo el peso de su cuerpo sobre sus brazos y piernas, luego meneó el trasero provocativamente para despertar nuevamente el menguado deseo de su ocasional amante.
El truco dio resultado: la visión de aquellas nalgas surtió el efecto de impresionar, con su turgencia, a un cliente casi decepcionado. Ester volvió a sentir la acometida del macho, y muy a su pesar, empezó a gemir como si realmente sintiera gusto de estar siendo poseída, mientras su cliente, poseído por la súbita vehemencia del instante palmeaba sus nalgas con un entusiasmo casi infantil.
Y así continuaron pegados, cuerpo a cuerpo, hasta que el hombre eyaculó dentro de ella, y completamente cansado se derrumbó sobre la cama buscando recuperar la energía gastada durante el encuentro sexual.
Ester aprovechó el momento para escabullirse del camastro, de modo que la cámara que vigilaba el cuarto captase la imagen de aquel hombre exhausto y desnudo sobre la cama. Era el momento que doña Sara esperaba para actuar, entonces pasó su mano sobre la pantalla que tenía al frente, como acariciándola, y la cama pareció cobrar vida.
El hombre se despertó sobresaltado, al darse cuenta que la cama se movía, y su terror fue completo cuando vio que había empezado a empotrarse en la pared. Quiso saltar, pero no pudo hacerlo pues unas abrazaderas, parecidas a tentáculos, habían surgido de quien sabe dónde para aprisionar sus brazos y piernas, mientras otra se le metía en la boca para evitar que gritara.
En cuestión de segundos, la cama desapareció y la pared quedó tan lisa como si jamás se hubiera producido alguna fisura en ella. Ester se acercó, por curiosidad, a la pared que se había tragado la cama, y escuchó unos ruiditos chasqueantes que le hicieron recordar los sonidos que emitía el estómago cuando digería la comida.
El celular de Ester volvió a vibrar, obligándola a mirar la pantalla para leer el nuevo mensaje que doña Sara le había enviado: “Déjate de perder el tiempo, recuerda que debes destruir la ropa y los documentos del cliente, después te vistes y regresas a la escalera para que te hagas otro pase”.
Ester se alejó de la pared que producía aquellos ruidos, para recoger las prendas de vestir del cliente que acababa de ser fagocitado por la pared del hotel, revisó sus bolsillos y confiscó su billetera , amén de su tarjeta de crédito, luego dobló , la camisa, el pantalón y la ropa interior con sumo cuidado como si fuera a guardarlas dentro de un ropero, sin embargo no hizo eso y la colocó dentro de una especie de bandeja que acababa de surgir en otra de las paredes del cuarto. En eso, la cama volvió a reaparecer, las sábanas estaban manchadas con sangre y había residuos de órganos y fragmentos de huesos diseminados sobre las mismas. Ester recogió las sábanas y envolvió con ellas aquel asqueroso contenido, luego depositó el bulto que había hecho dentro de la bandeja, y ésta volvió a meterse dentro de la pared.
Ester se vistió rápidamente, y se dirigió hacia el baño para lavarse las manos, además tenía que volverse a maquillar. Su celular volvió a zumbar, y consultó la pantalla para informarse sobre la nueva orden de doña Sara: “Recuerda que debes entregarme todo el dinero que has encontrado en la cartera del cliente”, Ester no tuvo problemas para obedecer la orden, y se acercó a la “jaula” donde reinaba la mujer llamada Sara, para entregar lo que había requisado… Total, el día había comenzado bien para ella, además si cumplía con la cuota de clientes que le habían asignado recibiría suficiente alimento como para calmar el hambre que ahora sentía.
Se le notaba entusiasmada, con ganas de hacer bien su trabajo y eso merecía un premio.
— Al Amo le gusta tu actitud, muchacha, y quiere darte algo de la ración de alimento que te corresponde— dijo doña Sara mientras una gran sonrisa curvaba sus labios mostrando una dentadura demasiado perfecta como para ser auténtica.
— ¿En serio?— contestó Ester— mirando ansiosamente la cara de la vieja que le había anunciado el premio, y en su mirada se notaba la incredulidad que inspira un hecho todavía no confirmado por la experiencia…
— El Amo nunca miente muchacha. No dudes de su bondad— replicó la vieja.
En ese momento, un pequeño ser, de aspecto reptiloide, dotado de una cresta y un par de grandes ojos globulares, emergió parcialmente de una las paredes, justo delante de Ester, ella no pareció sorprenderse por la fealdad de la criatura, y más bien se quedó quieta, como esperando algo. La criatura abrió su boca, y algo semejante a una gran lengua se proyectó de repente hacia el rostro de Ester como queriendo la, pero ella no lo entendió así y más bien abrió su boca recibir la ración adelantada de alimento que el reptiloide le estaba dando de este modo.
—El Amo está complacido contigo. Ha comido bien y quiere que tú también lo hagas— dijo doña Sara mientras Ester se alimentaba.
La imagen era tierna y a la vez siniestra a la vez, tierna porque evocaba, en Sara, las veces que había dado de lactar a sus hijos cuando éstos eran pequeños, y siniestra porque enfatizaba la relación de extrema dependencia que se había establecido entre el macro ser, que era el hotel, y las chicas que le proporcionaban alimento.
Cuando el rito acabó, Ester abrió su boca y la lengua del reptiloide salió de la misma, serpenteando como una especie de látigo que dibujó unas cuantas eses en el aire antes de recular hacia su base. El pequeño ser volvió a hundirse en la pared, y ésta onduló levemente como lo haría una superficie acuática después de recibir el impacto de una piedra; luego Ester, salió de su ensimismamiento y descendió rápidamente los peldaños, para apostarse ante la entrada del hotel, pero no se limitó a quedarse ahí, había entendido que debía moverse, y se le ocurrió la rutina de mostrarse durante unos segundos fuera del umbral, para luego retroceder, ocultándose de la mirada de los transeúntes. Era factible que haciendo esto llamase la atención de cualquiera de los hombres que estaban pasando frente al hotel, en esos momentos.
Ester llevó su idea a la práctica , y consiguió atraer a otro individuo, que preguntó, sonriente, el precio de sus caricias, ambos empezaron a conversar animadamente, y no era que se estuvieran haciendo precisamente amigos, sino que Ester estaba describiendo prolijamente lo que haría cuando estuvieran dentro del cuarto. El cliente quedó convencido, la cogió de la cintura y ambos empezaron a subir, con celeridad, por la escalera.
Desde el otro lado de la calle, un hombre, de semblante serio, y apostado sobre la terraza de un edificio vecino seguía atentamente todo lo que estaba ocurriendo frente a la entrada de aquel hotel de fachada miserable, Tenía un auricular en la oreja, y hablaba, a través de un móvil, en voz alta, como para que su interlocutor, ubicado al otro lado de la línea pudiera escuchar claramente lo que estaba diciendo, aunque sus palabras no significaban nada para quien las oyese por pura casualidad.
— Ha pasado media hora y “Cachorro Perdido” no ha salido de la “perrera”, se entretuvo con un “hueso” que encontró en la calle—informó el detective.
—Permanezca en su sitio. Necesito que siga informándome sobre lo que está pasando ahí—replicó una voz femenina al otro de la línea.
—Descuide señora Mariana, permaneceremos en contacto. Cambio y fuera—dijo el hombre cortando la comunicación por el momento.
El detective le dedicó una mirada a la calle, a los transeúntes, a la gente que trabajaba en los alrededores de aquel hotelucho, y comprobó la poca importancia que esas personas le daban a lo que estaba ocurriendo ahí, todos estaban ocupados en sus propios quehaceres, y nadie parecía darse cuenta que algo estaba pasando dentro del hotel, sin duda—pensó el detective— aquella indiferencia era el mejor modo de ocultar lo inaudito.
Chiclayo, mayo de 2013
Rubén Mesçias Cornejo
FIN