Relato de María Larralde seleccionado en la revista mejicana Letras Y Demonios en su tercera edición. En esta ocasión, se unifica la temática apocalíptica, la invasión extraterrestre y los zombis ¿Quién da más?
FOREVER
Creo que son las 6 a.m. de no sé que día tras la catástrofe. Parece que amanecerá enseguida. Mi nombre es Howard Lewis Potemkin. Estoy bajo tierra, en un búnker de la Segunda guerra Mundial, en Düsseldorf. Todo ocurrió tan rápido y en realidad tuve tanta mala suerte que sobreviví sin quererlo. Soy arqueólogo, y me encontraba en aquel momento revisando este búnker donde ahora me veo atrapado. Recopilando información para un trabajo del estado en el que se mapeaba todo el territorio donde se construyeron estas fortificaciones subterráneas pensadas para la supervivencia de entre 50 y 100 personas. Pero eso ya da igual.
Quizá sirva de algo dejar este testimonio. Por eso lo hago. Hoy empiezo a escribirlo y continuaré hasta que muera. Quiero que si alguien, alguna vez, encuentra este lugar, aunque yo ya haya muerto, sepa cómo combatir tanto a los vigilantes de los cielos como a los zombis de la tierra. En fin, no sabría cómo empezar si me paro a reflexionar sobre ello, quisiera contar que los vigilantes son… o creo que son, pero no, trataré de contarlo cronológicamente, porque de alguna manera tengo que hacerlo.
Todo salió repentinamente volando por los aires. El mar se alzó a kilómetros de la tierra. Todo el mar, es decir, los océanos enteros de la Tierra. Hombres y animales salieron sin rumbo fijo, despedidos y lanzados al vacío… Tierra, ríos, lagos parecieron volatilizarse y el cielo se llenó de cascotes, tierra, piedras, coches y todo tipo de material y mobiliario. Árboles, plantaciones y cultivos a toneladas volando por los aires. Los aviones salieron despedidos al espacio exterior y… bueno, jamás regresó ninguno. Trenes, coches, camiones orbitando la Tierra como estaciones espaciales. Los edificios arrancados de cuajo de sus cimientos. Todo salió repentinamente y literalmente volando por los aires. El mundo se oscureció debido a que todo aquello que no estaba fuertemente anclado en tierra, salió despedido hacia la atmósfera y quedó orbitando el planeta.
Cuando pasó aquel primer momento, el planeta tembló, y los volcanes comenzaron a escupir lava y piedra fundida por todo el mundo. Y de repente, un rugido conmocionó la Tierra entera. Todo lo que había salido despedido, cayó desde el cielo de golpe. Todo el planeta tembló, creo que durante más de un día.
Yo, que estaba enterrado en el búnker haciendo mi trabajo, salí despedido hacia arriba y me quedé pegado al techo golpeándome fuertemente la cabeza y quedando inconsciente, quizá durante horas. Cuando desperté estaba en el suelo, donde también me golpeé. Pero de esto ya no me enteré, porque no estaba despierto. No entiendo cómo no estoy muerto, pero así es. Caí en los colchones de las literas que antiguamente habían en la zona de dormitorios donde me encontraba. Estaban tirados por el suelo y me protegieron en esa segunda caída. Tardé mucho tiempo en dejar de sentirme conmocionado. Pero no sabría decir cuánto.
Cuando pude tenerme en pie, como todo estaba a oscuras y solamente tenía mi linterna de bolsillo junto con mis llaves del coche, me acerqué a la entrada. El búnker había quedado completamente desenterrado, pero aguantó fijado en tierra. Sin embargo, lo que encontré ahí afuera, no se puede describir con palabras. Quizá sepáis a lo que me refiero. Si estáis leyendo esto es que venís del exterior y quizá habéis pasado por lo mismo que yo.
Demolición, escombros, todo destruido, completamente arrasado y sin forma. No quedó nada, aunque en ese momento no fui verdaderamente consciente de la tragedia porque este búnker está situado en una zona forestal apartada y solo encontré montañas de cascotes al salir, impactadas como proyectiles en el suelo, amontonadas por todos lados. Un bosque, pero de ruinas.
Entonces, miré al cielo, no sabría decir si era de día o de noche. Una aurora boreal gigantesca ocupaba todo el firmamento. Colores rosados, azulados, verdes turquesa, nubes cambiantes en movimiento ondulante. Un espectáculo pirotécnico de colores y explosiones contínuo que ha quedado así para siempre.
Los vigilantes estaban en sus naves rodeando la Tierra y fueron ellos los causantes de la catástrofe que llevó al mundo a un apocalipsis como nunca antes había sucedido en nuestro planeta.
Si miro al cielo puedo ver las naves, inmóviles, fijas, sin luces. Sombras oscuras ovaladas, distando unos ochocientos o mil metros entre ellas, aunque desde aquí abajo la distancia no se puede calcular demasiado bien. No sé todavía cómo lo hicieron pero he supuesto que, de alguna manera, eliminaron el campo magnético de la Tierra y consiguieron, no sé cómo, frenar unos momentos o ralentizar el movimiento de rotación del planeta. Por este motivo todo salió despedido hacia el exterior, por la fuerza centrífuga. Han destruido todo lo que existía. No solo toda la civilización humana, sino toda la vida en la Tierra… tal y como era antes de su ataque.
Al principio no me atrevía a salir, estuve una semana aquí abajo encerrado a cal y canto, tuve que encajar tanto desastre en tan poco tiempo… Todos mis seres queridos, muertos. Dí gracias por no haber formado una familia, por ser un lobo solitario, y tener la tranquilidad de echar de menos a mis padres, únicamente a ellos y a mis compañeros de equipo de trabajo.
Afortunadamente los víveres seguían aquí. Comencé a pensar en ir saliendo para ver qué había pasado y si habían supervivientes…
Lo que encontré no eran precisamente supervivientes. Ni humanos ni animales. Durante esa semana, los seres vivos que aún podía decirse que eran terrestres por su forma exterior, habían sufrido cambios tan aberrantes que habían quedado irreconocibles.
Antes de ayer vi algunas ratas, sin pelo, como si una bomba nuclear hubiera caído en la Tierra, husmeaban restos de cadáveres entre los escombros, y los devoraban… Me quedé observando los alrededores. Ni siquiera se podía decir que fueran ruinas porque todo estaba amontonado pero sin referencia ninguna a lo que allí había con anterioridad. Pesadas moles de edificios, coches, hierros retorcidos de cualquier manera, vías de trenes, árboles enteros tirados sin ton ni son y millones de toneladas de basura rodeaban el lugar. Las ratas rebuscaban entre las inmundicias hasta que me olieron a mí y enfilaron su feroz carrera hambrienta hacia mis piernas. Sus ojos eran casi amarillentos, cubiertos de un velo blanco, sus movimientos convulsos y desarticulados, a pesar de ello, se movían a gran velocidad. Me adentré de nuevo en el búnker, tenía que protegerme de algo más grave aún que la destrucción del planeta. Si las ratas habían contraído alguna enfermedad extraña, los demás supervivientes podían haber corrido la misma suerte.
A través de las auroras boreales se veía el cielo repleto de aquellas naves oscuras inmóviles que seguramente eran la causa de todo este desastre. Era un ataque completamente despiadado a la Tierra, y no había terminado.
Ayer, lo que parecía algún animal grande comenzó a rondar los exteriores del búnker. Entreabrí aquel pesado portón metálico tan lentamente que me llevó varios minutos poder asomar los ojos y ver algo afuera. Sin que se percatara de mi presencia inicialmente, pude ver aquel horror.
Había sido humano, pero apenas quedaban vestigios de humanidad en él. Andaba a cuatro patas, toda su piel era fina y amarillenta, hasta el punto de que se translucían las venas del interior del cuerpo, no tenía pelo, su cabeza era el cráneo cadavérico. Sus ojos tenían ese velo blanco amarillento cubriendo las pupilas; olisqueaba a su alrededor y su mandíbula y dentadura estaban repletas de sangre reseca. Había devorado algo sin cocinar. En aquel mismo momento giró su cabeza hacia mí y se lanzó en una carrera desenfrenada, mostrando sus dientes amenazantes. A dentelladas aullaba y gruñía desesperado. Cerré la pesada puerta metálica y se dio de bruces contra ella. Detrás de aquella primera puerta estuvo bastante tiempo, arañando con furia. Yo no iba a salir hasta que aquel bicho semihumano desistiera. Bajé de nuevo a la parte inferior del refugio nuclear. Cerré la segunda puerta y descansé unos minutos. No salí en todo el día de ayer al exterior pero sí asomé de nuevo la mirada tras horas de silencio. No vi ni escuché nada afuera.
Hoy, aunque no me atrevo a salir y me siento aterrado, voy a hacerlo. Debo intentar recorrer más área alrededor del búnker. Me he armado con armas blancas del arsenal de este refugio. Si no salgo, sé que voy a morir aquí enterrado, mientras los vigilantes del cielo experimentan con nuestro planeta. No tengo nada que perder. Si regreso, continuaré describiendo lo que descubra.
FIN