27 julio, 2024

 1.Los japoneses desembarcan en la Media Luna. 

Soy el capitán Takeshi Kawahara y estoy al mando de la Compañía Especial 1046, la cual ha sido enviada desde Truk para atacar distintos puertos situados a lo largo de la sinuosa y quebrada costa del Perú con esas armas especiales que hemos estado probando en China desde hace algún tiempo. Venimos a bordo de uno de los flamantes submarinos I-400, verdaderos titanes de metal diseñados para la Marina, dotados con modernos hidroaviones de bombardeo, y con la capacidad de cubrir la enorme distancia que media entre las Carolinas y este pequeño país sudamericano que ha estado vejando sistemáticamente a los ciudadanos japoneses que viven entre ellos.

Falta una hora para el amanecer, y nuestro submarino emerge frente a una costa con forma de media luna situada al sur del Puerto Eten, las lanchas se lanzaron al agua en medio de esa claridad que avanzaba raudamente poniéndole color a un panorama antes sombrío, minutos después hombres, sidecares y armas desembarcaron sin problema en una playa cuya orilla aparecía repleta de pequeñas piedras como si fuera una especie de cantera. Mas allá del aquel nutrido cinturón de piedras que circundaba la orilla se extendía una amplia playa arenosa desde la cual podían divisarse, más allá de los médanos, algunos cerrillos, el más cercano de los cuales aparecía coronado por un faro. Según el mapa que desplegué sobre mi regazo, detrás de aquel cerrillo, unos kilómetros tierra adentro surgía una especie de morro desde el cual podía dominarse no solo la playa adyacente sino también el puerto que debíamos alcanzar; más cerca de la posición que ocupamos se sucedían una serie de grandes acantilados que le brindaban una seña de identidad a la costa en ese sector particular. Como era de esperar nadie estorbó nuestro desembarco, y con la tropa ya desplegada sobre la playa ordené el avance hacia el objetivo, según el mapa tan sólo cuatro kilómetros nos separaban del puerto, lo cual significaba que en más o menos una hora tendríamos las primeras casas del puerto enemigo a la vista, mientras que los motores de los Seiran rugirían sobre el cielo de Eten como una estentórea amenaza capaz de infundir el terror en el corazón de los habitantes de aquellas casas hechas de madera. Sin embargo, a última hora, Nagumo, el comandante del submarino, no quiso compartir la gloria del triunfo con mis hombres y ordenó que sus Seiran fueran sacados del hangar que los cobijaba para ser armados y catapultados al cielo antes de lo previsto. De ese modo, desde la sombría cubierta de aquel gigantesco tubo cuatro aviones treparon al cielo con sendas bombas firmemente ancladas bajo su panza dispuestos a descargarlas sobre Eten antes que nosotros pudiésemos abrir fuego con nuestros fusiles y ametralladoras contra los presuntos defensores de aquella plaza. Y si bien era majestuoso ver como nuestras aves guerreras se elevaban sobre el mar rumbo al objetivo sobre el cual iban a lanzar su carga bélica, también me era inevitable pensar que esa súbita e inexplicada transgresión del plan original solo serviría para traerle problemas a los hombres que seguían mis órdenes, por lo tanto organicé una columna, la puse al mando del sargento Kasuga y la envié a ocupar ese gran cerro cuya existencia era consignada en el mapa que obraba en mi poder, pues constituía una excelente plataforma de observación del objetivo una vez atacado.

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 2. Los zombis del cerro despiertan.

 Las piedras que repican han vuelto a hacerlo, despertándome del todo; ahora soy consciente de estar sentado sobre esta gran silla de piedra que mira hacia el mar. Ruidos potentes y extraños se han producido repentinamente allá afuera, la tierra suena como si un dios violento la estuviera aporreando; por mi parte voy abandonando mi letargo y recuperando la movilidad después de mucho tiempo; algo que no es frecuente y sucede cada vez que algo raro rompe la tranquilidad del mundo exterior a las ruinas donde los Guardianes del Templo descansan, esperando la aparición del caos sobre la tierra circundante. Y el caos se ha desatado nuevamente por estos lares, la brisa que viene del mar me trae los olores de gentes nuevas, totalmente ajenas a esta tierra, seguramente sus intenciones no son las mejores, después de todo ningún invasor las tiene.; pero ese no importa ahora pues para los zombis no hay manjar más exquisito que el cerebro fresco de un hombre vivo, y para fortuna nuestras son muchas, por ende, pronto podremos darnos un festín con aquellos cerebros ya desembarazados de sus cráneos. Las piedras siguen repicando y poco a poco mis acólitos van saliendo del mismo estado de inercia también; de sus costados caen puñados de tierra desmenuzada mientras ellos emergen de sus tumbas, con orden y parsimonia como corresponde a quienes fueron soldados cuando les tocó vivir. En alguna parte de aquellos cráneos devastados por la corrupción y la incuria todavía existe espacio para la disciplina propia de la milicia. La brisa me trae buenas nuevas, el olor de los extraños está cada vez más cerca pues disponen de extraños artefactos que les permiten avanzar mucho más rápido que si marcharán a pie, y eso nos conviene pues de ese modo sus cerebros se encuentran cada vez más cerca de la voracidad de mis acólitos, los cuales tienen un hambre acumulada por décadas que pronto saciarán cuando lo extraños suban las laderas y pongan el pie en el terreno del cerro propiamente dicho. Sólo entonces llegará el momento de devorarlos y extinguir su nefando nombre de la tierra que injustamente están pisando. Los extraños están subiendo el cerro ya, tienen los ojos rasgados y una cara hermética e inexpresiva que les hace parecer iguales a todos, y están vestidos de una manera incomprensible para nosotros, pues no llevan una indumentaria holgada que se corresponda con el calor que impera en estas tierras, además de portar unos grandes palos en las manos que no sabemos bien para qué servirán, si es que sirven para algo. Mis acólitos echan a andar. Vamos por ellos es momento de comer. 

Horror, Zombie, De Miedo, No-Muertos

3. Los japoneses se topan con los zombis en el cerro. 

Junto a la falda oeste del cerro la arena cesaba de imperar y empezaba una sinuosa trocha que penetraba en los dominios del cerro como una serpiente fabulosa que se hubiera impuesto la tarea de circundar aquella elevación pétrea con paciencia y terquedad hasta llegar a su misma cresta , y eso era precisamente que el sargento Kasuga y sus hombres estaban haciendo ahora mismo, con la mirada atenta a lo que pudiera suceder tanto el cielo como en la tierra, pues los peruanos también disponían de aviación y era factible que la usaran, pero hasta el momento fuera del susurro del viento que venía del mar y del agobiante calor reinante no había sucedido nada especialmente raro. El mismo Kasuga iba a bordo de uno de los sidecares que iba a la vanguardia de la columna incursora, con las manos puestas sobre la ametralladora, dispuesto a acribillar todo lo que tuviera trazas de movimiento y hostilidad, mientras de su cinto colgaba ociosa su katana, como si estuviera esperando entrar en acción, De pronto Kasuga y sus hombres dejaron de oír la canción del viento en sus oídos, ahora el sonido ya no procedía del oeste, sino de las mismas paredes de roca situadas a la izquierda de la trocha que los japoneses estaban ascendiendo, y eso solo podía significar que esas paredes ocultaban cuevas que a su vez podían contener algo. El sonido era estridente pero breve, y se percibía como un chasquido metálico que formaba una extraña y desagradable melopea capaz de atormentar a cualquiera que tuviera la desgracia de escuchar tanta monotonía reventando en sus oídos tal como las olas del mar lo hacen al llegar a la orilla; como era lógico los nipones quedaron sorprendidos por un cambio tan intempestivo que tal vez sugería el inicio de una nueva etapa del ascenso que habían emprendido. Entonces fue cuando Kasuga percibió que una figura tambaleante y sucia vestida con una especie de túnica raída se lanzaba contra el sidecar alzando aquellos brazos raquíticos y malolientes como si quisiera abrazar a todo el que se le pusiese enfrente , apareció frente a la mira de tiro de su arma, induciendole a apretar el gatillo de manera casi instintiva, de tal modo la potente rafaga de balas que emergió del cañón de su arma abatió al espectro sin miramientos abriendo un montón de agujeros en la vetusta túnica que cubría al apestoso ser surgido de las entrañas de aquella necrópolis precolombina cuyos muertos habían vuelto súbitamente a la vida, y se abalanzaron contra los miembros de la columna japonesa sin temor a la fuerza destructiva de las balas que proyectaban las armas de los extranjeros. Y si bien era cierto que los proyectiles conseguían abatir a los zombis que pretendían acercarse a los soldados aterrados por un suceso tan inaudito, también lo era que los caídos solo permanecían un rato quietos para volver a incorporarse para liquidarlos definitivamente era necesario acercarse adonde habían caído para pulverizar sus cráneos a culatazos, cosa que no siempre funcionaba bien porque no todos los zombis se dejaban aniquilar de ese modo, había algunos que usaban sus manos descarnadas para derribar a sus victimarios y tener esos cuellos a su merced una vez que estuvieran en el suelo. Llegado este momento, y con la disciplina de fuego totalmente rota a raíz del espanto que sentían sus soldados, Kasuga les ordenó sacar sus bayonetas para buscar despanzurrar a los espectros malolientes que estorbaban el paso e intentar salir de aquel atolladero lo mejor que se pudiera, pues era una lucha realmente desigual contra unos seres imposible de vencer de manera convencional pues las balas no surtían demasiado efecto en ellos, y los soldados caían al suelo con el cuello ensangrentado y clamando de una manera realmente insoportable, mientras empezaban a devorarlos, sin duda la inesperada aparición de los zombis justo en medio del camino los había puesto en una situación para la que no estaban preparados., y en las que solo cabía pensar en la retirada para conservar la vida y regresar sanos y salvos al enorme tubo que los había traído desde Truk, Algo extraño había sucedido en el entorno, y era posible que las bombas arrojadas por los Seiran no fueran convencionales, y hubieran provocado la masiva resurrección de tantos muertos. Y ahora con un montón de bajas injustificadas Kasuga se veía obligado a retirarse con los pocos soldados que habían sobrevivido a la voracidad de los zombis que ahora los rodeaban por todas partes con ganas de rematarlos de una vez por todas, pero lo más horrible no era precisamente esto, sino que a los zombis vestidos con túnicas raídas se les habían agregado los cadáveres de sus propios soldados, los cuales habían levantado cabeza y cuerpo también convertidos en zombis, como aquellos gentiles que les habían devorado el cerebro. Kasuga se dio cuenta entonces que una terrible pesadilla estaba comenzando aquí, en este olvidado paraje de la costa peruana, y que la misma continuaría expandiéndose por todo el mundo hasta llegar al mismo territorio japonés sino se le ponía coto ahora mismo. Las circunstancias habían puesto en sus manos las riendas de un asunto tan trágico como trascendente para el destino de la humanidad: tenía que hacer algo para evitar que las cosas se salieran de cauce y que los muertos ocuparan el lugar de los vivos sobre la superficie del mundo. Y para hacerlo tenía que volver como pudiera hacia la playa junto con los otros supervivientes para informar a sus superiores de los extraordinarios sucesos de los que había sido partícipe tanto él como sus soldados, pero hacerlo sería muy difícil pues estaba totalmente rodeado por un bosque de brazos que le impedía avanzar. La maldita hidra tenía muchas cabezas enhiestas ansiosas por empezar a devorarla, y Kasuga solo tenía una katana y un brazo un tanto cansado para abrirse paso a través de ellas; y conseguir, por un momento, que la vida predominará sobre la muerte que pretendía extenderse todavía más. 

Chiclayo, 26 de diciembre de 2019. 12.16 pm

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