4 octubre, 2024

Este relato de María Larralde sirve como homenaje a Howard Phillips Lovecraft, uno de sus autores favoritos, y como extensión del relato “El horror de Dunwich”.

Haciendo uso de una gran imaginación y de una intuitiva alineación con el desarrollo del relato original, este historia corta es una expriencia de transgresión de la realidad y de las, en apariencia, inamovibles convenciones humanas de la época en que se ambienta.

No sirve de mucho decir más, tan solo que sepáis disfrutarlo, pulperos, ya sea leyéndolo aquí mismo, escuchando el audiorrelato o descargándoos el PDF .

Y ahora… ¡que comience la función!

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El diario de Lavinia

En memoria del maestro, H. P. LOVECRAFT

 

El viejo diario reposaba en una mesa fría y solitaria en aquella decrépita casa al pie de las montañas, acumulando un polvo gris y extraño, como si arenilla lunar hubiera sido introducida en nuestro mundo a través de algún resquicio temporoespacial brevemente entreabierto con algún fin inescrutable para mí. Al abrir su cubierta, un sonido crepitante, cual si de pequeños rescoldos de un reciente fuego se tratara, invadieron el silencio de la lóbrega y abandonada estancia. En aquellas páginas, (casi ilegibles para un neófito de la ciencia de la grafología), se habían impreso con tinta oscura de origen aún desconocido para los químicos, un conjunto de declaraciones inconexas, entrecortadas y, seguramente, escritas en distintos momentos de la vida de aquella mujer extraña y medio bruja cuyo origen se pierde en el pasado.

Al abrir las páginas apergaminadas y mohosas creí, por un instante, que se desharían entre mis manos enguantadas pero mantuve un cuidado casi exquisito, tocando cada una de aquellas finas capas de papel con unas pinzas de cirujano…  año 1928, justo después del horror. Si mi memoria no me falla, esto es lo que pude transcribir…

 

Soy Lavinia Whateley, madre de Wilbur…

… quiero mostrar al mundo que mi amor fue verdadero e infinito, como infinitos son los mundos habitados.

Hay un borrón corrido de tinta, ocultando algunos símbolos que parecen haber sido grabados por una mano distinta a la de Lavinia, y acto seguido continúa:

Supe quererte, sin embargo, todo aquel amor fue en cierto modo una impostura pues invadiste mi cuerpo, mi alma y mi planeta. Tu recuerdo es aún permanente y, tanto duele, que el aliento no me sirve ya para respirar. Lavinia, ese era mi nombre cuando todavía no era tuya. Después, la sinrazón supo apoderarse de mí, y perdí mi nombre, mi procedencia y mi vida.

Todos mis congéneres creyeron que la brujería, las malas artes y lo oculto eran una vocación heredada de mis ancestros. Y algo hubo, en verdad, heredado de mi padre, de su libro especial y de sus enseñanzas ultramundanas pero nunca hubiera sido posible nuestro encuentro solo por estas pequeñeces.

 

Espacio en blanco… sigue en otra página.

 

Me elegiste a mí, ¡a mí!, para crear la nueva raza, para introducir en este mundo una nueva y distinta vida, venida de las estrellas y de otras dimensiones. Y ahora, que ya no ando en este mundo, que vago perdida buscándote, puedo hablar de mi amor por ti.

Así ocurrió en aquel noviembre de 1912:

…durante aquel atardecer anaranjado cuyos tonos rojizos impregnaban el lienzo del pálido cielo que se adelantaba al nevado, frío y oscuro invierno, comprendí que todo lo que me dijeron los míos sobre ti eran puras invenciones, falsas apariencias, palabras llenas de odio o rencor por la derrota sobrevenida de nuestra inferior y menos evolucionada especie. Esa imagen horrenda de vosotros que los hombres retrataban a través de una distorsión terrorífica e imaginaria más que con la realidad, no dejó huella psíquica en mí.

 

Algún líquido se derramó, en su momento, sobre esta página haciendo ilegible el resto de lo escrito… sigue tras cuatro hojas en blanco.

 

Con aquel sol, casi dorado, reflejado en mis retinas pude ver quien eras en realidad, porque el reflejo que veía en el espejo de aquellos que creían conocerte, como enemigos, había envuelto durante un corto periodo de tiempo mi visión sobre ti, sobre vosotros, como una sábana negra, opaca y tenebrosa como los corazones de los hombres.

 

Aquí se para el relato y se observa en el diario una hoja arrancada, que no se encontró jamás, y en la siguiente página, ya con garabatos más que con letra humana, continúa el diario de Lavinia.

 

El fragor en las cumbres y el hedor que se desprendía de la presencia de vuestra materialidad cósmica, despertaron en mí un deseo irrefrenable de acercarme a vosotros, una atracción casi animal de correr desnuda a vuestro encuentro. La llamada, procedente del abismo insondable del universo comenzó a ser irresistible para mí. No tuve elección, y si la hubiera tenido, hubiera galopado a tu encuentro de igual manera ¡Fui elegida, fui elegida, tú me elegiste de entre todas las mujeres del mundo!

Recuerdo aquel día, a mi lado, adormecido en la calidez de mis brazos, en la cumbre de Sentinel Hill, enlazado conmigo, tejiendo un hilo de emociones transformado en encuentro carnal consumado; aquel día, supe que todo cuanto yo fui, había dejado de ser. Y bajo aquella tenue luz supe verte en realidad.

Tú, te levantaste de mi lado y me miraste con ternura infinita, como ilimitados eran tus brazos. El carmín de mis labios en tu piel grisácea me recordaba mi identidad humana, pues no era la coquetería lo que me llevaba a iluminarlos con aquellos pigmentos sino la nostalgia, la melancolía de mi mundo perdido, de mi planeta subyugado, de mi cuerpo sometido a tu amor.

Sin embargo, no fue en ese mismo momento, sino pocos días después de amarte, cuando lo supe:

…desde la ventana de mi transformada casa, que dejaba a un lado aquel mástil cuya bandera, extraña para mí, adimensional, me mostraba y recordaba vuestra invasión, supe que engendraría a tu hijo.  Aquella bandera no ondeaba, permanecía estática, sin movimiento, como muerta. Era triste haber perdido aquella guerra y, sin embargo, no echaba de menos a los de mi raza. Vosotros me enseñasteis que el mundo no es solo para los pocos que creen en una sola realidad y que las dimensiones son múltiples e infinitas. Aquel día -digo-, supe que había vuelto a nacer, pero para un mundo nuevo. El mundo de los hombres había desaparecido. Sí, era el principio del fin de la raza humana sobre este planeta.

 

A partir de aquí hay hojas rotas, con fragmentos ilegibles y un último párrafo escrito con garabatos en la contraportada del diario de Lavinia Whateley

 

Ahora que todo ha quedado atrapado en el armario viejo de mis recuerdos rotos. Puedo decírselo al mundo: tú, seguirás buscando nuevos lugares por conquistar y nuevas hembras que fecundar. Pues ese es tu sino. Llegar a lo inaccesible, a sitios escondidos tras millones de kilómetros vacíos de vida pero llenos de materia y energía oscura. A través de ellas, viajas, y sin ser visto te introduces en el tiempo de los seres que visitas e invades sus mundos. Solo los que te esperan con antelación pueden comprender que no hay vuelta atrás. Cuando tú llegas, la vida es transformada para siempre.

El círculo vital volverá al punto de partida, al infinito. El mío, sin salida ni vuelta atrás, llegó contigo a su final. Ya no necesito comprender pues soy Lavinia Whateley, la madre de Wilbur… y del horror.

¡YOG-SOTHOTH!

 

Y hasta aquí se podía leer.

Juzguen  ustedes si Lavinia fue una loca o una bruja, o su padre un hombre enajenado por las ciencias ocultas, o su hijo, al cual vi con mis propios ojos como un ser cuya materia no guardaba las propiedades estructurales, químicas y proporcionales de la nuestra, un ser humano “normal”. Juzguen ustedes si yo, soy un loco o un pobre hombre apresado ya para siempre en el horror.

 

Dr. Armitage

 Miskatonik University

El diario de Lavinia en LEKTU

El diario de Lavinia

Este es un relato basado en el personaje femenino de Lovecraft, Lavinia Whateley, del Horror de Dunwich. Sus pensamientos, sensaciones y sentimientos podrían ser éstos…¿quién sabe lo que sentía al correr por las cumbres de Sentinel Hill, desnuda bajo el fragor aterrador en la oscuridad?

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