Este microrrelato lo ideé para participar hace muuucho tiempo en una miniconvocatoria temática entre colegas escritores de Facebook, en la que había que elegir un ser mitológico y crear una historia breve a su alrededor.
Como con casi todo lo que hago, aquí os lo dejo para leer, descargar y escuchar gracias a mi melodiosa voz de castrati. ¡Espero que sepáis disrutarlo, pulperos!
Y ahora… ¡que comience la función!
—Llamad a los del depósito de agua —dijo el Rey, desenvainando su espada—. Necesitamos que vengan, ¡y que abran al máximo las tuberías!
Las órdenes las daba mientras intentaba controlar su caballo, que quería encabritarse y salir corriendo sin su jinete en cualquier dirección lejos de allí. A sus espaldas varios hombres habían sido tirados de sus monturas y éstas galopaban ya lejos, más allá de los muros de madera y barro del pueblo.
—Es el quinto Gólem que nos viene a atacar en menos de dos meses —gruñó apenas meneando el bigote su segundo al mando, a su lado, cuyo caballo negro era el único que permanecía impasible al terremoto de la destrucción.
Se volvió a mirarle, y vio en sus oscuros ojos una mirada suspicaz.
— ¡Eso ahora da igual! —le gritó en respuesta—. ¡Vamos, seguid a vuestro Rey, ataquemos al Gólem!
Él mismo encabezó la marcha, golpeando a su caballo con sus tacones, y tirando de las riendas para dirigirlo hacia el desastre: el ser bípedo hacía chocar la piedra de sus brazos y piernas contra las cabañas reconstruidas y algunas de las intactas. Las más antiguas, de piedra, se volvían polvo con sus violentos pisotones, y las gentes que pillaba desprevenidas por su ferocidad y sorprendente velocidad, salían volando por los aires decenas de metros, quedando reventadas por completo al volver a tocar tierra.
El Rey hizo a sus guerreros rodear al Gólem y atacarle con sus lanzas y flechas. Todo era inútil, pero una distracción. Mientras el monstruo, unión de amorfas piedras, se revolvía furioso con los guerreros y sus monturas, parte de sus soldados traían arrastrando a caballo el extremo de la larga cadena de mangueras que él había decidido instalar desde el depósito de agua. El Rey enardecía y guiaba a los aterrados y cada vez menos numerosos de sus guerreros; su segundo al mando dejaba su caballo y se unía a los tres hombres que manejaban la manguera para orientarla y abrir de golpe su boca, dejando salir la explosiva lanza de agua contra las piernas del Gólem.
El monstruo cayó desequilibrado, y la fuerza del agua hizo que se le separaran las piernas de la cintura. Pese a ello el monstruo se retorcía furioso sobre sus brazos, pero apenas era capaz de hacer más daño como no fuera que uno se le acercara. El chorro de agua fue dirigido para cercenarle de igual modo los brazos, y por fin la cabecita angulosa.
Otra victoria.
Minutos después de la batalla, todos ayudaban a los heridos o reunían cadáveres. Su segundo al mando le llevó aparte.
—Mi señor, ¡tiene que dejarlo! Es mi Rey, y sabe que no le juzgo… ¡Pero no podemos seguir así! —gruñía desesperado, mostrando los dientes apretados bajo su espeso bigote—. ¡Tiene que dejar de violar y matar a esas jóvenes en el bosque!
El Rey miró con severidad a su segundo, con los ojos entrecerrados. Pronunció una sola palabra:
—Cállate.