19 abril, 2024

Descubrí este relato por casualidad, porque me llegó al correo una de tantas nuevas entradas de varios de los blogs a los que alguna vez, hace tiempo, me suscribí cuando tuve tiempo como para perderlo en leer las divagaciones de otros. Como ya es habitual, apenas leí unas líneas de la entrada, y solo me fijé, en realidad, en el curioso título, “La sirena en la niebla”.

Por lo que he leído fugazmente al indagar sobre el año en que se escribió, se dice que este relato es una alegoría sobre la soledad de los románticos corazones solitarios por distintas vicisitudes, o sobre la desolación de una existencia que se hace eterna entre la rutina, y otras mierdas parecidas. A mí me llamó la atención al leerlo por otros motivos.

Primero, obviamente, porque los hechos que se relatan son extraordinarios, pero no del todo imposibles en sí mismos, y es algo que consigue atrapar enseguida en el desarrollo de la historia, con las misteriosas confesiones del personaje de McDunn. Pero lo segundo, y más importante para mí, es que es un relato que homenajea como pocos que yo haya leído una de las capacidades más extraordinarias y de facto denostadas del ser humano: la empatía.

La empatía de McDunn es cuanto le suscita en la imaginación toda una historia que da significado a cuanto ocurre en el relato. Por muy significativos que sean los sucesos, cuanto sabemos de lo que ocurre es en realidad especulación suya, pero es fácil darla por la explicación verdadera porque la manera más fácil que tiene el ser humano de explicarse la realidad de cualquier otro ser es ponerse en su lugar.

Podemos imaginarnos ser cualquier criatura de la tierra gracias a la empatía. Quién lo diría, pero la empatía es uno de los más poderosos motores de la imaginación. Y quizá por eso existen autores que adoro leer y otros que simplemente no puedo ni ponerme delante una sola línea: porque se entrevé enseguida quién es una persona, en el sentido en que lo mejor de la civilización ha llegado a bosquejar (quizá desde hace más de doscientos años) y que hoy en día no hace más que prodigarse en la degeneración, como un virus de la mente que cría en una repugnante mezcolanza de sensibilidades inventadas para la manipulación y el caos.

Habrá quien diga que el autor y McDunn ponen en los sucesos del relato sus pasiones dolorosas: el desamor, la soledad, la frialdad de una existencia debatida siempre en el anhelo. Los cojones, hijos míos, yo creo que McDunn es feliz en su trabajo, porque solo una persona sensible y satisfecha con su vida puede saber (y digo “saber” porque cuanto imagina el ser humano es cierto) lo que siente un ser de otra naturaleza y otro tiempo, a base de mera observación.

Lo mejor es que leáis o escuchéis el relato y, penséis lo que penséis, seáis capaces de pasarlo bien, que es el fin primero y último de la literatura, en todo caso.

Y ahora… ¡que comience la función!

“La sirena en la niebla”, de Ray Bradbury, en iVoox

“La sirena en la niebla”, vídeo para su descarga desde Lektu

“La sirena en la niebla”, en PDF

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