22 noviembre, 2024
Carlos Enrique Salidivar onomatopeyas

Nuestro genial amigo escritor, Carlos Enríque Saldívar, nos ha honrado con cuatro relatos sobre onomatopeyas que, a pesar de que no pudieron ser valorados para conscurso, deseamos que podáis disfrutar.

Y ahora…¡que comience la función!

CRUNCH, CRUNCH

Crunch, crunch, otra vez ese aterrador sonido que proviene de mi habitación y que me ha obligado desde hace días a dormir en mi pequeña sala, en el único sillón de este pequeño departamento donde vivo solo desde hace seis años.

Crunch, crunch, es horrible, macabro, abominable, no lo soporto. Crunch, crunch. A veces es un crunch, en otros momentos el ruido es: crunch, crunch, y en otras oportunidades no deja de sonar por un buen rato. Me pregunto qué lo originará. La primera vez que lo oí yo estaba en la cocina, preparándome la cena. De pronto hubo un crunch, seguido de otro crunch, y eso fue todo. No quise abrir la puerta. ¿Acaso un animal, una rata, se había filtrado por la ventana de mi cuarto y estaba haciendo esa bulla comiéndose quién sabe qué cosa? Pero en mi alcoba no había alimentos. Qué raro.

Yo debía desentrañar el misterio de los crunchs, ya casi se cumplía una semana desde que oyese el primer ruido.

Me iba con cautela al baño, me duchaba, sin embargo no me cambiaba de ropa, no podía, no tenía acceso a mi closet. Tampoco a mi celular ni a mi laptop con acceso a internet.

Le pedí al fumigador del edificio que ingresara a mi recámara y que solucionara el extraño caso de los crunchs. El hombre, asustado, puso la oreja en la puerta de mi habitación y escuchó: crunch, crunch, seguido de crunch, crunch, crunch, y se retiró de mi hogar totalmente espantado. Antes de salir me dijo que ese problema solo podía arreglarlo yo. No sabía qué hacer.

Tenía que pedirle a alguien más que entrara a la estancia y se enfrentara al siniestro crunch, pero ¿a quién podía pedirle tamaño favor? No contaba con muchos amigos y a los pocos que tenía no quería exponerlos a un peligro sin parangón. Mis familiares vivían lejos, en provincia. Dependía de mí.

Así que me decidí a ingresar a mi cuarto.

Crunch, crunch, se escuchaba, como era lo usual. Crunch, crunch, un terrible ruido que casi me enloquecía.

Abrí la puerta y miré junto a mi biblioteca a un ser gordo, grande, desnudo, gris, deforme, comiéndose mis libros. Me vio y creo que se asustó. Una entrada luminosa apareció en la pared y la criatura caminando se fue por allí.

Saqué mis cosas y me largué de ese edificio para nunca más volver.

CLAP, CLAP

Es maravilloso que me aplaudan todas estas personas, que me rindan tributo, que me hagan este homenaje, que me demuestren todo su cariño con este absorbente discurso que muestra lo grandioso que he sido. Están todos presentes, mis familiares, mis amigos y mis amores.

Empero, aun mejor que sus palabras de respeto y admiración es escuchar sus palmas, clap, clap, una y otra vez, clap, clap de nuevo, clap, clap. Me aplauden y es la primera vez que lo hacen con tanta fuerza, con tanta vehemencia.

Me siento feliz, es lo que me merezco.

Clap, clap, todos aplauden excepto yo. No puedo verlos, pero puedo oírlos y sé que todos los presentes en este magno evento lo hacen, unen sus palmas y crean ese extraordinario sonido que me pone contento.

Parece que el instante se eternizara, mas sé que en algún momento se detendrá. Ya están aplaudiendo más de treinta segundos, cuarenta, cincuenta, se van para el minuto. Clap, clap, clap, clap, qué acogedor se siente, que grato sonido.

Me gustaría que lo siguieran haciendo por siempre, aunque sé que pronto se detendrán y lo siguiente vendrá.

Clap, clap, clap, clap, mis seres más queridos me aplauden y me despiden. Me estoy yendo de viaje, a uno del que no regresaré. Me marcho a un triste estado al que una vez imaginé llegar, pero no a esta corta edad: treinta y seis años. Al menos logré muchas cosas buenas en la vida. Tuve aquello que muchos denominan éxito, aunque no me ha servido de mucho, ya que lo estoy dejando todo atrás. No puedo llevarme nada conmigo.

Clap, clap, clap, clap, ya ha pasado el minuto y sé que estos aplausos son más que merecidos, me los he ganado a pulso por ser una buena persona, sin embargo de nada me sirvió para estar en el mundo un poco más.

El clap, clap sigue y me doy cuenta de que este es el momento más dichoso de mi «existencia», si así puede llamarse, porque todo esto es muy extraño. No sé si estoy vivo o muerto.

Puedo oírlos a todos, el clap, clap, es claro para mí, pero no puedo moverme, ni hablar, ni respirar, no puedo agradecerles.

El clap, clap se detiene y surge la amargura.

En breve me sepultarán muchos metros bajo tierra, y dentro de mi ataúd ya no podré escuchar nada, excepto a los gusanos devorándome.

PF, PF

No soportaba salir a la calle. Cada vez le parecía más pertinente la idea de recluirse en su casa, donde vivía solo desde hacía dieciocho años. Podía residir enclaustrado, trabajaba desde una computadora con conexión a internet y podía solicitar que le enviaran sus alimentos ya preparados, o los ingredientes para cocinarlos, cada cierto tiempo.

Lo que no toleraba era a la gente. Cuando iba afuera de su hogar, al parque, a la tienda, al cine, o tomaba el transporte público para dirigirse a algún punto de la agitada ciudad de Lima, algo extraño pasaba: las personas se tiraban pedos. Hombres mujeres y niños, el pf, pff, pfff, era constante. Los pedos sonaban con gran fuerza en algunos casos y lo conminaban a buscar la soledad en la calle.

El hombre no debía estar así, rodeado de tanta cochinada. Pf por aquí, pff por allá, pfff más allá. Los asquerosos ruidos y el mal olor lo perseguían. A veces era como si lo arrinconaran en las avenidas y en las esquinas.

No podía seguir viviendo así, por  ende tomó la resolución de no salir nunca más de su morada. Lo organizó todo de la mejor manera posible, era consciente de que su vida adoptaría un giro de ciento ochenta grados, pero estaba decidido. Laboraba como corrector de estilo y podía hacerlo desde su casa, los editores podrían enviarle sus ganancias a su residencia y así se evitaría las molestias de ir al banco. Solo tendría que aguantar los pedos de aquel o aquella que le trajera la encomienda de cuando en cuando.

Las cosas no se veían tan fáciles, pero puso todo en marcha y ahora se encuentra solo en su vivienda, en su habitación, trabajando, revisando la novela de un autor joven, titulada «El perfume del adiós». Todo luce en calma, no más pf por aquí, pff por acá y pfff más allá. Ni los horribles ruidos ni la sucia pestilencia volverían a alcanzarlo con la potencia de antaño. Sobreviviría a su manera.

No obstante, de un momento a otro surge un pf, luego un pff, después un pfff. ¿De dónde vienen? No quiere ni pensarlo, pero pronto se da cuenta: surgen de él mismo.

Se tira pedos que hacen mucho ruido y huelen a mierda. Los poderosos gases lo atribulan sobremanera, lo marean, lo hacen caer, lo dejan muerto, ahogado de asco, en el piso de su recámara.

BANG, BANG

Bang, bang, dos disparos en la calle.

Por suerte, no vi ninguna bala traspasar la amplia ventana de mi sala, la cual da hacia el parque, donde a diario hay grescas entre pandilleros, vendedores de droga y drogadictos.

Bang, bang, aún retumban ambos sonidos en mis orejas. No han sido fuegos artificiales, fueron dos balazos. Lo intuyo. Lo sé. Lo compruebo cuando aparecen varias patrullas y algunos peritos analizan el cadáver que se encuentra en medio del parque con un hoyo en la cabeza.

Bang, el tiro ha sido certero y, entre la muchedumbre, me cuelo para comprobar con cierto horror que el disparo (por la posición de la víctima) se ha dado con dirección a mi hogar, donde vivo con mis padres y hermanos. ¡Esa bala pudo haber roto mi ventana para impactarme a mí o a uno de mis seres queridos! Por fortuna, no fue así.

Los testigos les decimos a los policías que sonaron dos tiros. No ubican la segunda bala, la cual ha de encontrarse en los alrededores, pues dentro del muerto no está.

¡Bang, bang!, repite la gente. Bang, bang, fueron dos disparos, se confirma cuando atrapan al delincuente que descerrajó los proyectiles en su socio, todo por una deuda de mil soles, un asunto de drogas.

De inmediato, alguien habla con la policía y pronto nos cuenta a los vecinos que a la pistola usada para el homicidio le faltan dos balas, ¿en dónde se halla la restante? Los policías buscan sin resultado.

Bang, bang, los disparos todavía suenan fuerte en mis oídos, yo caminaba dentro de mi vivienda con rumbo al sofá para ver la televisión, para nutrirme de noticias sobre delincuencia, corrupción y farándula, como es usual en mi vida, la cual estoy desperdiciando, porque a mis dieciocho años no estudio ni trabajo, ni siquiera tengo cinco míseros soles para recargar mi celular.

Bang, bang, es como si esos balazos hubieran sido destinados a mi persona, para hacerme saltar y darme cuenta de que debo vivir ya mismo.

No hay nadie más en mi casa, es medianoche.

Tengo un dolor en el pecho, toco mi polo negro: percibo un hueco húmedo.

¡Bang, bang! El primer disparo mató a un miserable. El segundo cruzó la ventana, la cortina y me dio a mí.

Bang.

Qué extraño, no me duele.

Me desangro.

Me acomodo en el sillón, prendo el televisor y cierro los ojos.

Conociendo a Carlos Enríque Saldívar

Carlos Enrique Saldivar (Lima, 1982). Director de la revista Argonautas y del fanzine El Horla; miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010); y el relato El otro engendro (2012). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016) y Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017).

 

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