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con cualquier otra persona y supe, en ese instante, que Mirtha era alguien especial. Me
penetró haciendo que inseguridades desconocidas para mí afloraran de manera brusca.
Algo parecido al miedo me decía que dejara el caso en ese mismo instante, pero era
todo un reto. Solo sé que me equivoqué.
Dicen que la primera impresión es la que cuenta, creedme, es cierto. ¿Pero quién se deja
llevar por sus primeras impresiones en todo momento?
Mis acciones y planes para con Mirtha requerían de un esfuerzo al que estaba habituado
y, por ello, nada me hacía sospechar qué algo excepcional pasaba con ella. Parecía una
simple, pero bonita muchacha sureña que corría por los campos medio desnuda y
saltaba los arroyos veraniegos con sus pies descalzos. Pero algo, algo pasaba con
Mirtha. Sus primeras palabras fueron, para mí, hipnóticas.
Observar a alguien sin que lo sepa es la forma de análisis más aconsejable, ayuda a
conocer en profundidad su personalidad. Es mucho más clarificador que el diálogo, o
que cualquier confesión profunda excretada en un momento puntual de lucidez mental
o arrepentimiento moral. Me dediqué a ello concienzudamente. Debía empaparme del
caso.
Mirtha parecía ser la perfecta joven feliz y risueña típica de cualquier lugar del mundo,
lo inquietante era su mirada. En ocasiones se cruzaba con la mía, fortuitamente,
entonces me sentía azorado, me entraba un nerviosismo extraño, parecía que observaba
mi interior y sentía que quería absorberme.
¡Sin embargo, eso no era posible! ¡Digo, afirmo: era imposible!
Yo, por aquel entonces, creía que ella no podía hacerse idea de que yo la estaba
observando. Me mantenía a una distancia prudencial. ¡A no ser... a no ser que no fuera
una persona normal y corriente!
Desde mi privilegiada situación la seguía, primero, con la vista. Después fui
acercándome poco a poco. Delicadamente pasaba a su lado y rozaba su ropa, a ella
parecía no importarle. Después comencé a darle pequeños toques juguetones en su
abdomen, en un hombro, en la espalda... luego los toques se convirtieron en caricias
furtivas y, más tarde, cuando comprobé que aceptaba mi presencia a su alrededor,
comencé a mostrarme más cercano pegándome a ella completamente, en abrazos algo
más largos y placenteros.
Sí, sé que me equivoqué al acercarme tanto.